La metamorfosis de niña a mujer ha excitado desde siempre la imaginación de la literatura y el cine. Así, cuando llega a las pantallas una versión fílmica de este tema, irreprochable en su argumento y dirección, cosas suceden. Pero no lo que propaga la publicidad mal hecha.
No lo crean. Voraz (Julia Ducournau, 2017) está lejos de provocar vómitos y desmayos. Aunque sí es tan estremecedora que avanza entre el cine de terror, el gore y el humor negro con gracia y desfachatez únicas.
El extraordinario debut cinematográfico de Julia Ducournau – 33 años, realizadora parisina y autora del guión – sorprende por su agilidad y por su hambre de provocación: es un plato fuerte que puede digerirse con gusto.
La cena está servida. Y viene cruda, con mucha sangre.
Justine (Garance Marillier) es una joven de 16 años que ha sido aceptada para estudiar veterinaria. La alumna sigue los pasos de sus padres y de Alexia, su rebelde hermana mayor (Ella Rumpf). Aquí se impone una explicación: el nombre de la protagonista no es gratuito. Recordemos la novela del divino marqués de Sade, Justine o los infortunios de la virtud, acerca de casta adolescente devorada por el vicio y el placer.
Justine tiene una vocación: practicar la medicina para animales no humanos. Y posee una convicción: el veganismo. Es lo que ha vivido con su familia. No ha probado otro menú. Además, se declara defensora de los derechos de los animales. Ética, dietética y frenética, es una joya de la corrección política actual. ¡Viva el tofu!
Y como la heroína de Sade, la nueva Justine sucumbe a los placeres de la carne. ¿La causa? Una cruel novatada de sus compañeros que le obliga a comer y tragar riñón de conejo. La transformación será inmediata. Carne cruda. Apetito insaciable que hará sádico y suculento maridaje con el despertar erótico de la adolescente. He ahí el punto de no retorno en Voraz.
Es posible, por lo tanto, señalar que la ópera prima de Ducournau usa canibalismo y sexo como metáfora de la búsqueda de la verdadera identidad personal.
Ahora, la mutación de Justine, convertida en devoradora, presenta escenas inquietantes: cómo degustar un dedo humano, cómo hacerse una depilación brasileña y cómo dejarse llevar frente al espejo por el pop subversivo a la francesa: “Plus putes que toutes les putes”.
Voraz disecciona los más violentos ambientes estudiantiles. La escuela a la que asisten Justine y Alexia, su carnala, parece abandonada por los adultos. Como en El señor de las moscas, la ley de la niña más fuerte parece aplicarse a mordidas, sin piedad.
Quizás por eso, Adrien (Rabah Nait Oufella), el roomie de Justine, se convierte en su oscuro objeto del deseo. A pesar de que la órbita amorosa del macho gira en otro sentido, a Justine se le despertará el hambre de hombre, con consecuencias inesperadas.
El corte fino de esta película, el tenderloin, está en su jugo. De niña a mujer (Julio Iglesias dixit), de veterinaria a glotona, de vegana a caníbal, de animalera a trasgresora de la humanidad, con Justine atestiguamos el cambio más memorable de personaje alguno en el cine de terror.
La factura de esta cinta, en cuanto a su fotografía, dirección de arte y musicalización, es impecable. El terror, en el cine, es atmósfera. Voraz alcanza cuotas de sabor supremo en ominosas escenas dentro de la universidad, en secuencias de sexo y lucha a mordiscos – jamás pensé en volver a ver “marcas de corcholata” en el cuerpo de nadie – y en fiestas orgiásticas que parecen interminables.
La presión social y la libertad que supone la lejanía de los padres han convertido a Justine en un monstruo sometido a su propia naturaleza, a sus avideces y deseos carnales. Y de eso está hecho el cine de terror.
Y cuando despertamos con la noticia de una anciana devorada por los canes que ella misma crió, o con la sorpresa de escuchar como un sacerdote se saca un preservativo de su sombrero, en traviesa locuacidad, decidimos servirlos en platillos exquisitos para saciar nuestros más evidentes apetitos… Somos lo que comemos. Y nos encanta comer prójimo. Como Justine, la caníbal
Por Horacio Vidal