Toda mi vida laboral me he dedicado al trabajo de oficina. Soy bueno en eso. Aspiro a una vida tranquila y a ser útil, aunque siempre sea como subordinado. Vivo contento, mi vida está donde debe estar. En la cultura nacional se nos conoce como los Godínez. Pero todo cambió hace unos pocos días. Atacaron a mi mujer.
Le dieron un palazo en la cabeza y al parecer la violaron. No me dicen mucho, está hospitalizada. No me he separado de su lado… Tengo furia y tengo miedo. Lloro cada vez que la veo, que la pienso, que la recuerdo. ¡Cómo le fallé! ¡No estuve con ella! ¡No debió andar sola! Este sentimiento de impotencia ha crecido. Yo, una persona de oficina, ¡qué puedo hacer!
Mi madre se puso en marcha en cuanto supo y acaba de llegar a la ciudad. Me convenció de irme a casa y tratar de dormir un poco, pero tengo tres horas queriendo salir corriendo para destruirlo todo y encontrar a la sabandija que profanó a la persona más increíble que tiene mi vida. Al parecer los ataques como el que sufrió Esencia se han incrementado en Cancún, una ciudad que vive del turismo y por la que pasa una cantidad enorme de personas que no vuelven jamás.
Muchos de estos ataques han terminado en la muerte de las víctimas. Con Esencia tuvimos suerte. La atacaron camino a nuestra casa, muy cerca de donde está la seguridad privada del fraccionamiento. Me dicen los doctores que la hemorragia interna en la cabeza está cediendo y ahora sólo queda esperar a que despierte para conocer la extensión de los daños. Sigue viva, pero yo me siento destruido. ¿Podremos reconstruir nuestras vidas?
***
Tengo ya toda la información que me dio el Ministerio Público. Conozco algunos detalles que no hubiera querido saber pero era necesario. No puedo dejar de sentir mi garganta desgarrada todo el tiempo. Al pisarla, me pisaron. Al violarla, me violaron. No es una metáfora, no es una poesía. Yo no hago poesía.
Esencia sigue sin despertar.
Una noche entendí qué me estaba pasando, porque no duermo y por qué nada tiene sentido: necesito encontrar al responsable y hacerlo pagar. ¡¿Pero yo?! Ni siquiera estaba dispuesto a tener un arma. No soy un hombre de acciones violentas. Sin embargo hoy lo único que me da consuelo es un pensamiento vago pero intenso: hacer justicia por mi propia mano.
***
Esencia ha despertado pero la siguen sedando gran parte del día. Dicen que el peligro no ha pasado aún. Yo no puedo parar de llorar.
He decidido que tengo que encontrar a los responsables. Dicen que pudo ser un taxista de nombre Dimas, relacionado con otros asaltos pero sin evidencia suficiente para ponerlo tras las rejas. Todos mis problemas ahora tienen que ver con el hecho de que no sé hacerla de detective y menos de detective privado. Uno conoce las series de televisión en las que se hacen muchas pruebas, entrevistas y arrestos, pero yo no cuento con ningún recurso de esos. La única forma en que me siento bien es cuando sueño despierto que destrozo al que atacó a mi Esencia. Fantaseo con eso cada vez más y me debato sobre qué cantidad de dolor puedo infringirle.
* * *
Esencia murió ayer. No me pude despedir porque creíamos que mejoraba. Pensé que podríamos recuperarnos pero no fue así.
Han pasado semanas… En mi trabajo me han tolerado las ausencias porque me tienen una lástima casi tan grande como la que yo me tengo a mi mismo. Si me corren no logro sentir eso como malo. Si conservo mi empleo y llego a puestos directivos no veo cómo eso sea bueno. Todo sabe a nada. No deseo ni ser despedido ni conservar mi trabajo. Pero tampoco lo rechazo. Simplemente no estoy más.
