Ciudad Obregón, Sonora.-
¿Por qué nos era motivo de orgullo ser cajemenses? Respuestas muchas destacables no pocas pues en años anteriores cuando se respiraban otros tiempos salía a flote el reconocimiento nacional de la limpieza de sus lugares y lo bien trazadas de sus calles, lo rico de su valle, sus paseos, la presa y ni hablar de la cultura aguerrida, valiente e indomable de los primeros pobladores yaquis de la región donde las historias contadas por nuestros maestros y predecesores hacían inflar el pecho ante el orgullo jamás maltrecho, la gran cantidad de ligamayoristas nacidos en la ciudad y vaya, hasta el inexorable calor del verano era un motivo de sentirse orgulloso para algunos, importante también lo era el recordar la gran cantidad de universidades establecidas en la localidad lo que proyectaba a la antigua Cajeme en literalmente una ciudad universitaria.
Al día de hoy bueno será replantearse esa pregunta y que la respuesta sea el compromiso estoico y a ultranza del ciudadano común y corriente con el bienestar de su ciudad, que no suene a frase motivadora de esas que pululan en las redes eso de decir: todos tenemos algo valioso que aportar para que Cajeme vuelva a ser lo que fue y sea lo que queremos que sea, todos tenemos un lugar en la cosmovisión de esta ciudad y ese lugar nadie más lo puede ocupar. Ya es momento de reclamar con acciones lo que decía en la canción: “Cajeme tan rico, donde hasta el más chico gasta su tostón”. Entendiendo por riqueza algo más que lo referente a aspectos de orden material.
Existe un recurso de protección que ha sido enseñado de generación en generación por los apasionados del pensamiento filosófico de la doctrina estoica, este es la ciudadela interior. Palabras más palabras menos se entiende como ese último reducto de amor y confianza propia, el recurso interior que es ese algo que nadie te podrá quitar pues no lo habrás de permitir, aunque las situaciones escapen al alcance de la persona y las variables que intervienen a favor de la calamidad escapen a los dominios del individuo, este último contra todo y todo será un ente impenetrable que saldrá victorioso pues no se habrá de romper ante nada. Es la puesta en escena donde el Universo se mueve al ritmo de la persona que es consciente de que existe y busca seguir existiendo.
Atractivo será el trasladar este concepto a un entorno colectivo para nuestra ciudad. Hay contextos sociales muy cerca de nosotros, que cuando los ves y/o escuchas te quedas admirado del amor que tienen por su ciudad, en los que el trabajo en el orgullo, arraigo y amor por lo local -añadido a una óptica de aprendizaje y respeto por lo que viene de fuera con la intención de sumar a favor de todos- permiten que la prosperidad llegue donde los proyectos de administración pública y el presupuesto no está alcanzando a llegar. No se trata de hacerle la chamba al político, al burócrata o al comité de aplausos del líder sindical del momento pues a final de cuentas estos entes tienen su ciclo de vida efímero en comparación a la historia de una ciudad o un habitante promedio. Se trata de recuperar la ciudad de las tiranas malas costumbres que se la han arrebatado al ciudadano de bien.
Si se trabaja en un mismo objetivo ese ritmo será el de toda una ciudad, se puede tener una ciudadela interior única aunque esto requiere un discurso que vaya más allá del discurso –es decir acompañado de acción- en nuestra ciudad hay mucha gente haciendo muchas cosas buenas y valiosas, los hijos pródigos que están más allá de los límites del municipio también hacen lo propio y siempre que sus agendas y necesidades se lo permiten regresan a ver como va la ciudad que los preparó para ganarse la vida fuera de ella y dejando un poco de lo bueno que han encontrado en sus ciudades adoptivas.
Pero, ¿dónde están los líderes? ¿Dónde está el hambre de sus habitantes por ser la ciudad ejemplo que un día lo fue? ¿Y las palabras convertidas en acciones prometidas de los que vienen cada tres años a pedir la confianza de los habitantes? Ni hablar de preguntar la situación del anhelo de ver crecer a las nuevas generaciones en un entorno atractivo, estéticamente agradable y socialmente seguro para hacer una vida en una cotidianidad que merece la pena vivir. La respuesta a estas preguntas serían el espíritu de la ciudadela interior de un municipio que nunca ha dejado de ser noble y con espíritu que se crece ante la adversidad, no somos antagonistas de tiempo completo cada uno de los que nacieron aquí y que llegaron a ser uno más tiene algo de esa cultura del esfuerzo. El 27 de noviembre Cajeme cumple años, podríamos regalarle algo que demuestre la gratitud que le tenemos a esta tierra.
Texto y fotografías por Alex Bazúa