Los domingos -al menos- hay que leer textos que nos alejen de la maldita avalancha noticiosa.
Hoy proponemos un relato muy espacial, compuesto de letras y líneas por igual. Un trabajo de autor -al estilo de CS- de nuestro flamante colaborador don Jorge Isaac Guevara y Encinas.
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Recorro la casona de muros anchos a base de adobes empastados con cal viva, ortogonales trazos definen los espacios de techos altos, la viguería de madera vieja destila en polvos la complacencia de alimentar voraces termitas que gustan de su añejamiento, camino sobre los pisos verdosos por la puzolana y los trapos que afanosamente buscan su brillo, reticulados por cordones incrustados en sus superficie por las manos hábiles del oficio, un galerón a manera de recamara máster, del uso múltiple, de recinto familiar, dos camas grandes y una chica que es a la vez sofá, esta acomodada perpendicular al otro par que se establecen paralelas, alineadas a la rectitud del muro.
Pasadizo diario que conduce a los servicios, la cocina que da al patio y un baño muy amplio con recubrimientos pulidos para soportar las humedades y reducto también de las reprimendas educativas del padre, al baño decía la imperiosa voz, dos eternos minutos después un cinturón ancho con una hebilla con letrero implícito, decía Sonora, franjeada por unas botas y un sombrero debidamente detalladas en un metal moldeable, dos cintarazos en las piernas sonrojadas ante el “ no metas las manos que es peor…” la cocina de aromas de los guisos habituales, de aceites vegetales y manteca de puerco, una ventana con perfiles de madera que soportaban la transparencia de vidrios imperceptibles, enmarcada por cortinas de algodón confeccionadas en la vieja máquina Singer de la jefa de las faenas acostumbradas, atrás un patio amplio, los solares del primer cuadro medían 20 por 50.
Ahí se daban múltiples acciones como la lavandería diaria bajo un guamúchil, instalaciones rudimentarias con sistemas de canales abiertos para conducir las aguas jabonosas y tendederos de lado a lado, diagonales que multiplicaban la geometría del espacio abierto al azul macizo del cielo, en donde se establecía la recámara veraniega de catres tendidos uno tras otro también paralelos, con un acomodo rutinario casi religioso que culminaba con los integrantes en posición horizontal prevaleciendo una voz indicadora, de la vía láctea que reinaba allá en el remate de los ojos atentos como pizarrón de las enseñanzas estrelladas, las Osas, la Grande y la Chica, Aldebarán, Marte, Júpiter, la Estrella de Davis, los Ojitos de Santa Lucía….muy temprano el astro Sol nos despertaba a través de moscas mañaneras que merodeaban las sábanas húmedas de sudoraciones y brisas ambientales, el levantar los camastros de lona blanca establecía generación de ruidos rítmicos que anunciaban el nuevo día. (Dormir en el patio fenece con la aparición de los aires acondicionados, de la refrigeración).
La sala con una división a base de un bastidor de madera recubierto con fibracel, una puerta central con un resorte que garantizaba su atrancada posición para pasar al local que ocupaba un salón de belleza que daba a la calle abierta de damas que requerían peinar sus cabellos prevaleciendo en la época promontorios elevados fijados con laca impulsada por la presión de la manos, antecedente del aerosol, chongos que prolongaban en un promedio de diez centímetros la estatura de las damas que pacientes inhalaban el fuerte aroma del pegamento volátil…
La sala establecía el acceso a la casa, cuya fachada era típica de la construcción reinante en los pueblos del noroeste de la geografía de la nación, una repetición de puertas con ritmo, establecían una fusión con la ventanearía carente, unas de ellas estaban fijas y confeccionadas con unas rejas de madera con cortinas soportadas ingeniosamente por un alambre galvanizado , también hechas en la máquina de coser que estaba en un sitio fijo en donde incidía la luz y siempre cubierta con una piel de venado traído de la sierra del Bacatete. Ahí también un radio Zenith de banda ancha y un televisor Telefunken pionero en el pueblo en términos de electrodomésticos.
Bajo el árbol de vainas rojas y pulpa blanca atado a su tronco permanecía el perro llamado Oso, como si no bastara su canina presencia, así lo llamaron en cuestionable fusión animal, ahí mismo el lavadero una placa de concreto acanalado desgastado por el vaivén interminable del fregado, cíclico y periódico quehacer hasta que la ropería se deshilaba en las penas del resumidero.
Sembradíos eventuales de milpas establecían una celosía que vestibulaba la transparencia del patio vecino, la barda remataba con ladrillos puntiagudos y empinados para delimitar el solar.
La banqueta amplia, ancha, establecía el contacto con el exterior colmado de caminantes vecinos que atravesaban la céntrica plaza y se dirigían al cercano mercado municipal, por las tardes las poltronas invadían el andador para remansar la tarde y coincidir con los transeúntes que culminaban la jornada con las pláticas vespertinas; enfrente se abría el espacio de la plaza con bancas de madera pintadas de verde árbol, recinto de los parroquianos ávidos de destripar el ocio.
La casa recinto de infancias formativas, el hogar colmado de vivencias y energías que establecen el cimiente, el basamento, estuvo ahí hasta que la modernidad la sustituyó por otra de visiones importadas de entrepisos diminutos de una horizontalidad desacorde con el paisaje de por sí, plano, murió en escombros, en terregales, pero vive en la mente de quien creció en sus parámetros circundantes, en su regia cuadratura.
Casona que trazaste la percepción de altas techumbres, de espacios transparentes, de enfoques que rematan con la Osa Mayor, mas allá de la línea del horizonte, que estableció la fascinación por el levante y el poniente, rosa de los vientos, geografía, entablado.
Casa de tierra forjada, vertical estructura
Para soportar los techos de madera
Y, más tierra aun
Recinto de espíritus
De crecimiento
Delimitación de la percepción
Morada, casona
Refugio, nido
Plataforma
Textos y dibujo por Jorge I Guevara