Azul camina por entre las mesas.

Huele a cemento mojado, a marisco recién cocinado, a aplausos a la fuerza, a miradas que juzgan sin conocer. Así es el camino de Azul que anda por los pasillos de los botaneros de la costa. No de uno solo, sino de varios en la región.

Azul es el número musical a medio comer, a media mordida; para algunos es la intervención incómoda, para otros el momento esperado de la tarde. Pero Azul no se detiene.

Azul hace lo que más le gusta hacer: canta, baila, se contornea, se mueve, se hace sentir entre las voces y miradas juzgadoras. Azul no es el número de un show. Para Azul, presentarse frente a desconocidos es la oportunidad de que la indiferencia deje de doler.

A Azul lo conocí cuando lo vi en un botanero de Tecuala, un municipio de la costa de Nayarit. Allí, entre su parafernalia y vestimenta de Juan Gabriel, Azul brinda un homenaje al Divo del Pueblo. Con su canto, baile y coqueteo, Azul viaja por entre las mesas, los camarones, el ceviche, el aguachile y las cervezas Pacífico. El botanero es la cantina familiar de Nayarit, donde corren y parten el aire denso los platillos de mariscos, los cuartitos de cerveza, las gordas de queso, los discos y películas piratas. El ecosistema de Azul.

Azul le pide prestado a Juan Gabriel el personaje, pero lo que arroja en su canto, en su mirada, en sus meneos, no es Juan Gabriel, es Azul, es la persona que detrás tiene dolor y que lo tranquiliza con el espectáculo.

Azul no le teme al qué dirán. Con su humilde bocina, y entre ojos desconocidos -que quizás ni un peso le darán por su espectáculo-, Azul se esparce entre el escenario que supone el encementado que soporta las mesas de plástico y las sillas de madera con hilo.

Le miro el rostro. Luce feliz, pero algo me llama. Me acerco a él. Le pregunto cómo está. Me dice que bien. Le pregunto más y me responde aún más. Pasamos de ser cliente y servidor a un vínculo, una especie de lugar seguro.

  • “¿Cómo te llamas?”
  • “Azul”
  • “¿Hace cuánto tiempo te dedicas a estar en los botaneros?
  • “Ya tengo 12 años en esto”.
  • “¿Nada más con Juan Gabriel?
  • “No, muchos artistas más. Marisela, Amanda Miguel, Lupita D’Alessio, entre otros. ¡Los que me dé la chingada gana! Al cabo, lo bonito es sentir la música, vivirla…”
  • “¿Y por qué lo haces?
  • “Porque me encanta, te lo vuelvo a repetir. Lo que se ve no se pregunta. (Ríe) Por el éxito que cosecho”.
  • ¿Y qué te gustaría?
  • No sé. Tú, tal vez (ríe).
  • ¿Algo que quisieras comentar de Nayarit?
  • Yo vivo aquí en Tecuala, Nayarit. Me gusta venir a divertirme junto con todos los visitantes. Los que viven también aquí. Me gusta ser alegre. Me gusta mucho el marisco, también. Y gracias a todos los que vienen de fuera por venir a aquí a Tecuala. En todo Nayarit el marisco es fresco… ¡También en Sonora!
  • ¿Qué es de tu día a día?
  • Me pongo a ensayar, a arreglar mi ropa con la que salgo, diseño también mis propios trajes, me gusta cocinar también.
  • ¿Tu día se acaba ahorita?
  • No, mi día no se acaba nunca. De noche sueño bien bonito.
  • ¿A dónde vas ahorita?
  • A otros lugares públicos. No puedo con tanto. Me contratan para fiestas privadas.

Después de nuestro breve diálogo, que fue interrumpido por asistentes que le rogaban por su espectáculo, a Azul solo le alcancé a ver en los ojos una especie de melancolía. Platicamos un minuto, pero Azul no tenía silencio. Lo que lo calló fue la necesidad de regresar al espectáculo.

Cuando a Azul le pregunté por sus datos personales, y alguna forma de contacto, sus ojos brillaron. Quiero creer que era de esperanza. Sus ojos se convirtieron en luna llena como buscando a alguien más. Y aunque quisimos platicar más, la gente en el fondo no dejaba de repetir y clamar su nombre, pidiéndole que regresara al espectáculo: “¡Azul, Azul, Azul!”.

Azul me dijo que también podía conocerlo como Jacob. Jacob. Jacob.

Jacob es un tremendísimo artista. Tanto que lo confundo con Azul.

A ambos se les encuentra entre las mesas de mariscos, cuando el aire vuela hacia el horizonte y el cielo solo grita “¡échate otra!”. Azul lo veo en cada botanero, en cada limonada, en cada plato de camarones. A Jacob le tengo esperanza de una vida nueva. De una vida donde los aplausos no se acaben cuando se terminen las copas. Cuando ese reconocimiento siga incluso en la noche. Incluso en la madrugada cuando Azul y Jacob no se saben diferenciar.

Sobre la autora / autor

Nació en Hermosillo (1998). Es estudiante del Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora, plantel Reforma, y colaborador del Instituto Sonorense de Cultura. Escritor y narrador. Ha participado en varios certámenes de narrativa y cuento breve, así como en el Concurso del Libro Sonorense 2016. Asiste al taller de creación literaria Altazor, a cargo del escritor Horacio Valencia Rubio.

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