Un día, sueño despierto que mato al responsable. Ese pequeño chispazo recurrente esta vez alcanza para hacerme levantar el teléfono y buscar a Pedro, un amigo Ministerio Público. No tengo idea de si estoy acostado o parado, si me bañé, si es lunes o domingo. Pero no me importa.
– ¡¿Shevfh cómo estás, wey?! ¡¿Cómo va todo?!
– ¿Ya lo agarraron?
– No. Sabemos que es Dimas pero no tenemos pruebas suficientes.
Dimas declaró que llevó a Esencia al fraccionamiento y que la ayudó a bajar una cuadra antes de entrar donde ella le indicó que la dejara “para caminar.” Esto explica por qué encontraron algún cabello de Dimas en la ropa de Esencia; sí tuvieron contacto pero no necesariamente demuestra culpabilidad. Dicen que ese cabello en el cuerpo de Esencia es débil como evidencia. El violador usó preservativo y no encontraron más material biológico en Esencia que el cabello.
***
Siento, pienso, sueño despierto muerte. Otro chispazo. Me levanto de la cama en la madrugada. Tomo mi carro y voy a buscar a Dimas. Sé el número del taxi y conozco sus horarios porque leí el expediente de la investigación. Lo encuentro. Lo identifico. Está sonriendo y bromea con otros. Pasa una muchacha a su lado y Dimas la atosiga con la mirada y los movimientos de los brazos. Le dice algo, pero no alcanzo a leerle los labios. Ella parece que es es una turista ebria y extranjera que ni lo voltea a ver. Dimas se ofende por la frialdad y cambia de gesto. Juro que puso una cara de asesino.
Estoy sudando. Decido irme a casa. Llego antes de que amanezca. Preparo café. Saludo a mi madre. Se pone contenta de verme levantado y haber hecho café. Creo que ella cree que ya estoy en camino de recuperarme. Pronta resignación. Me abraza y trata de platicar conmigo. Yo estoy planeando en mi cabeza. El chispazo ahora es fuego. Me late fuerte el corazón.
Llamo a Pedro y le vuelvo a preguntar por la investigación. Me dice que tienen más trabajo. Ha habido una terna de ataques más, pero dice que no encuentran otro modo de vincular a Dimas a ninguno de los ataques. Creen que es una epidemia con distintos responsables. En otros ataques Dimas ni siquiera figura en las líneas de investigación. Siento un dejo de angustia en Pedro. Van a darle el carpetazo que el tiempo y el trabajo urgente los obliga a darle. No los culpo pero tampoco los justifico. Mas no me paralizo ni me desilusiono. Este es mi camino y de nadie más.
Fue fácil secuestrar o detener a Dimas. Siento, pienso, creo que Dimas es el culpable. Cada gesto o movimiento corporal que hace refuerza mi creencia. Es un asqueroso organismo. Pensándolo bien, fue fácil detener a Dimas. No lo secuestré. Para secuestrar a alguien, esa persona debe ser inocente. Dimas no lo es. Mi mente voló como caballo de carrera de once varas: necesito A, B y C, en el orden <B, A, C>. El plan salió casi a pedir de boca. Tengo a Dimas en mi poder y estoy navegando hasta que quedemos donde los gritos de Dimas no sean escuchados por nadie. El bote lo pude rentar por un precio a mi alcance y el arrendatario sabe que lo llevo por tres días. Tuve que mentirle a mi madre para que no hiciera alharaca con mi salida de algunos días. No podían enterarse que en estas condiciones salgo solo a navegar porque pensarán lo peor, y querrían detenerme.
