En el universo de los símbolos “algo significa algo para alguien”. Y si existe un realizador cinematográfico que comprende cómo todo se convierte en un signo, ese es Ingmar Bergman.
El célebre director sueco cumple cien años. Esto representa -en nombre del pragmatismo semiótico- la oportunidad de ver una selección de sus películas, en versiones restauradas, para su exhibición en la pantalla. Las funciones correrán durante los meses de julio a noviembre en Hermosillo.
Autor inevitable, tanto por la belleza de sus imágenes como por el peso de sus ideas, presenta una de sus cintas emblemáticas. Gritos y susurros (1972) explora cuestiones obsesivas en la obra del centenario cineasta: la muerte, la religión y, sobre todo, la mujer. Cuatro mujeres. Tres hermanas y una sirviente. Un argumento: cómo la muerte une, al menos por un instante, las almas desfiguradas de la familia.
La puesta en escena es impecable. En una mansión decorada en rojo menstrual, somos testigos de la agonía de Agnes (Harriet Anderson), atormentada por cáncer de útero. En sus últimos días es cuidada por María (Liv Ullman) y Karin (Ingrid Thulin), sus hermanas; Anna (Kary Sylwan) es la abnegada aya que la consuela en su martirio.
El otoño, el tic-tac de los relojes y el color blanco en el vestuario nos hablan del camino de Agnes hacia su partida. Ella es quien ha permanecido, sola, en la casa materna.
A fuerza de flashbacks, Bergman construye cada uno de los personajes alimentando la tensión desgarradora que surge entre ellas a medida que el fatal descenlace de Agnes se acerca. Para relatar cada episodio, Gritos y susurros hace fundir transiciones en rojo que parecen llenar de sangre la pantalla.
Ingmar Bergman fue el segundo hijo de un pastor luterano. Su vida estuvo marcada por las nociones de pecado, perdón, culpa y misericordia. Aunque se distanció de dicha influencia religiosa, mantuvo abierta la puerta del cristianismo. Sobre todo en su filmografía.
En Gritos y susurros la impronta liturgica aparece tras la muerte de Agnes. Bergman nos ofrece una secuencia onírica a partir de Anna, la sirvienta que le dio cuidados maternos y amorosos a la fallecida.
Agnes, como el Cristo, ha padecido por los pecados de Anna y sus hermanas. Agnes, como el nazareno, muere anticipando su resurección. Agnes, como el salvador, tiende un manto de redención donde Karin y María podrán confesarse para alcanzar su aparente liberación a través del perdón.
Una escena magistral nos muestra a Anna y Agnes transformadas en La Piedad, de Miguel Ángel.
Sin embargo, Bergman nos previene. La vida sigue igual. Después del contacto con el misterio absoluto de la muerte, Karin y María ¿regresan a sus conflictos habituales? Hombres y mujeres. Difícilmente cambiarán.
Gritos y susurros es la pieza de Bergman cuyo trabajo en fotografía resulta fundamental. El uso de los colores en las escenografías, vestuario y detalles de decoración es irreprochable. En su conjunto teje una verdadera poesía visual, vigorosa y atractiva. Es casi hipnótico. Imposible quitar el ojo de la pantalla.
Gritos y susurros ha sido montada sobre una estructura teatral. Siendo una película de personajes, la interacción entre los mismos provoca una sensación de feroz calidez y cercanía. El contenido erótico de varias secuencias es por completo premeditado. Los primeros planos son magistrales.
Bergman, el feminista, ha logrado mostrar en Gritos y susurros un extraordinario capítulo de sororidad, esa nueva solidaridad entre mujeres en alianza para enfrentar un mundo aún patriarcal, pero en esta cinta a partir de una dimensión existencialista, contradictoria y cristiana.
La retrospectiva de Ingmar Bergman continuará. La próxima película será La hora del lobo (Ingmar Bergman, 1968), filme que anticipa uno de los caminos que el horror cinematográfico terminaría por andar: ya no son monstruos, somos los seres humanos el origen de toda perturbación.
En el episodio «Bart el genio», de Los Simpsons (1989- ), un atribulado Homero le confiesa a su hijo: “Lo siento, Bart. Tu madre nos compró boletos para una película rara que dirige un sueco loco”.
Se refería a Ingmar Bergman.
Por Horacio Vidal
Ingmar Bergman and Liv Ullmann on the set of Cries and Whispers