Si la vida de los individuos se piensa como un largo proceso de evolución a nivel físico, mental, sensitivo, intelectual, social, sentimental, espiritual, incluso económico; y si el mundo es ese formidable campo tangible que constituye el medio para el desarrollo de esa evolución vivencial que recoge miles y millones de sensaciones cifradas en risas, en amor, en palabras, en logros, en satisfacciones, en bromas, en abrazos, en juegos, competencias, etapas, niveles, épocas, temporadas, edades… y si se está de acuerdo, como dice Bolaño, en que todo ello es una experiencia profundamente gozosa a pesar del dolor, de lutos, de duelos y de penas, es justo ponderar, considerar, que si un hecho abrupto corta el tierno proyecto de vida de un pequeño e indefenso ser de dos o tres o cuatro años de edad, por medio de una muerte espantosa como la de sentir el martirio de las llamas en esa imberbe carne inconsciente de sí misma, infierno que consume, que aniquila, que apaga la existencia y da lugar a una insoportable imagen de terror, hecho antinatural e inhumano donde el proceso lógico de la vida se invierte y los padres velan y ven morir a sus hijos, causando un trauma familiar en todos los sentidos, traumas irremontables donde la renuncia es el único camino posible hacia un horizonte de décadas y décadas de vacío y desesperanza, se vuelve comprensible que lo peor que le puede pasar a un bebé de tres años es morir de esa forma, y lo peor que le puede pasar a una madre, a un padre, a toda la familia, es que a una criatura de los suyos, un hijo, una hija, le suceda exactamente eso. Morir en un incendio y quedar convertido en un despojo de carne, de huesos, de cenizas informes. Eso mismo ocurrió en la ciudad capital del Estado de Sonora. Eso mismo ocurrió en Hermosillo; pero no fue un solo niño el que murió; fueron cuarenta y nueve. Contar de uno en uno hasta cuarenta y nueve y reflexionar al respecto; además de otros más de cien niños supervivientes que quedaron marcados en sus cuerpos por el fuego, la herida, el calor inmemorial e infinito de un infierno que surgió de la tierra o que cayó del cielo.
Este hecho verídico y horrible que supera toda la ficción más oscura y nefasta del género más negro de cualquier creador atisbado por un espíritu de imaginación macabra, tenebrosa o enferma, dado a lugar el jueves 5 de junio de 2009, enlutó a cientos de familias de escasos recursos que llevaban a sus niños para su cuidado en la Guardería ABC, enlutó a toda una ciudad y ese luto prevalecerá las épocas, a todo un Estado, a todo un país, enlutó sin duda a toda una comunidad internacional que se informó, se aterró, se sensibilizó anónima y silenciosamente en todos los idiomas, al darse a conocer esta ingente tragedia; y su ocurrencia se concreta como un hecho trascendental de la historia de Sonora por las más incorrectas, estúpidas e indeseables razones: No debieron morir.
Y bien, la creación artística se alimenta también de realidades, de hechos extraordinarios que vuelven imperativo registrar su memoria y auscultar la lógica de los acontecimientos. El arte contemporáneo problematiza los hechos y los temas, reta a la participación del público en la obra para que el lector no sea un elemento pasivo y sometido del arte, sino que por medio de su involucramiento interactúa si no con el autor al menos con la obra. La idea es que, por siglos, los eventos sociales que afectan la vida de la mayoría, o los hechos sociales que han derivado en muertes, en cambios, en injusticias, en épicas, proezas, hazañas, heroísmos, en romances sublimes o gestas catedráticas, en revoluciones o en cismas, suelen ser traídas a cuento por el arte por medio de la pintura, del cine, del teatro, la ópera, la danza, la escultura, la música, la literatura. Si podemos decir que Los Miserables, de Víctor Hugo, es la novela de la Revolución Francesa; que Norte y Sur, de John Jakes, es la epopeya de la Guerra Civil norteamericana; que Los de Abajo, de Mariano Azuela, es el gran libro sobre la Revolución Mexicana, entonces entendemos que los grandes fenómenos históricos, tanto aquellos nobles o reivindicadores, como aquellos infames, oscuros, ignominiosos, crueles, encuentran en la manifestación creativa un destino de registro y memoria, de análisis o alegoría. Así el caso de las muertas de Juárez, los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, la muerte de Colosio, la vida y obra de Lucio Cabañas, tienen versiones noveladas de sus respectivos sucesos. Así un largo etcétera.
