Señores, es domingo y mister Ramos nos llama a disfrutar de la vida por la vía oral.
Salucita de la buena
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Callo, callito, cocido en limón, con rebanadas de cebolla morada y unas gotas de salsa no muy picante y aderezado al final, con el jugo de media naranja exprimida: ¡Qué delicia, un banquetazo! Si te los comes con galletas saladas y una cheve bien fría, puede que hasta los dedos te chupes.
A $50 pesos el kilo lo consigues mar adentro, en las pangas, cuando lo andan sacando. Ya en tierra, en algún local de la costa, se compra y se vende en $120 pesos el kilo, ya en rodajas, bien limpiecito; en la ciudad, en las pescaderías, es un tanto más caro, de ciento cincuenta a ciento ochenta, cuando hay, pues tiene su temporada; y cuando no, escalopas u olanes, que no saben mal, aunque tampoco alcanzan para el consuelo. Así de sabrosos son los mentados callos.
Pueden decirse muchísimas cosas sobre estos moluscos bivalvos, como que no se han dejado aún cultivar muy bien, o que sus conchas picudas y alargadas en forma de cucurucho guardan en sus dentros un tesoro multicolor, realmente espectacular, magnético a la vista, hipnotizan el anaranjado mamey de su vejiga, el verde y el morado brillantes, resplandecientes del interior de sus conchas, y el blanco aperlado del callo pegado en el centro, como un cojincito mullido. Pero la historia más fascinante que he escuchado sobre los callos me la contó un pescador buzo de Kino viejo, una tarde en su casa junto a la playa, con los brazos recargados sobre el portón de fierro y alambre:
-Hay veces que nos juntamos cien buzos allí enfrente junto a la isla del guano, sacando callo abajo del mar, en medio de una borrasca de arena, cada uno conectado a su manguera amarilla que sube hasta su propia panga, donde rugen los compresores, es tanto el ruido que hasta los tiburones se asustan. Andamos allí caminando los buzos entre la bruma, cada uno con su varilla de fierro hecha gancho, encontrando los callos y desenterrándolos; allí abajo nos saludamos, a señas y con visajes nos comunicamos, casi todos nos conocemos, somos los mismos, vecinos acá afuera, donde no tan seguido nos vemos.
Por Juan Enrique Ramos
Fotografía de Benjamín Alonso y Columba Quintero
Coincido con alguien que me antecedió en sus comentarios que, si bien es cierto la entrada (por usar un término gastronómico, al tratase de un producto delicatessen) pone lector en contexto de manera certera, tanto o más interesante resulta el relato submarino. «Entre el ruido de los compresores, las mangueras y los movimientos de arena» en los fondos adonde deben localizar el molusco precio a sus extracción. Felicidades