Bajo la supervisión de un árbol de mango de diez o quince metros de altura, la mirada inmortal de los Beatles, dos decenas y media de ejotes de moringa que asomaban sus semillas sorprendidas y un noble guayabo que alimentó a tres pájaros carpinteros, diecisiete gorriones, dos chanates y cuatro cachoras ese día. Y desde luego, a una discreta plantación de cilantro que sacrificaría su existencia con gusto en futuros platos de menudo.
A las 7 pm del 07 de abril del 2022, en el patio de la librería que se encuentra en la colonia 5 de Mayo que protege el espíritu de la astrónoma, filósofa y matemática llamada Hypatia, vi morir el tercer mundo. El imperio salvaje del fuego cruzado del mundo del siglo XXI, los senderos pantanosos de las competencias virtuales, las agotadoras letras en pantallas, las pedagogías electrónicas, las salsas de los amores efímeros, las sábanas que se habían olvidado del tacto, las políticas trastornadas del país y los olfatos que suponían alcanzar los perfumes tranquilizantes del papel solo a través de los sueños; no lograron impedir el nacimiento de una revista.
La profecía se había cumplido. La misión de zurcir con la aguja de las palabras almas maltratadas y cerebros apagados, que se lanzó una década atrás sobre una servilleta, se presentó en la dimensión de lo tangible para iniciar cortando con el filo de sus plumas y sentimientos, las sentencias espinosas de Vasconcelos y la de otros dichos locales: la cultura termina donde comienza la carne asada, árbol que nace torcido no se endereza, perro que ladra no muerde, sin dinero no hay nada y dinero llama dinero.
A la llegada de esta vacuna de papel y letras fabricadas sin la autorización del Fondo Monetario Internacional y la lógica, que no es obligación ponerse; pero que guarda entre sus vísceras el antídoto para acabar con los tapa bocas del verdadero coronavirus, las depresiones o apatías y el dolor de bolsillos vacíos; muchos estuvieron invitados. Rápidamente, las palomas mensajeras de las redes sociales tocaron a las puertas de los hambrientos de las letras. El primero en llegar a la fiesta fue Miguel Haro; antes de entrar a la librería, se despidió cordialmente de Marx y sacó de la bolsa de su pantalón un chicle de la constitución mexicana que compartió saludando a sus amigos.
Dando la espalda de manera radical a los múltiples fantasmas que se esconden en el libro (Matar) y poniendo el ejemplo a estos, Carlos Sánchez llegó repartiendo abrazos a conocidos y desconocidos.
Había buen fórum; estaba presente el valle del Mayo, el Yaqui, la Sierra, las Fronteras del Estado, Mochis y Guasave. Y quizás uno que otro con sueños o talento de espía.
Asistentes y presentadores de la revista colonizaron con los traseros sus respectivas sillas: después de esto, (Benjamín Alonso) editor en jefe y culpable principal del galope de Crónica Sonora acomodó la cabellera de sus ideas y sus oídos de liebre; y el rostro de los colaboradores, el malabarista y hechicero de la palabra acuñado con tierra de generales y el espíritu de mil poetas (Omar Navo Gámez) ajustó en su garganta el ciclón de sus palabras e ideas carraspeando tres veces.
Al observar las miradas y expresiones inquietas de cada uno de los asistentes, cualquiera lograba entender que la normalidad les estorbaba y que en este tipo de contextos tal cuestión es una verdadera utopía. Para dar fin a los murmullos de la raza y a la intermitencia lingüística de los grillos humanizados que nos acompañaban a ras de suelo, y solicitar amigablemente la entrega de los sentidos a la reunión; el poeta de un cerillo y una flor, Hiram Elizondo invocó con su lengua incendiada al Dios de la palabra.
Acto seguido, el Navo dejó salir de su boca a Juan José Arreola (el amo de la palabra) y a Ortega y Gasset para llevarnos magistralmente a la génesis y el desarrollo de la revista Crónica Sonora. En la construcción del navío de esta historia puesto en el océano claro de un buen discurso, el Benji saltó a la barca para señalar personalmente todos los puertos por donde pasaron y se detuvieron para llegar hasta esta revista.
Llegado el momento para la participación de los asistentes, Alejandro Valenzuela subió sonriendo a la nave y desde la proa; con cientos de libros corriendo en su sangre y el respaldo de un vasto conocimiento de América, Europa y la vida, sugirió alimentos y estrategias necesarias para el desarrollo de una revista saludable.
Con el cosquilleo de esta alegría y el ánimo de las letras alentándolo a seguir respirando y participando en cuestiones sociales, Armando Briones recordó que los caballos que no están al servicio de los reyes o corriendo en hipódromos también tienen derecho a la alfalfa. Haciendo del verbo lucrar el equivalente a estómagos contentos y algo muy distinto a la patología de la avaricia, el representante de Guasave estuvo de acuerdo.
Para dar fe con amor y belleza al festejo de todo esto, la representante del valle del Yaqui habló orgullosamente del vuelo de uno de sus hijos y por qué estos espacios culturales son tierra fértil para que las semillas se transformen en árboles frutales.
Mientras el arquitecto Uribe construía cuatro ensayos más en su hábil mente y el silente maestro Abraham Mendoza se acercaba a Salomón comprendiendo cada vez más el comportamiento humano. El representante de la biblioteca de Alejandría con voz y autoridad de Aristóteles en estos tiempos (Martin Caperon), arrojó sus bendiciones al nacimiento de la revista pintando un cuadro al estilo Salvador Dalí con el pincel de su lengua.
Lo cierto fue, que hubo buenas vibras; felicitaciones, aplausos, buenos deseos y olimpiadas de camaradería. Hablaban de un mundo mejor; de poder vivir haciendo revistas, libros y de entregarse al mágico oficio de escribir. No había nada imposible. Extraordinariamente, eran locos de primer mundo.
Texto de Francisco Escalante y fotografías de Israel Garnica