La tragedia de la Guardería ABC, desde la memoria de un hecho inenarrable y deseablemente irrepetible, habría de esperar por su libro, su documental, su película, su reportaje, como un resultado natural de su triste trascendencia y como objeto de la curiosidad, la pasión, la obligación moral o el reto irrefrenable de rearmar su doloroso devenir desde un ojo subjetivo e imaginativo. Acaso una versión libre o, por qué no, aproximada a su estricta verdad. No se trata, como se pudiera pensar, de un tema antojadizo o ideado por la praxis de vender un escándalo perfecto de víctimas y de villanos; no debería ser planteado así, ni asumido ni, en este caso, leído de esa forma.
La tragedia de la Guardería ABC habría de tener su libro porque ya los tuvo antes (En el mar de tu nombre, Carlos Sánchez, ISC 2013; Como si fuera verdad, Alex Ramírez – Arballo, ISC, 2016) y porque los va a tener después, es indudable; pero el proyecto de novela que es (novela ahora) 49 Cruces Blancas (Editorial Planeta, 2018) del escritor hermosillense Imanol Caneyada (San Sebastián, España, 1968) merece esta atención por el calado de su contenido, por el integral propósito que abarca, y de eso vamos.
Hay incontables cosas que decir de este libro porque el tema de la Guardería ABC es inconmensurable. Por principio de cuentas hay que hablar de la pertinencia de este libro, la cual es incuestionable. Las razones están expuestas párrafos arriba pero hay un fuerte elemento de conciencia moral que hace reflexionar sobre si alguien tiene derecho a escribir sobre una tragedia como esta en particular o sobre una tragedia cualquiera de esta índole. La naturaleza del arte trasciende eso. El arte no es que deba ser o no deba ser. El arte es. Irrenunciable. Incensurable. Ilimitable. Incontenible.
La tragedia de la Guardería ABC es un tema controvertido porque es un tema inconcluso aun; porque en los procesos legales que aclaren las responsabilidades de los hechos no se ha dado la última palabra y tanto partes del juicio (fiscalía, abogados, padres de familia, autoridades, indiciados) como la opinión pública, como los ciudadanos, como los actores políticos y medios de comunicación, tanto como propios y extraños, aun aventuramos una verdad que pesa en el ánimo; hay distintas versiones, hay teorías conspirativas, hay cadenas de pistas, hay certezas veladas, hay dudas razonables, pruebas insuficientes y lógicas consistentes, lo que convierte al caso en una asignatura pendiente de la justicia, de la cultura y de la historia de Sonora… quizás así se quedará, en una interminable postergación. Por eso, extendiendo la idea, la nube de dolor que ensombrece la vida de las víctimas automáticamente crea un halo de respeto, de pudor, de silencio solidario por una herida que no cierra o un incendio que no acaba de extinguirse, como se subtitula este producto literario. En ese sentido, emprender un libro así implica un acuse de fuerzas de sí considerable. Escribir el dolor necesariamente implica escribir desde el dolor y eso significa una resistencia sometida a una prueba constante y prolongada. Escribir el dolor desde la insensibilidad y desde la sangre fría no es fiable que resulte.
