Por otra parte, la cinematografía mexicana comercial atraviesa un buen momento. Producción, comercialización y distribución se muestran ágiles, experimentados y contundentes. Sobre todo en la comedia.
Casi una gran estafa (Guillermo Barba, 2017) pretende abordar una trama complicada, y aunque queda bastante a deber, logra algunos momentos de verdadera hilaridad.
La cosa va así. Tres amigos deciden cometer un robo de monedas centenarios que salió mal. Adalberto, autor intelectual del delito (Juan Pablo Medina), está en la cárcel; Rubén (Daniel Haddad) ha decidido vender la historia del atraco al cine y Elena (Zuria Vega), la enamorada del tercer involucrado – simplemente desaparecido y por tanto jamás aparece durante el filme – es la primera en saltar de indignación.
Después, cuando Adalberto se entera en prisión de lo que su cómplice ha hecho, el asunto se complica todavía más.
Y por si esto fuera poco, Alejandro (Christopher Von Uckermann) es el reportero castigado quien al cubrir la filmación de la pretendida película del robo, descubrirá cómo todos se copian a todos caminando de forma irremediable al fracaso.
Casi una gran estafa abre demasiados frentes y no los consigue unir del todo.
Por una parte es una metapelícula, es decir, una película dentro de otra. Resulta muy cómico asistir a la producción del argumento interior para reir de los aires de autor de su “director” (Roberto Duarte). Éste, sin la menor pizca de vergüenza, plagia a Perros de reserva (Quentin Tarantino, 1992), se roba ideas de todos los involucrados, fanfarronea de haber trabajado con Lubezki y, de pasadita, resulta más temperamental que John Huston.
-Eso es un plagio a Tarantino, le reclaman al “director”.
-Es un homenaje, responde el aludido.
La otra línea del guión es la que sufre de mayor falta de verosimilitud. Por lo tanto, es floja.
El triángulo no amoroso entre Adalberto, Elena y Rubén no termina de lograrse. Siempre falta el ausente, el desaparecido cómplice de quién todo mundo habla y que nadie necesita, ni siquiera el argumento.
Si Rubén es tan tonto y apocado, ¿cómo fue que participó en un robo del cual nadie sabe cómo fue y porqué resulto mal?
Adalberto es un “matón”. Incluso, desde la cárcel, accede a instruir a Polo Brando (Roberto Aguirre), el actor que lo interpretará en la cinta de marras. Por supuesto, Brando, como Marlon. Y el histrión también trae su juego de engaños y mentiras, faltaba más.
La aparición de Alejandro, el reportero, tiene la intención de dar forma al absurdo – tendencia natural en una comedia de enredos -, pero en realidad solo agrega más confusión a Casi una gran estafa.
Queda claro que el propósito inicial de Casi una gran estafa es construir una crítica a la falta de profundidad en los guiones, la ausencia de profesionalismo al momento de elegir un elenco, el poco respeto que se le otorga a los verdaderos creadores y al acto de copiar, copiar, copiar y hacer de esto un estilo de vida.
En suma, Casi una gran estafa se convierte en un búmeran que se vuelve contra sí misma y se le estrella en la cara a todos los participantes. Es verdad, no es una comedia romántica. Es una farsa. Por eso necesitaba un principio y un final mucho más definido.
¡Qué pirata!
Posdata: La frase “El respeto al derecho ajeno es la paz”, pronunciada por el Benemérito Benito Juárez no es de su autoría, le pertenece a Immanuel Kant, al escribirla en La paz perpetua, editada en 1795.
Por Horacio Vidal