Hace dos semanas conocí a Sara, una niña de tres años que jugaba en la playa ensayando formas de arena para hacer su castillo. Me impactó su sensibilidad. Por un buen rato la vi correr de acá para allá consiguiendo materiales, afanada en su propósito de rediseñar el castillo.
De repente se quedó quieta, siguiendo con la mirada a una señora que recogía basura con la que se topaba al caminar por la playa. Cuando la perdió de vista, Sarita tomó su baldecito, lo puso sobre su ski flotador y comenzó a arrastrarlo.
Se iba tan lejos como sus padres se lo permitían y regresaba con vasos, papeles, fichas o botes para depositarlos en una bolsa de basura que estaba junto a mi bajo la sombrilla. No le dije nada porque quería saber cuánto duraba aquella inocente espontaneidad o aquel cambio de juego.
Pero pasaron horas, y Sarita no volvió al castillo que fue desapareciendo a medida que subía la marea. Aquello que ahora hacía parecía más divertido y se le veía sonreír mientras hablaba consigo misma, con la basura o tal vez, como dirían los místicos, con el gran espíritu.
La recordé hoy que me percaté que el 8 de Junio es el Día Mundial de los Océanos, y pensando sobre los efectos de la contaminación y la indiferencia social ante eso, sentí alivio de que al menos ése día, una princesita abandonara su castillo de fantasía para tomar una causa, la de cuidar océanos.
Bueno, los necios en su inaudita hipocresía hablan de salvar océanos, selvas, especies, a la naturaleza pues, pero a mi, Sarita me reveló que los niños actuarán por instinto y para rescatar de la necedad humana a la humanidad misma.
Una vez más el maestro Hellinger tiene razón: los hijos darán la vida por amor a su sistema. Y si como adultos ya perdimos la fuerza o la esperanza para hacer algo por nuestro entorno, por nuestro hábitat o casa, y si como vi, solo un pequeño ejemplo puede despertar en los niños esa inteligencia de supervivencia, qué nos cuesta al menos exponerlos a uno?Para la cuna de la metáfora cada granito de arena cuenta.