La historia abre con un epígrafe existencialista de Joan Margarit y un epígrafe propio de la literatura noir (páramo literario favorito de Imanol) a cargo de Dalina Flores Hilerio, frases que en el transcurso de la trama se pueden atribuir o poner en boca de más de uno de los personaje del libro, es decir muy a tono. Después, la puntual advertencia que preludia al periplo es fundamental pero juega un doble papel que lleva al lector a omitirla voluntariamente en aras de adentrarse en la obra, y después a razonarla y entenderla una vez acabado el trayecto. Dentro de esa advertencia se expresa un aspecto relevante del capítulo 24 que ciertamente cumple uno de muchos momentos neurálgicos de la historia y que atiende a un recurso metaliterario que eleva y redimensiona lo que ahí se narra. Un acierto.
Un inteligente sujeto en el corazón de la mediana edad, José González Pitic, abogado de profesión, removido agente del Ministerio Público del Fuero Común, convertido en desecho burocrático de la Procuraduría de Justicia de Sonora, ciudadano hermosillense exiliado en Tijuana, divorciado, sanando las heridas de una ruptura sentimental trocal de su existencia, aporreado por el desprestigio profesional producto de un desaguisado amargo propio de la corrupción inherente a los modos de la justicia mexicana y, en fin, navegando años de indefinición y rastros de amargura y escepticismo, de repente es testigo de la vuelta del mundo que lo regresa a su ciudad, al reencuentro con afectos pretéritos para bien y para mal, y para enredarse como asistente legal con tareas de investigador de campo, nada más y nada menos, para el despacho de abogados que pugna por la resolución del caso del incendio de la Guardería ABC en favor de la reivindicación de las víctimas del caso: los niños fallecidos, los niños supervivientes afectados, los padres y los familiares de los niños, en el sentido de llegar al fondo de las cosas y lograr que se declare, se capture, se juzgue y se encarcele a los verdaderos responsables de esa brutal e imborrable tragedia, a saber una serie de personas intocables por su posición, sus relaciones, su poder. José González Pitic, aturdido por la premura de las cosas, es exigido a convertirse en un sabueso implacable desde el olvidado pero profundo ADN detectivesco que ha desarrollado por años de estudio y de trabajo, él será el protagonista de marras, el centro y movimiento de un drama que lo absorberá con riesgo de tragarlo como remolino de mar; pero como siempre sucede en este y todo tipo de casos, sus dilemas lo asaltan. Dilemas tanto profesionales como personales, anímicos, sentimentales. José González Pitic está llamado a ser el hombre en medio de la lumbre para mitigar un incendio. Y jugará con fuego, muchos tipos de fuegos.
Al estilo de las novelas y relatos de Imanol, con protagonistas solitarios, introspectivos, con ácido sentido del humor, miradas del mundo y de la vida con una profunda convicción de principios que va de la moral republicana, el desprecio irrestricto por las aristocracias y las oligarquías, por las formas burdas y las prácticas mundanas del ejercicio de poder, con un sueño o un anhelo descreído e inconfesable de progreso democrático, la constante referencia de hechos irrefutables que aplastan y hacen trizas los contrastes y las inconsistencias del proceder del mexicano común pero sobretodo del sistema político y social que nos caracteriza, sobrevolando los colores, olores y sabores de la geografía sonorense, especialmente las rasgos naturales y culturales de una ciudad como la capital, llena de situaciones ilógicas e ilustrativas de un clasismo, de un abuso sistemático, de un juego de roles asumidos e inamovibles de un pueblo cínico, aletargado, consumista, conformista, apático, 49 Cruces Blancas urde en el universo común de Caneyada los elementos claves y necesarios para la construcción de una ficción estupenda en su maquinación del tejido necesario, preciso, de ubicar la acción y la tensión en la resolución del caso de la Guardería ABC.
