Buscando un encuentro que me iluminara el día (Joaquín Sabina) y que a la vez me permitiera conectar con la madre Tierra, más allá de las acciones propagandísticas y comunes que se hicieron este 22 de abril, recibí la invitación al evento del Día Mundial de la Tierra y del Libro, que de manera conjunta convocaron el ISC, La marcha de las putas capítulo Sonora, el colectivo Cautivos por las letras y las artes y el programa nacional Salas de Lectura.
Consciente de que este día, a diferencia de los muchos otros que abultan el calendario y que prácticamente ya no dejan nada sin festejar, la proclamación del Día Mundial por la Tierra no ha caído en saco roto. Por el contrario, ha generado una mayor sensibilización y concientización sobre los vastos problemas que le hemos echado en montón al planeta y que amenazan con desestabilizar nuestra vida a grados insospechados si no le echamos montón, también, para arreglarlos.
Una de las actividades planteadas dentro del evento mencionado era una sesión de yoga a parque abierto, motivo por el cual hice acto de presencia junto con Eloisa Grijalva y Ariel Silva a eso de las seis de la tarde, en el área donde un pequeño grupo de personas se disponía a iniciar una serie de ejercicios para conectar y reconectar nuestra energía con la madre Tierra.
Nos sumamos de inmediato al grupo y en un abrir y cerrar de ojos estábamos estirando los brazos, el cuerpo, las piernas y el tórax. Conectando y reconectando con la energía del universo, la tierra, las plantas, los árboles, el sol, el suelo y el agua; en el marco de un vibrante atardecer en el Parque Madero.
No quiero parecer un ingenuo irredimible que por ir a hacer unos ejercicios de respiración conecta de inmediato con la madre naturaleza. No, el ir a un evento de éstos parte de la convicción profunda de entender, sentir y respetar diariamente al planeta que me da el sustento, la visión, el aire que respiro, los tomates que me como, el agua que consumo, la inteligencia para amar y ser amado y todo lo que tenga que ver con la generación de vida. Además que, he de decirlo, he sido un trabajador ambiental durante muchos años.
De este día se pueden decir muchas cosas: desde los pesimistas que dicen que no hay nada qué celebrar, hasta los optimistas que pensamos que en el día a día hay ya muchas acciones y proyectos desde este pedazo de desierto a muchas partes del mundo, donde gentes de buena voluntad (a nivel personal, individual, colectivo, en grupos específicos o instituciones) están desarrollando acciones y proyectos para enfrentar el deterioro vertiginoso de nuestros ecosistemas, recursos naturales y por ende, nuestra calidad de vida.
Podría mencionar muchos de esos proyectos pero hoy me quiero centrar en este acto sencillo, que como muchos otros, sin muchos aspavientos ni grandes propagandas nos van sensibilizando respecto a los grandes problemas ambientales que como especie hemos creado; pero que también como especie podemos corregir y no llegar a esas crónicas terribles de una catástrofe largamente anunciada.
Por ello, me quedo con esas dos horas espléndidas de conexión y reconexión con nuestra madre Tierra, en la que con un grupito al principio (véase foto), que después creció exponencialmente, celebramos el gozo de estar vivos, la alegría de estar hombro con hombro, respiración con respiración, agradeciendo tanto verdor, tanto viento sutil moviendo plácidamente las copas de las palmeras, sintiendo ese respeto por lo infinito, lo extenso grandilocuente, compartiendo en pequeño no importa, pero sumando esta energía a la construcción de una sensibilidad mayor que se traduzca en más acciones concretas a favor del cambio sustentable en el planeta.
He de decir que las dos horas de meditación terminaron con una espléndida melodía de flauta dulce y cuenco tibetano desarrolladas por Marco Antonio Cabrera, que aparte de ser experto yoguista es músico desde el corazón. Puro gozo, disfrute, alegría y todo sin costo alguno. Exactamente como se comporta la madre Tierra con nosotros. Nos da luz, agua, oxígeno, aire, suelo para cultivar y oceanos para pescar. Es decir casa, cobijo y sustento.. ¿Y nosotros?
Por Héctor Rodríguez Méndez
Fotografía de Clara Luz Montoya
– p u b l i c i d a d –