Los entusiastas de los comics de superhéroes suelen atribuir a sus personajes favoritos virtudes y pecados absolutos. Es una actitud más cercana a la filosofía o religión, aunque no hay mucha reflexión crítica. Y eso está lejos de ser un problema, es la forma en la que han sido decretados arquetipos que atrapan y fascinan a los fans.
Es así como El Guasón goza de un sitio privilegiado. Villano del caos, la anarquía y la locura, ha establecido camino de púrpura seducción para aquel que decide interpretarlo en cine o televisión.
Resucitó a César Romero en la serie televisiva sesentera; concedió nuevos bríos a Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989); otorgó el Oscar póstumo para Heath Ledger en El caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) y desbarrancó a Jared Leto en Escuadrón suicida (David Ayer, 2016).
Nada mal para un payaso: “I just hope my death makes more sense than my life.”
En esta, su más reciente aparición, alcanza cuotas de grandeza histriónica – no habrá quien dispute a su protagonista el premio de la Academia -, aunque la película contiene fallas argumentales. Demasiado evidentes.
Guasón (Todd Phillips, 2019) es una producción atrevida, pues busca piedad y compasión – aunque luego la arrebata – para un ser humillado y ofendido, en una cinta brutal e incómoda que, desde el inicio, apunta su dedo implacable hacia el espectador: ¿somos nosotros, es decir, la oscura naturaleza humana, causa y efecto de la ignominia del malévolo clown?
Eso sí, en su conclusión regresa al conservadurismo para condenar la violencia tanto como la furia incontrolable de hordas frenéticas que solo quieren ver arder el mundo: “Is it just me, or is it getting crazier out there?”.
Guasón toma, como piedra de toque, dos filmes: Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1983); por eso, la impronta del cineasta italoamericano está presente durante toda la proyección. Es fuego y lluvia que anima, es homenaje despiadado y atroz.
Pero la película le pertenece por completo a Joaquin Phoenix. En su papel como Arthur Fleck / El Guasón, este actor ha logrado representar la decadencia de un individuo – sumido en la pobreza y el repudio – en su caída a la demencia como nunca antes nadie lo había conseguido.
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Joaquin Phoenix ha transformado su cuerpo a extremos raquíticos y abominables. Nuevo Quasimodo, asemeja un ave de corral, lista para el matadero. Su deformación física es impresionante, porque va acompañada por soledad, invisibilidad social y locura: “All I have are negative thoughts”.
Arthur Fleck busca afecto y respeto, como cualquiera. Y será el mundo, que no el sistema, quien se lo niegue. Una sociedad corrupta e igualmente enferma, puede llegar a ser tan cruel y salvaje como aquellos que son elegidos como apestados.
Así, Murray Franklin (Robert De Niro), es personaje indispensable. Es conexión directa con Martin Scorsese. Como Travis Bickle y, luego, como Rupert Pupkin, está de parte de Arthur Fleck / El Guasón; sin embargo, ahora interpreta al amo del exitoso escenario mainstream al cual Arthur anhela llegar, a pesar de su dudoso talento como comediante: “And Murray, one small thing, when you bring me out, can you introduce me as Joker?”.
Es verdad, en aspectos técnicos y artísticos Guasón no admite reproche alguno. Su paleta de colores – verdes, ocres, grises y negros – transmiten ambiente de podredumbre en Ciudad Gótica, metáfora de la decadencia contemporánea occidental, a pesar de la decisión por ubicar la acción en una época indefinida, ¿a finales de los setentas, o principios de los ochentas, siglo pasado?
Y he aquí el primer reclamo argumental. Si Guasón está inscrita, al menos hace 35 años, ¿cómo llega el video del performance como stand up comedian de Arthur Fleck a las manos de Murray Franklin?
Hay que considerar que entonces las cámaras de video aún no eran personales. Tampoco existían redes sociales o smartphones. Que alguien nos explique.
La segunda protesta es por la pistola que alguien pone en manos de Arthur Fleck, tal vez con toda buena intención. Es elemento importante, pues acelera caída y nacimiento del Guasón.
Al tomar como pié de la letra el canon de Chéjov: “Si hay un rifle en el primer acto, en el segundo o tercero debería desaparecer. Si no va a ser disparado no debería estar ahí”, la película cumple, pues el arma se usa. Y funciona.
Sin embargo, en su desenlace, todos ya anticipamos como será disparado el mortal artefacto, a pesar de la pista falsa que Guasón pretende inocular en el ánimo de la audiencia. La distracción no funciona.
Algunos radicales libres de extrema derecha o izquierda, anarquistas de Starbucks o de café artesanal, sentirán una pequeña epifanía. No hay que olvidar que, en la película, aquellos que desprecian a Arthur Fleck a punta de chingazos y patadas, quizás son los primeros en subirlo en hombros.
Es la conjura de los idiotas que desemboca en la irracionalidad colectiva: “I used to think that my life is a tragedy. But now I realized, it’s a comedy”.
Qué leer antes o después de la función
Más allá del bien y del mal, de Friedrich Nietzsche. Escrito en el siglo XIX, es el comienzo de la filosofía actual: contra la obstinación de los pensadores en busca de la verdad, demoledor hacia la aceptación unánime de la cultura judeo-cristiana, Nietzsche se convierte en una inteligencia admirada y odiada, hasta nuestros días. A martillazos.
Su degradación a la locura añade un elemento de controvertida perturbación en la comprensión e interpretación de sus textos finales. El Doctor Jekyll y Mr. Hyde de la filosofía exige ser leído hoy, más que nunca.
Sí denle el Oscar ahora.
Es un homenaje al cine de Scorsese.