Un empleado de la bodega de la Secretaría de Hacienda del Gobierno del Estado tiene una pista que lleva a un chofer empoderado de un alto funcionario del gobierno estatal; un viejo mecánico da veracidad a la pista, éste hipotético chofer lleva a una señal más contundente, desveladora de probablemente el trasfondo de todo, de manera que desde muy temprano en la historia se mira un hilo negro de este misterio que aglutina un interés nacional y mundial. Ese hilo negro va cobrando vista, extensión, ubicación y hebra para internarse en lo más denso y lo más revelador acerca de una verdad literaria que todos queremos ver como una verdad real: El proceso legal existe afuera del libro a pesar de que lo leemos adentro del libro, la línea de investigación nos suena familiar, nos convencemos que estamos leyendo historia viva a pesar de la advertencia del autor y ese es un logro no menor; la ficción que nos aclara el novelista es una auténtica reconstrucción que todo sonorense que se precie de sentirse sonorense en el mejor sentido de la idea, que lee y que se informa, se interesa, ya conoce y reconoce la pulpa de esta historia y en eso consiste este quehacer narrativo, el de imbricar ficción y realidad para crear en el espectador una sensación de vindicación de la versión de los hechos: El texto ofrece datos reales, lugares comunes identificables a los hechos, pero la sensación más fuerte es que el personaje narrador, desde su trabajo, carga, desenvuelve y reelabora los hechos de forma que el incendio de la Guardería ABC sucede una y otra vez, una y otra vez, persiste, el fuego no se apaga, el humo no deja de cubrir el cielo de Hermosillo, el calor se ensaña, los padres lloran, se frustran, desesperan, los niños sobreviven desfigurados, mutilados, relegados a una condición de discapacidad o de dolorosa exclusión o repulsión que el libro de constante palpita los mismos sentimientos que ha dejado en la gente directa e indirectamente afectada en la desgracia, causando que la experiencia de lectura sea, en gran medida, una inmersión en la tragedia misma.
Las voces narrativas de la historia no reinventan ni ensayan experimentalmente una propuesta distinta en el arte de la novela. La historia siempre es narrada por el personaje que es José González Pitic, en presente, en pasado y ocasionalmente desde la omnisciencia, y lo que pudiera caer en un cansancio por la repetida voz narrativa siempre encuentra un vértigo estimulante al final de los capítulos y no pocas veces todo a lo largo de los mismos. Imanol no reinventa al narrador que es, sino que se esfuerza en lograr una consistencia de la trama, un ritmo sin demasiadas pausas que describan ambientes o caigan en la excesiva contemporización o utilicen soporíferas anclas alternativas de soporte argumental: en el mamotreto siempre está sucediendo algo importante para el caso, pero José González Pitic es un personaje absolutista, totalitario, se va apoderando de la trama hasta que el lector otorga la razón al autor: esto es una ficción y es una ficción que trata sobre su protagonista, el abogado Pepe González Pitic que busca componer su vida, regresar al éxito, saber qué es lo que quiere hacer y darse cuenta si tiene alternativas verdaderas o no, cuestión que le resulta complicada; en tal caso esta es una novela sobre la madurez, sobre la dificultad de enderezar un árbol cuyo tronco un día se torció… una novela sobre el amor y las determinantes últimas del amor, es decir las aciagas circunstancias.
El abogado Pepe González Pitic es un héroe con pocas posibilidades de redención; sus anhelos se cifran en el enamoramiento de una mujer que le es prohibitiva, en los deseos casuales por una joven compañera de trabajo que le acelera sus necesidades atrasadas, y en el constante recuerdo de su ex esposa que, en esencia, es y será el amor de su vida y no tiene remedio, es un imposible. Todas son un imposible. Entonces, salvo que otra cosa suceda, esos alimentos afectivos no están en camino de cristalizarse, aunque lo mantienen a la expectativa. En sus avatares como investigador, esos episodios de frustración sexual convierten a Pepe Pitic en un buen perro de ataque ya que sus instintos consisten en el conocimiento de los criminales, el manejo de testigos, la consecución de pistas, la localización de personas, el trabajo encubierto, la actuación, la improvisación, la farsa, la violencia, la tortura, el riesgo, el baile con la muerte, todo de lo cual echa mano para posibilitar lo increíble: desenmascarar a un corrupto sistema de justicia y enjuiciar precisamente a los intocables del poder. Sin embargo, hay una maquinaria terrible que se interpondrá. El heroísmo desapercibido de José González Pitic lo aquilata el lector y pocos más y en ese trance, en ese juego de entradas y salidas del libro, el efecto logrado por Imanol Caneyada, seguramente de manera consciente, es el efecto ideal para la obra: El lector vive la historia, revive el caso, se ilusiona ingenuamente con que del libro pueda surgir ese nuevo México que todos anhelamos. El de la muerte del sistema de corrupción, impunidad e injusticia en el que hemos convivido respirando sus nauseabundos olores a lo largo de ochenta o noventa años. Porque este libro de Imanol Caneyada, lo mismo que otros libros de este autor, denuncian a un sistema político mexicano, un sistema de justicia mexicano, podridos desde sus cimientos y sin más remedio que la refundación.
