Históricamente, existen grupos de personas las cuales han hecho del amedrentamiento, el chantaje, la intriga, la rumorología, el mitote y el berrinche, las supuestas formas de «inconformidad ciudadana», muchas ocasiones no son más que la pérdida temporal o permanente de beneficios económicos, materiales o favores ante alguno de los niveles de gobierno sea municipal, estatal o federal. Esto suele ocurrir cuando el partido político en el poder, no es el proveedor económico tradicional, convertido en mecenas de facciones de colectivos artísticos, inconformes al ser desplazados de puestos políticos y, por ende, espacios de distribución de recursos económicos.
Tengo años siguiendo ese fenómeno a esos tres niveles, la constante es la misma: grupúsculos autoerigidos a nivel municipal muchas veces, como el non plus ultra, el jet set cultural o cacicazgo elitista de las bellas artes. Realmente su preocupación no gravita en torno a las políticas públicas en materia cultural; importan e interesan deseos personales y mantener a raya a personas interesadas en desarrollarse en el rubro de bellas artes y humanidades.
Las manifestaciones artísticas de grupos nativos, muchas veces las desprecian, pero suelen ser incorporadas como una suerte de manifestación exótica o folklórica, manteniendo posturas paternalistas a ese itinerario que usurpa el mote de ciudadano, orientado a acuerparse a determinadas corrientes ideológicas y/o políticas. En suma, están al mejor postor. Los espacios culturales los aprovechan de forma de socializar ideas confusas, insustanciales e incluso retrogradas. Sus premios, publicaciones u obras (si las tienen), provienen de acuerdos de apoyo de desempleo o lealtades políticas, aderezadas a base de talonario o sobres Manila con papel moneda de alta denominación. Difícilmente forman cuadros de nuevos representantes de alguna corriente artística, ciencia social o humanística, quieren incondicionales, aduladores de pacotilla, simios de feria que no dejen de aplaudir. No se comparte ni interactúa, se ataca de manera de clan a los gobiernos en turno.
Muchas no cuentan con una formación académica, tampoco hay una búsqueda de actualización o capacitación. No estoy en contra de las personas autodidactas en ninguna área, pero indudablemente quien aspire a vivir de alguna actividad artística, literaria o de la ciencia social, necesariamente deberá generar rutas de formación profesional. Sentirse influyente o voz autorizada para opinar en materia cultural, desde las redes sociales, solo demuestra la falta de seguridad en eso que crees es tú producción artística. Muestra inequívoca es verlos en los colectivas artísticos endulzando oídos, inflando egos e incitando al divisionismo. Pero al final, no eres nada o en su defecto, solo un cero a la izquierda, un bufón de la farándula, una caricatura barata. Ponte a estudiar, capacítate, gana premios, publica, muéstrate sensible ante causas sociales, se empático, convierte en un verdadero artista, no seas un ambientador de bajo fondo o redes sociales.
Los gobiernos deben ser llamados a cuentas en cualquiera de sus niveles, exigir de forma creativa e inteligente, mostrar oficio, no víscera ni rapacidad. Exhibir ganas de crecer en términos artísticos, no de ser cooptado para integrar rancios clanes de eternos inconformes.
Ilustración de David López Portillo
No entendí si el comentario de Aboytes va dirgido al mundo cultural sonorense u a otro.
Hola Héctor, mucho gusto ! Mi comentario en gran medida se centra en Sinaloa, aunque como viví en Guadalajara y Cd de México, varias reflexiones están guiadas también por esos escenarios culturales. Tengo años conviviendo con sonorenses, más allá de las particularidades, hay puntos de convergencia a mi ver.
Una disculpa: debí escribir «o a otro».