Abrimos semana bien, con un relato de Jorge Damián Méndez, viejo conocido de esta casa editorial 🙂


Era una noche calurosa de agosto y yo estaba barriendo las hojas secas de un árbol que el viento siempre detenía en mi banqueta. Terminaba de limpiar cuando salió a su patio don Berna, un vecino alcohólico de setenta años que vivía enfrente y que se ganaba la vida lavando autos afuera de una iglesia junto al cruce fronterizo. Apenas hicimos contacto visual vino hacia mí para pedirme un favor: que subiera su garrafón de agua a su mesa.

Acepté ayudarlo y cruzamos la calle. Nunca había entrado a su pequeña casa que olía a que ahí se fumaba tabaco las 24 horas del día. Doña Lucía, su esposa, estaba en la cocina amasando una gran bola blanca; los vecinos sabíamos que cocinaba tortillas de harina para venderlas en las tiendas de la zona. La señora lanzó una bocanada de tabaco y se quitó el sudor de la frente con el antebrazo derecho antes de dirigirse a mí.

―Nos da mucha pena molestarlo, joven, pero hace unos días mi esposo quiso levantar un saco de harina y se lastimó el hombro, ¿puede creerlo? ―me dijo antes de dar una nueva fumada.

―No se preocupe, hace unos meses me lastimé la cintura intentando ponerme un pantalón estando de pie ―le contesté mientras levantaba del piso el garrafón y lo colocaba en la mesa junto a la bola de harina. 

―No sea tímido, cómase una tortilla, están recién hechas.

Tomé una tortilla de un recipiente junto a la estufa, la hice rollo y comencé a masticarla. A unos metros de nosotros don Berna se hallaba sentado en un sillón individual de terciopelo color guinda; permanecía en silencio, concentrado, con el semblante de un fanático que mira un aburrido, pero importante partido de beisbol. Aunque frente a él, en la televisión, no había un encuentro deportivo sino una película pornográfica en la que una rubia cogía con tres hombres afroamericanos que usaban lentes oscuros y tenían manchas de sangre en el rostro.

 ―Está buena la movie, ¿no? Hace rato la estaba viendo nomás que la puse en pausa para ir contigo ―me dijo antes de darle una larga fumada a su cigarro y devolverlo al cenicero que tenía entre las piernas.

―¿De qué se trata? ―le pregunté por cortesía y no por interés. No me contestó, pero sin despegar los ojos de la tele me dio un estuche con la portada de la película titulada: Los zombis rompecorazones. Según la sinopsis unos strippers habían revivido mediante un hechizo y ahora, convertidos en zombis, buscaban bailar y cogerse a todas las rubias de la ciudad. 

Los tres dejamos de hablar y el espacio acústico del hogar fue invadido por los gritos y jadeos de la rubia detrás de la pantalla. Entonces imaginé que los viejos y yo éramos una familia de los años sesenta reunida frente a un televisor recién adquirido en abonos; también pude vernos en una cena navideña comiendo pavo e intercambiando regalos entre risas y abrazos hasta que don Berna interrumpió mi pensamiento con una confesión: mirar pornografía cuando su esposa hacía tortillas lo relajaba.   

―Vas a pensar que somos unos degenerados, pero a mí esposo le gusta mirar esas películas y que la casa esté oliendo a tortillas de harina recién hechas; el aroma le recuerda cuando era niño y su mamá se las hacía para la cena ―me dijo doña Lucía, satisfecha de ayudar a su esposo a revivir momentos agradables de su infancia.

Las confesiones de ambos me llevaron a levantarles el dedo pulgar de mi mano derecha en señal de aprobación. Luego me despedí dándoles las buenas noches y me fui a dormir porque debía trabajar muy temprano. 

Ocho horas después, a las seis de la mañana, estaba cerrando la reja de mi casa cuando nuevamente vi venir al vecino; estaba borracho y usaba la misma ropa vieja y deslavada de la noche anterior; su vestimenta cotidiana invitaba a pensar que un oficinista humilde se la regalaba después de usarla por muchos años. Otra vez me pidió que lo ayudara a levantar algo del piso, aunque no especificó qué. 

Cruzamos la calle, entramos a su casa y nos dirigimos a la única recámara. Don Berna abrió la puerta y vi a doña Lucía tirada en el piso. Con una breve explicación entendí que durante la noche habían bebido cerveza, tequila y cantado karaoke hasta que la mañana los sorprendió.

―¿Puedes subir a mi esposa a la cama? Se cayó y no puedo levantarla porque tengo un hombro lastimado ―me dijo mientras agarraba de la cama un micrófono morado. 

Esta vez le negué mi ayuda. La robusta señora, a pesar de no medir más de 1.60 de estatura, pesaba, según mis cálculos, más de ochenta kilos; aparte se me hacía tarde para llegar a la maquiladora coreana en donde trabajaba ensamblando asientos para avión. 

―Antes de que te vayas hazme el favor de ponerme una canción de Los Ángeles Negros. Quiero seguir cantando, pero no sé moverle muy bien al aparato; mi esposa es la que sabe. 

Puse la pista de la primera canción que encontré del grupo que me pidió. Don Berna comenzó a cantar. Antes de salir de la habitación brinqué a doña Lucía que roncaba tirada en el suelo. Cuando me iba de la casa escuché algunos versos de la canción que con un notable sentimiento interpretaba don Berna:

Y volveré
Como un ave que retorna a su nidal
Veras que pronto volveré y me quedaré
Por esa paz que siempre, siempre tú me das
Que tú me das

Era una húmeda y calurosa mañana en el desierto. Mientras caminaba a la parada del autobús recordé una fotografía de recién casados que los viejos tenían colgada en una pared de la recámara; la imagen tenía escrita la frase: “La eternidad comienza hoy”. Revisé mi celular y vi que el pronóstico del tiempo informaba de una sensación térmica de 50 grados a las tres de la tarde. En el cielo el sol flotaba como un aro de fuego a punto de ser atravesado por el salto de un feroz tigre.

Texto y fotografía por Jorge Damián Méndez Lozano

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Sobre la autora / autor

Nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida en la madrugada dentro de alguna fonda oriental. Mientras mastica le gusta escuchar, sin entender nada, el mandarín o cantonés en que se comunican los propietarios con los cocineros. Ha colaborado en el semanario Siete Días, en el periódico El Mexicano y en las revistas Generación, Diez4.com y Vice.com

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