No nos confundamos, este libro todo se trata sobre la tragedia de la Guardería ABC aderezado por una gran ficción, soportada en un personaje completo, integral, cuya mirada tiene muchas miradas, la suya propia, la de un sector de la población, la mirada política, la mirada cultural urbana del hermosillense aguzado que mira el trasfondo de las cosas, la mirada del hombre que desea, que admira la belleza, la mirada que se conmueve por los sentimientos de los demás y a veces cínicamente se desentiende de todos y de todo, la mirada de un personaje que se mira hacia adentro y en ese tenor se expresa y se confiesa, que se mira por fuera y se narra sin tapujos, que mira por fuera a los demás pero indistintamente logra mirarlos hacia dentro, desnudarlos, la historia es rica en eso, la observación de los motivos y las condiciones humanas, la incorregible o irresoluble condición del defecto, de la derrota, de la caída, del pecado, del error, de la fatalidad, pero también sus ocasionales y consabidas contrapartes. Y en el centro de todo, el incendio, sus indecibles formas de reproducirlo, describirlo, narrarlo, en un trance que parece inagotable, inacabable y, en ese mismo sentido, cómo sobrevivir a él desde la vida. Cómo enfrentar la vida después de él. Respuesta imposible. Respuesta que se admite como improcedente porque, en el fondo, la pregunta ofende.
49 Cruces Blancas es una trama completa y acaso magistral; no cumple el rol del periodismo de investigación de llegar al fondo de las cosas con elementos baratos irresponsablemente sugeridos o con la ramplona facilidad de tergiversar informes para quedar bien con todos. Es sensata en el manejo de la información con que se cuenta, desde la ficción hasta el uso del recurso documental; no puede decirse que se quede corta o que quede debiendo, por el contrario, es un texto osado y sus sentencias estremecen a veces por sinceridades duras desprovistas de máscaras moralinas políticamente correctas, y a veces por la dilucidación de realidades que aunque nos han pesado por décadas, leídas como tales nos liberan: Si una de las conclusiones del libro de Imanol es que Sonora como tal es un sistema propio, es decir autónomo en su dinámica retrógrada, antidemocrático, injusto, corrupto, inclusive ladrón, cuyo aparato de justicia es un bastión más del poder oligarca o de la oligarquía de la política, esa es una conclusión de magnitud formidable. Ya lo había dejado entrever en su novela Tardarás un rato en morir, y hasta puede constituir un aspecto del legado narrativo de Imanol Caneyada en términos de sus ideas constantes. En extensión, si en Sonora se ha llegado a cierta normalidad de democracia electoral, cosa que está por verse, y si es verdad que ya un día llegó la alternancia en el poder, tal vez una tesis soterrada de Imanol Caneyada es que en Sonora en realidad nunca ha llegado el cambio, como sí llegó a Baja California desde 1989, a Guanajuato en 1990 y a la mayoría de los Estados del país en algún punto del cambio de milenio. Porque si como lo plantea esta novela, el gobierno del panista del Nuevo Sonora no trajo en realidad ninguna novedad ni golpe de timón, ni amalgama progresiva sino regresiva o, peor aun, cleptócrata, entonces el virreinato sonorense dentro de esta Corona federalista llamada República Mexicana, continúa indemne desde, digamos, que Sonora es Sonora. Siempre ha sido la misma. Por eso el género de la novela es fascinante, es fantástico, es inconmensurable, cabe todo, tanto lo que dice el autor como lo que piensa el lector y de eso está plena 49 cruces blancas, del constante intercambio de reflexiones entre los actores de la trama y el lector que participa de esa guerra de tensiones, de esa lucha de emociones, de esa supervivencia azarosa de todos a los que el fuego de la Guardería ABC llegó a tocar.
