Hermosillo, Sonora.-
En el año de 1986 ejercían el oficio ciento setenta y cinco mujeres, de las cuales, ciento cincuenta eran originarias de Sinaloa y veinticinco de Nayarit y Sonora. (El Imparcial, 1 de Junio de 1986). Los conflictos y las quejas continuaron y la zona seguía en su lugar. Norma Alicia Pimienta, en reportaje publicado el 18 de enero de 1986, recuerda que treinta años antes, cuando habilitaron la zona, no había fraccionamiento, ni colonias, ni espacios de diversión como las unidades deportivas. A diferencia de las primeras opiniones divididas, ahora queda claro que la zona es un conflicto urbano ya difícil de evadir. A las dos colonias citadas el año anterior, agregan ahora varios fraccionamientos que, aunque no están en sus inmediaciones, sus vecinos transitan por el rumbo: Camino Real, Misión, Viñedos, Las Aves, Los Colonos, San Javier, Primero Hermosillo, Isabeles y otros. El conflicto se agudiza, pues los propietarios muestran credenciales de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), con sus respectivas credenciales del PRI. Unos están por su desaparición y otros por su permanencia, mientras los vecinos reclaman que la zona contamina la salud social, ya que por el rumbo transitan estudiantes, desde primaria hasta estudios superiores, esperando el, “…transporte en esas esquinas donde bostezan señora desveladas que acaba de terminar una jornada más de trabajo; de que es común que señores que acudieron al lugar, bebieron tanto, que al día siguiente no pudieron conducir y amanecieron en los patios del lugar, recostados sobre la dirección del auto. Ya el sol se encargara de despertarlos para que luego expresen ¿On’toy?” (Ídem). Los tres sitios seleccionados para su traslado presentaban inconvenientes. Rumbo al Cerro Colorado, carecía de agua; al poniente del Café Combate, queda encajonado y fuera de la vista, además el regreso por la carretera internacional, demasiado peligroso para personas conduciendo en estado inconveniente y, en la salida a La Colorada fue rechazada por los industriales y empresarios.
Beatriz Padilla Matamoros, reportera de conocido diario local, hace un balance del futuro cierre de la zona, en una encuesta pública. Cuestiona a estudiantes, taxistas, amas de casa y hasta personas venidas de otros lugares del país. Hubo quienes, al parecer, vieron la clausura desconectada de sus futuros efectos en la ciudad, “Hasta que hubo alguien que se atreviera a hacerlo, que es una vergüenza que exista dicho lugar.” (23 de Diciembre de 1987). Como si el cierre del espacio llevara a la desaparición de la actividad. Para otros encuestados, fue un simple traslado de lugar, citando el Jardín Juárez como el futuro centro de los llamados “placeres prohibidos”. Un visitante asiduo a la zona, declaró, casi en tono de reto, que lo que las autoridades llaman “un problema”, no desaparecerá y solo cambiara de lugar, como efectivamente sucedió. Clausurada la zona de tolerancia, el primero de enero de 1988, exactamente a las doce del día, inicia la reconversión del sitio. A la vez que los edificios se van degradando, aumenta el diálogo urbano por el futuro del lugar y de la actividad que va tomando por asalto algunos lugares de la ciudad.
La desaparición del espacio no trajo la desaparición de la actividad. Los propietarios de los cabarets de la antigua zona no fueron muy lejos para reiniciar el negocio, a pesar de las quejas de los vecinos. La propietaria del cabaret “Lucila’s” invertía en la construcción de otro local en las cercanías, y en fuertes sumas de dinero a funcionarios medios, para abrir en la esquina del Periférico Norte y la calle Leandro P. Gaxiola, a pocas cuadras de la antigua zona de tolerancia. A la declaración del presidente municipal, de que la zona no sería reabierta, Norman Navarro, en otro reportaje sobre el tema, le contesta: “Claro que ¡no!, ya que en realidad siempre ha estado abierta;” (E. I. 3 de Diciembre de 1989). Una actividad social, del peso de la prostitución, es un espacio físico y mental que no puede erradicarse por decreto. Los congales, continúa Navarro, se distribuyeron por varios puntos de la ciudad, y en especial por el Periférico Norte, entre las calles José Obregón y la 12 de Octubre.
