Desde su publicación, El hombre de las mil caras, de Joseph Campbell, estableció la plataforma de lanzamiento para épicas hazañas. Hay un modelo básico a desarrollar: el protagonista emprende una aventura, supera retos y desafíos, aprende valiosas lecciones y vuelve a casa transformado, pues ha ascendido -en su interior- en una espiral de crecimiento.
El genial antropólogo y mitólogo norteamericano, a través de la propagación de su monomito, aportó elementos que han sido desplegados, una y otra vez, por el cine de aventuras y de ciencia ficción.
Es así como ahora se exhibe Ad Astra (James Gray, 2019), la más reciente odisea en el espacio que explora la galaxia infinita, pero también proyecta conflictos existenciales y desolación en los astronautas, provocada por la negra soledad y la muerte.
Estamos, de nuevo en la estela dejada por Elegidos para la gloria (Philip Kauffman, 1983), Gravedad (Alfonso Cuarón, 2013), El primer hombre en la luna (Demian Chazelle, 2018) y, sobre todo, por la portentosa balada rock, Space Oddity, de David Bowie.
En Ad Astra: hacia las estrellas, Roy McBride (Brad Pitt), curtido navegante sideral, recibe la orden de viajar a la última frontera del sistema solar para averiguar qué ha pasado con Clifford McBride (Tommy Lee Jones), su legendario padre, quien se embarcó con el propósito de encontrar vida inteligente en el universo, sin dejar rastro de su tripulación desde hace más de 15 años.
Se le creía muerto. Sin embargo, una serie de sobrecargas eléctricas provenientes de Neptuno – último lugar registrado de la misión de Clifford McBride -, amenazan a la humanidad. Es necesario emprender la extraordinaria tarea de conocer la verdad, para actuar en consecuencia.
Roy emprenderá un viaje hacia el cosmos. Busca respuestas sobre las catástrofes terrícolas, su padre y él mismo.
Entonces, tal como lo advirtió Campbell, desde 1949, y lo comprendió Apocalipsis ahora (Francis Ford Coppola, 1979), el héroe tendrá aliados y enemigos que darán las señales precisas para entender lo sucedido.
Roy McBride recibirá la oportunidad de escapar del naufragio emocional que le acosa: la pérdida del padre. Darth Vader, ¿le espera?
Ad Astra: hacia las estrellas, logra comunicar la angustia de este hombre herido a través de intensos close ups, en contraste con el espacio infinito y con emocionales flash backs en el lejano planeta Tierra. Hogar, infancia, amor y felicidad mostrarán el origen de fuerza y debilidad de Roy McBride, en puntual homenaje a Solaris (Andrei Tarkovsky, 1971).
Aunque, en el espacio, nadie escuchará tu llanto.
Sin romper el ritmo pausado que exige el viaje interior, el espectáculo se impone. Hay suspenso, sorpresas, una persecución en la superficie lunar que recordaremos por años y una estupenda fotografía que va de la mano con la sonorización más eficiente para la contemplación de realistas paisajes planetarios.
En su apartado técnico, Ad Astra: hacia las estrellas, resulta una experiencia cinematográfica impecable.
Anclada a la realidad, esta película no muestra interés en profetizar o ahondar demasiado en distopias siempre atractivas para seguidores del género. A cambio, apuesta por un futuro posible: ¿que ocurriría si en verdad los seres humanos colonizaramos la luna, por ejemplo? Ad Astra: hacia las estrellas, elabora situaciones nada alejadas a la naturaleza humana.
Además, de acuerdo con el universo propuesto por este filme, en el futuro próximo, la testosterona sigue empoderada al infinito y más allá. Es cierto, intervenciones femeninas aparecen en jerarquías reflejo de la actual equidad de género, pero esta cinta es una de cowboys en el espacio. Vulnerables, contradictorios y con el casco bien puesto.
La Ripley de Alien (Ridley Scott, 1979), puede permanecer tranquila.
Y está Brad Pitt. Encasillado en rol de galán inapelable, en su cincuentena, este año, nos ha dado un uno-dos irreprochable: Cliff Booth, en Érase una vez en Hollywood (Quentin Tarantino, 2019) y este astronauta, solitario, atribulado, y con posibilidad de redención, Roy McBride.
Quizás, el gran problema de Ad Astra: hacia las estrellas, está en su capítulo final. El guión, escrito por el propio James Gray, falla en la confrontación última. Resulta demasiado predecible y echa por la borda el cuidado mostrado durante dos horas de metraje.
Por eso, Ad Astra: hacia las estrellas, renuncia a ser la gran película que prometió. Tal situación no le niega ser heraldo del proverbial pesimismo terrestre, al advertirnos que, incluso en el espacio sideral, seguiremos arrastrando nuestras muy humanas limitaciones.
No somos ni buenos, ni malos.
Simplemente, lo complicamos todo.
Qué leer antes o después de la función
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Un viaje por la selva africana, a través del río Congo, en busca del mítico y misterioso compañero Kurtz, se convierte en una maravillosa odisea con ataques de los nativos, obstáculos de la indomable naturaleza y la exploración íntima de Marlowe, el líder de la exploración.
Cuando Marlowe descubre el escondite de Kurtz, encontrará un reino inteligente, lúcido, pero moralmente ambiguo, metáfora de la degradación humana y las contradicciones a las que es capaz de llegar un ser abandonado a las fuerzas de la jungla.
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Nosotros tampoco somos buenos ni malos
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