Es verdad que la tragedia de la Guardería ABC es un dolor privado, personal, particular e íntimo. Eso es verdad y es sagradamente respetable. Pero también es verdad que la tragedia de la Guardería ABC es un dolor público, eso es innegable, inevitable. Nos duele la muerte de esos niños y nos duele el dolor y la tragedia de los niños afectados, nos duele el dolor de los padres. Nos duele como padres que somos, como seres humanos que somos y como sonorenses, atajando la impresión del personaje narrador que insinúa o hace entrever un cinismo inherente, una insensibilidad y una carencia notable de virtudes sociales lo mismo que de carácter humano entre muchos de los que nacimos aquí. Y lo dice desde un ángulo válido y una observación que lo constata… pero nos duele porque no somos insensibles a eso y nos duele porque el dolor y el sufrimiento por los hijos tiene innumerables formas y muchas de ellas, todas ellas, aprietan el corazón y nos lo oprimen, como dijo Abigael Bohórquez. Pero desde este dolor profundo e innegable, se sabe que ese dolor como el de personaje que es Raquel, la madre de Paola, niña sobreviviente del incendio, y el dolor de 49 madres y 49 padres, es incomparable, inabarcable, indescriptible, indecible.
Si una novela en términos fríos o para efectos de su difusión, en cuestión de tratarse de un tema de interés que acapara la atención por exponer una tragedia humana de estas dimensiones, llega a convertirse en un éxito de ventas, tiene un destino geográficamente amplio, conquista editorialmente mercados hispanoamericanos, ingleses, europeos, asiáticos, incluso africanos, circunstancia tan probable como improbable, todo ello es una cuestión secundaria, la importancia del libro no estriba en eso nunca; a nivel cultural, los alcances de esta obra tendrán más bien que ver con la visibilidad o visibilización de un hecho inaceptable, increíble, inconcebible, que se dio a lugar en un cierto lugar cuyas características políticas, de procuración de justicia, de cumplimiento de las reglas, de desigualdad, de inconsciencia institucionalizada, provocando una de las tragedias más hondas y lamentables de la era moderna en el mundo occidental. Cuando la literatura toma forma del arte de la memoria y problematiza un tema, lo visibiliza y hace partícipe al espectador, al lector, hay un efecto positivo en ello. Se socializa la obra y se cumple un objetivo de comunidad y de repensarnos como mundo y como sociedad.
Debe leerse 49 Cruces Blancas como acervo cultural, como un viaje hacia adentro de nosotros mismos en términos de conciencia social, y porque forma parte de la educación de nuestros hijos, aunque su propósito esencial no sea ese.
Después de todo, el mejor libro o la mejor obra sobre estos y otros hechos, la escribirán quienes los vivieron: Un padre, una madre, una niña salvada de ese fuego, de hecho ya lo hacen, escriben el libro de su vida cada día, viviendo, sobreviviendo, no importa que su obra de arte no sea en forma de palabras, es una obra de coraje y amor superlativos. Lo mismo pasará con los niños de Aleppo, las chicas de Boko Haram, los náufragos africanos del mediterráneo, los hondureños subidos a La Bestia, las supervivientes de la trata de blancas y las supervivientes de los intentos de feminicidios. Escritores involuntarios de un mundo planeado para el mal.
Una loa al trabajo de Imanol Caneyada, una vez más.
Por Luis Álvarez Beltrán
En portada, Imano Caneyada fotografiado por Benjamín Alonso cuando el autor presentó el libro de marras en Librería Hypatia, agosto de 2018