Se avecina el atardecer, y yo estoy anclado, lejos de la línea costera. Recién pasaron rumbo a tierra algunos otros barcos y yates. Me saludaron, y yo los saludé. Fingí una sonrisa para parecer normal. Se fueron sin sospechar, levanté el ancla y me muevo lento mar adentro unas cincuenta millas náuticas más. La noche es ahora tan oscura, y estoy tan solo, que bajo al camarote con confianza. Dimas está despierto, y amordazado. Me ve por primera vez desde su captura. Su gesto es de miedo. Me reconoce. Se enoja. Luego balbucea. Parece que quiere decir que él es inocente. No muevo un sólo músculo facial, mientras lo destapo. Dice que es inocente. Que cometo un grave error. Sigo sin mover un músculo de la cara. Después de un rato, Dimas me amenaza. Me exige que lo deje ir o que me voy a arrepentir.
Horas, olas. Dimas pasa a la desesperación. Mientras babea grita:
¡Todo es un malentendido! ¡Yo no le hice nada!
¡Yo la dejé en la esquina de tu fraccionamiento! ¡Ya se lo dije a los policías!
No le creo. Ya sólo vivo para ejecutar mi plan.
Veo a Dimas desde el final del atardecer, cuando pasaron los últimos botes y yates de la zona. Y lo sigo viendo por un lapso de la noche. En silencio. Dice muchas cosas, llora, grita. En algún momento de la noche, temprano, no me contengo y le pateo la cara, esa cara que he odiado profundamente.
El momento se acerca. Me ve sacar una pistola, y lanza su última quejumbre. Le grito furioso que ya se acabó para él, que no me interesa lo que tiene que decir. Con la patada le giré la cara y mientras lucha por reincorporarse en silencio veo que ve un bote de la guardia costera con la sirena prendida. Le digo que se acabó para él.
* * *
Dimas creyó entender que con ese bote cada vez más cerca sólo había de dos opciones de ahora en adelante; o lo mataba rápido con una bala, o la guardia costera detendría a Shevfh, liberándo después a Dimas. En México nadie deberá hacer justicia por mano propia o ejercer violencia para ejercer sus derechos. Aguardó hasta que vio la sirena de la guardia costera acercarse mucho. No había ya duda en Dimas. La guardia costera iba hacía el barco que rentó Shevfh. Pensó que era el momento justo para confesarle a Shevfh que sí. Que él había atacado a su Esencia.
Ella supo que me la iba a chingar cuando me desvié al monte,
pero aún así fue fácil, no pudo detenerme, casi no gritó.
El barco de la guardia costera estaba ya a unos metros del barco donde Dimas sería muerto. Pero Dimas en su interior estaba cantando victoria. Ese tipo de oficina jamás tendría el coraje para ponerle un balazo y menos estando la policía tan cerca. Se sentía triunfal. En él crecía la sensación. Comenzó a vender los quesos sin tener la vaca. Mataría a Shevfh por andar de pasado de verga.
Del bote de la guardia costera se bajó Pedro. Shevfh había tirado al mar sangre y carne de cerdo desde que vio alejarse a los últimos barcos. Algunos golpes contra el casco del bote que no notó Dimas eran coletazos de tiburones comiendo los cebos. El bote de la guardia costera estaba por irse. Pedro baja al camarote. Pedro y Shefvh se miran. No cruzan palabra alguna por un rato. Dimas no cede a su optimismo, cree que el policía sólo está midiendo la situación, que procederá en cualquier momento a rescatarlo.
Desnudan a Dimas y lo rajan con navajas de las rodillas hacia abajo. Lo dejan sangrar mientras grita. Lo amarran del cuello con una soga, bien amarrada, y lo lanzan al agua. Los tiburones tienen hambre y ya están frenéticos. Son tiburones toro del Caribe y cazan por la noche. Devoran a Dimas, empezando por las piernas. Para que Dimas no se desangre pronto, Shevfh y Pedro le suturaron los muñones con soplete portátil un par de veces. Al final de la noche Dimas está repartido en los estómagos de algunos escualos. Shevfh no era el mismo desde que atacaron a su mujer.
Por Víctor Peralta del Riego
En portada, escena de un feminicidio en Hermosillo. Fotografía de Jorge Flores