Hermosillo, Sonora.-
Y entonces viene la introspección y conclusión: —Papá, esta historia no tiene nada que ver con sembrar—.
Apenas salíamos del Teatro de la Ciudad cuando mi hija Luna me comentó con su rostro sereno y seguro. Quemé cinta y analicé. De camino a casa recorrí de nuevo las coreografías, las narraciones, la música, iluminación, escenografía: la euforia y la trascendencia de la presentación de un domingo por la tarde en la cual las familias acudimos para observar y sentir el pronunciamiento físico maravillosos de nuestros hijos.
A manera de conclusión de los talleres en zonas rurales, en colonias de la periferia, la costa de Hermosillo, vivimos la devoción de un domingo de arte. No pude explicar a Luna los motivos del título del programa-obra en la que fervientes aplaudimos de principio a fin.
Debe ser porque me perdí en las conjeturas, más que sesudas, emocionales de esa tarde teatro.
Cuán lindo sería que todas las infancias y juventudes nos viéramos inmersos en proyectos de arte como este, me dije una y otra vez.
Entonces tendríamos menos hijos ausentes, más proyectos redituables desde la armonía social, la identidad bien definida en cada uno de los protagonistas. Entonces las causas políticas-sociales, nos prendarían de credibilidad y gratitud.
Celeste Taddei es diputada, responsable, junto a un gran equipo de colaboradores, de que este domingo febril nos convocáramos al teatro, y tuviéramos por cierre o inicio de semana, esa tarde feliz donde padres e hijos dijimos presente en la vida.
Porque las notas musicales, porque la textura de la puesta en escena, porque los movimientos corporales en esas coreografías, porque la libertad, porque una nota de clarinete, un sonido de saxofón, las trompetas y guitarras.
La conversación en el escenario, la comunicación a través de las miradas, la solidaridad, el hacer equipo, el mostrar los resultados, el sí se puede, son las semillas que se siembran cuando la voluntad es vocación. Esto debí decirle a Luna, pero me lo quedé en ese quemar de cinta a partir de su comentario.
Acudimos todos, y no sabemos qué fue lo que más nos hizo felices, si esos niños, adolescentes en escena o esas miradas plenas de padres y madres. Porque la historia contemporánea, lo sabemos todos, no es un duchado de rosas, porque ahora como siempre, o ahora más que nunca, la incertidumbre nos pisa los talones. Entonces, digo, concluyo, me pregunto: no es el arte el mejor lugar para proteger a nuestros hijos. Lo dijo Celeste Taddei, también con la convicción y sonrisa plena, en la emoción de la gratitud como respuesta de quienes todo lo dieron en escena.
Hubo un instante en el que se nos erizó la piel,
o muchos instantes: ese de cuando el niño se libera de las instrucciones e improvisa un saludo desde el escenario, porque allí estábamos los padres, porque la inocencia tiene cariz de alegría y el amor es la búsqueda más apremiante. Los padres replicamos el saludo y un grito de felicidad.
O ese otro momento donde el compromiso en la mirada, en la ejecución, de esa niña del clarinete, Dios mío, qué manera de romperla. ¿Y el maestro?: uf, el atino certero en la conducción, la impronta necesidad de sembrar estrellas para lanzarlas al viento, a nuestras miradas.
Ahora Luna sabe, porque lo atestiguó, que el cuerpo requiere decir los acordes inmersos en sus latidos, que hay niños como ella que tiene la capacidad de expresar y treparse al escenario. Ahora Luna sabe que la siembra puede ser literal o metafórica, porque antes del arribo a nuestra casa a ella misma se le iluminó la sonrisa con esa frase de su hermano el Manu: “Luna, en el teatro la siembra fueron los niños bailando y nosotros celebrando”.
Al arte siempre, a la escena: otra vez.
Texto y fotografía por L. Carlos Sánchez
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