Los establecimientos concentrados en la desaparecida zona, fueron reubicados, de manera casi clandestina, en la franja del Periférico Norte, que va de la calle José Obregón a la 12 de Octubre. Una extensa franja ya poblada con vecinos, que fueron los primeros en enfrentar el desalojo de la colonia Las Flores. Javier “N”, que vivía atrás del “Par de Ases”, con su negocio vecino a sus casa, manifestó su descontento por el ruido y el continuo movimiento de taxis que no dejaba dormir. La cantina ya abría sus puertas desde antes de la clausura y con ésta, cambió de giro hacia la prostitución. Javier ya pensaba seriamente en vender su propiedad por los problemas ocasionados por el tugurio. Por su parte, Felipe “N”, quien vivía por la Eduardo W. Villa, una cuadra al sur del Periférico Norte, vio su calle invadida por los parroquianos de la zona, que golpeaban los del vecindario al salir en malas condiciones. El problema era realmente grave. Otro vecino, dijo sentir “…rabia por lo que está pasando aquí. Amanecen nuestras banquetas llenas de orines y hasta excremento.” (Ídem). Bertha Alicia “N”, vecina de uno de los congales, declaró que han insistido en comprarle su propiedad, pues tendría problemas con éste si continuaba viviendo en ese domicilio.
Sylvia Padilla M., en reportaje publicado el 30 de noviembre de 1989, comenta con cierto humor negro, que hay más vida en la funeraria localizada en la calle Laurel, que en lo que anteriormente fuera, “…la zona más alegre de la ciudad.” (E. I. 30 de Noviembre de 1989). El vecindario continúa con las miras en el lugar, imaginando el futuro de lo que fuera un sitio conflictivo y que ahora, en el abandono, son focos de infección. Edmundo Astiazarán, presidente municipal, declaró que la iniciativa privada está ya tomando cartas en el asunto, “Lo importante es que los terrenos ya no sean utilizados para el fin con el que fueron creados y ahora se espera que se conviertan en una zona industrial de Hermosillo.” (Ídem). Mientras la mancha del “pecado” se va extendiendo por algunos sitios muy bien delimitados de la ciudad, inicia una lenta reconversión de lo que fuera la zona. En sus inicios, la imaginación de los vecinos, va dando forma urbana al desolado sitio. Centros comerciales, de salud, oficinas de correos y telégrafos.
El cierre de la zona desparramó el “problema” por importantes sectores de la ciudad, en detrimento de los vecinos y de las mismas prostitutas que enfrentaban ahora a “…los policías vivales que se dedican a extorsionarlas.” (E. I. 10 de Noviembre de 1992). El diputado Candelario Núñez Zazueta, del Partido Popular Socialista (PPS), propuso, por el bien de la sociedad y de las meretrices, la reapertura de la zona en un lugar alejado de la ciudad. Consideró desafortunada la medida tomada para el cierre de la zona, pues ahora las prostitutas andan ofreciendo sus servicios en los cruceros importantes, en centros nocturnos y en otros espacios públicos. La propuesta de reabrir la zona alertó de nuevo al vecindario que de inmediato entró en la polémica, esgrimiendo los conocidos argumentos sobre la moral y la salud pública. La madre superiora María José, solo dieron su nombre, manifestó su tristeza por este mal social difícil de abolir, pues “…siempre ha existido.” (12 de Noviembre de 1992). María del Carmen Solís, con pragmatismo, opinó sobre la necesidad de abrir una zona de tolerancia para un mejor control sanitario. Juana Rodríguez, habló sobre el respeto a los demás. Daniel Ramos, afirmó que quienes “…andan en esto, es por gusto o necesidad.” (Ídem). Marcelo Robles, regresa al moralismo, denunciando que la prostitución degrada a la sociedad y no debe fomentarse. Como si fuera necesario hacerlo. La sociedad se mantuvo al margen del “problema” mientras este ejercicio fuera a “puertas cerradas”.
Fotos al periódico by Benjamín Rascón