La reina de Katwe
Directora: Mira Nair
Reparto: Madina Nalwanga, David Oyelowo y Lupita Nyong’o.
El mito del “buen salvaje” todavía camina entre nosotros. Por eso nos parece lo más natural que el mundo entero comparta los frutos y valores de la cultura occidental. Seguimos interpretando la historia universal a través de la experiencia europea, a la que se considera ejemplar, no hegemónica.
Y si alguna pieza del engranaje en la industria del entretenimiento conoce los resortes que mueven a ese motor de occidente es The Walt Disney Company. Desde Los tres cerditos (Burt Gillet, 1933) a El libro de la selva (Jon Favreau, 2016), Disney ha sabido adaptar su modelo de contenidos al siglo XXI, presentando una discursiva que promueve la libertad, la tolerancia y el triunfo de la voluntad sobre la adversidad.
En ese sentido, La reina de Katwe (Mira Nair, 2016) es una irreprochable muestra de este nuevo capítulo en el mágico mundo del color. Es la puesta a tono de La Cenicienta.
Bienvenidos a Uganda. Bienvenidos a Katwe, un sector paupérrimo dentro de la capital, Kampala. La vida es difícil y miserable. No hay muchas opciones para escapar de la pobreza, excepto por la prostitución o el contrabando.
Sin embargo, para Phiona Mutesi (Madina Nalwanga) una ventana parece abrirse: la jovencita posee un talento increíble para jugar ajedrez y se convertirá en el principal motivo de su tutor, Robert Katende (David Oyelowo), para dar el salto y mejorar, con educación, la calidad de vida de Phiona y otros niños del ghetto que también dominan el llamado deporte de reyes.
El ajedrez como plataforma colonial y, por lo tanto, tablero de salvación.
Phiona deberá sortear dificultades determinadas por su humildísima condición, pero también habrá de superar la protección de Nakku, su madre (Lupita Nyong’o), más interesada en alimentar a la familia y en administrar la ruina, que en elaborar un plan, una estrategia o una táctica para moverse y salir de la estrechez.
Al punto, La reina de Katwe no se aleja de otras producciones del tío Disney. Como La Cenicienta (Clyde Geronimi, 1950), Phiona tendrá la oportunidad de competir, aunque con ciertas limitaciones que la obligarán a replegarse para replantear sus jugadas.
Y como Frozen (Jeff Buck y Jennifer Lee, 2015), habrá de levantarse a partir de conocer la nieve, o mejor dicho, el hielo de la verdadera competencia. Libre soy, libre soy, será entonces el mantra que quizás le permitirá una próxima redención.
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Si bien es cierto que La reina de Katwe no logra desembarazarse de los clichés a los que nos tiene acostumbrados Walt Disney, la cinta se pone interesante durante los momentos en los que Katende se enfrenta a la madre de Phiona y a las autoridades académicas de Uganda para lograr la participación de la próxima sensación en el ajedrez mundial, y la chiquillada marginal que la acompaña.
David Oyelowo posee una vena humorística que sabe manejar y Lupita Nyong’o es el personaje que agrega tensión a la película. Una tensión que apenas es lograda por los torneos de ajedrez que presenta La reina de Katwe. Es entendible. El ajedrez no resulta un juego muy dinámico.
La miseria de Katwe es apenas disimulada con una paleta de colores vivos distribuidos en la pantalla a golpes de turismo e indulgencia. El azote de Uganda, el SIDA, ni siquiera se menciona. La violencia en los ghettos no aparece. La crueldad del régimen – que apenas en 2012 derogó una ley que permitía perseguir, encarcelar y asesinar homosexuales – no existe. En su lugar, los entrenamientos de Phiona, así como sus triunfos y fracasos, constituyen la columna vertebral de La reina de Katwe.
Así, los problemas de la vida en Uganda hacen que La reina de Katwe pretenda abordar en su guión demasiados asuntos. El progreso social y la inadaptación a la pobreza, la responsabilidad familiar, el compromiso comunitario y el valor de la educación no pueden ser cubiertos en su totalidad, cuando la premisa es concentrarse en la victoria ante la adversidad.
No olvidemos que Disney será siempre Disney.
Si divertirse significa estar de acuerdo, La reina de Katwe nos invita al entretenimiento, buscando siempre acariciar el corazón. Y aunque eso no es necesariamente malo, nos hace olvidar el dolor, incluso ahí donde se muestra.
Porque subrayar las oportunidades por encima de las calamidades sociales es engañoso. Se ha publicado que si Phiona Mutesi no existiera, Walt Disney la habría inventado. Pues les tenemos noticias. Lo hizo. Porque Phiona Mutesi no puede ser así de inocente.
Ni que fuera La Cenicienta.
Por Horacio Vidal