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En El gallo de oro, novela del insuperable Juan Rulfo, hay una parte donde de una manera determinante y lasciva la Caponera llega a soltar a quemarropa la frase, palabras más, palabras menos: «No confíes en nadie que no tenga vicios». Pero ya es el siglo XXI y dicen que el mal de esta centuria no es el cáncer, tampoco el sida, ni las gripas terribles que ahora se llaman de otros modos como influenzas estacionarias o H1N1. No, el mal del siglo es el abandono, sumado a este, obviamente todos los trastornos que se desprenden de esa terrible plaga que ahora se ha marcado profundamente en el ser humano. Ahora habría que decir, parafraseando a esa femme fatal rulfiana, no confíes en alguien que nunca haya estado solo.
La fila del banco era terrible. Insisto: un día los mexicanos nos formaremos resignados y en silencio para que nos maten o nos quiten las córneas o un riñón para pagar nuestros impuestos. Traía el folder en el que estaban los cuentos de Gerardo. Los traía todos; hasta el día que presentamos el libro supe de la distribución de los textos en el índice. De cualquier manera o de haberlo tenido antes, hubiera empezado por leer el primer cuento que me hubiera llamado la atención por el título. Pero al hurgar en el folder en que los traía impresos me encuentro al principio con uno que se llama “Ya no me pone triste leer a Murakami”. Supe que estaba en problemas con sólo leer el título. Murakami es lo de menos; el cuento no tiene piedad para los lectores mientras crea un efecto de asombro para darnos cuenta de que estamos en el fondo pero podemos seguir escarbando para llegar más abajo. Ya me puse romántico. Lo digamos de una mejor forma: Si usted no sabe lo que es estar solo, pero le llama la atención saber cómo les va a los que sí lo están, lea este y otros tres cuentos más que vienen en este libro.
La fila en el banco no avanzaba y conforme leía el cuento de verdad fantaseé en hacer una llamada o mandar un Whatsapp diciendo: “Cariño, no me esperes a comer pues voy a llegar tarde”. Pero no, y no es momento de decir por qué no puedo hacer eso.
Los personajes de los tipos solos del Gerardo no tienen nombre. Eso sí que es tener respeto por el no nada fácil oficio de surfear entre el eco que hace un libro al caer o el de saber que definitivamente no es cierto que a Satanás le interese el alma de cualquiera a cambio de favores materiales o superpoderes. Créanme, si esto fuera posible yo sería una mezcla entre Marlon Brando y Al Pacino, traería siempre una copita en la mano y viviría en un edificio inteligente en Dubai.
Bueno ya, parece que me clavé en el virote, pero es cierto, en cada uno de los cuentos hay un personaje que diferentes circunstancias se quedó solo y no se quejan y tampoco son autocompasivos. Me fui del pinche banco después de leer cuatro cuentos que al menos me bajaron la rabia contra el infumable Fondo Monetario Internacional.
Creo que Gerardo no es un escritor menor. Creo que trasciende al cumplir esa premisa de hablar de una generación que conoce muy bien. Ya desde la novela Dos Píldoras Azules hacía una delicia de sus personajes periféricos, impulsivos y con razonamientos que no son más que una bomba de tiempo a punto de estallar. Personajes de este siglo, que, como dice el Saúl Fimbres: Nena este es el siglo XXI, te va a hacer llorar, pero siempre nos queda usar anestesia.
Gerardo es un narrador, y diré esto como su lector, no como escritor, que ya le agarró muy bien al asunto ese romper la barrera que se encarga de comunicar de una forma lúdica la psique que llevan a los personajes actuar, meterse en situaciones y por qué lo hacen. Los cuentos se desmadejan solos y no hay ningún nudo que les impida detenerse por alguna sobrada imprecisión. No… es como deshilachar de un solo tirón un hermoso sweter que a tu abuelita le llevó mucho tiempo para terminarlo de tejer.
Por Omar Gámez Navo*
*Texto leído por Gámez en la presentación del libro Fotografías de hombres solos y mujeres inventadas, Hermosillo, ISC, 2017, de Gerardo Hernández Jacobo: de izquierda a derecha en la fotografía que del evento hiciere Juan Casanova