El pasado jueves, 3 de marzo 2016, iba transitando por el centro de Hermosillo. En el cruce de las calles Guerrero y Morelia se encontraba un individuo arriba de un pick-up de la policía municipal. Alrededor de él la gente se empezaba a arremolinar. Me acerqué para ver de qué se trataba y el sujeto en cuestión era un maestro que acababa de ser agarrado in fraganti filmando con un celular bajo la falda de una adolescente preparatoriana, que se encontraba recargada en el refrigerador de una paletería.
Al juntarse más gente y propagarse la noticia de lo que había hecho, y sobre todo al saber que era maestro, empezó a cundir la indignación y los gritos de:
¡Sátiro!
¿Es maestro?
¡Mire para lo que les pagan!
¡Apenas se puede creer!
¡Fílmenlo, fílmenlo, para que se sepa!
No menos de ocho teléfonos le apuntaron directamente a la cara. El sujeto en cuestión no hallaba cómo cubrirse el rostro y alguien gritó: “¡Destápenle la cara!”. Un indigente que iba pasando ni tarde ni perezoso se aprestó a hacerlo, con lo cual el agresor pasó a ser víctima del escarnio, el enjuiciamiento y el coraje popular.
Si alguien en ese momento hubiera dicho “¡Vamos a lincharlo!”, no me cabe la menor duda que lo hubiesen hecho. La adolescente, al ver este escándalo prorrumpió en llanto, le vino una crisis nerviosa y se desmayó. Una señora gorda y bajita se encargaba de encender los ánimos y con una ira inusitada esgrimía toda clase de argumentos en el sentido de que “a esa gente no le hacen nada”, “con una fianza luego, luego, los sueltan” y otras por el estilo.
Para los que nos gusta caminar y andar por el centro, estos episodios sin ser comunes no son ajenos a la cotidianidad. Lo que me llamo la atención en esta ocasión fue la forma en la que cundió la ira popular y el sesgo que tomó el suceso. Rescato varias reflexiones a partir de este hecho.
Una primera es que desde luego el acto en cuestión constituye una agresión flagrante a una persona; no me quiero detener en tipificaciones del delito, ni en consideraciones moralinas. Más bien me quedé pensando en la ola de ira desproporcionada que cundió como fuego en zacate seco e inevitablemente pensé que si con esa enjundia esa misma gente hubiera ido a exigirle a los funcionarios de la salud, si con esa saña se hubieran apersonado a reclamarle al gobernador de la administración pasada el abastecimiento de medicinas en el ISSTESON, no se hubiera padecido el desabasto de medicamentos que ya se volvió crónico. Medicamentos tanto del cuadro básico como los controlados para adultos mayores y personas con enfermedades crónico-degenerativas delicadas.
Con esto no quiero exculpar a quién no se debe, ni decir que está bien andar mirando lo que otro no quiere, mucho menos andarlo filmando y agraviando. Bastante bien me enseñó mi señora madre que a los mirones y tentones hay que quemarles las manos para que no caigan en comportamientos indebidos. Más bien me parece que el hartazgo y la insatisfacción social por tantos agravios gubernamentales puede encontrar, en hechos como este, cauces y desfogues que no son los mejores ni los más adecuados.
Cuando la camioneta de la policía se retiraba del lugar, un homosexual clasemediero gritó con arrogancia: “¡Allá si te van a violar! ¡Y yo voy a ser el primero!”. Todo mundo se rió.
Por Héctor Rodríguez Méndez
Fotografía (ilustrativa) de Benjamín Alonso
¿Homosexual clasemediero?
¿BM?
Lo más paradójico del asunto es que probablemente el 99% de los hombres q se indignaron con el voyeur fílmico se les queda la mirada clavada en la parte trasera o delantera de cualquier muchacha joven con faldas que se les cruce por la calle ni tan siquiera con disimulo aunque vayan del brazo de su esposa.
Me sorprende tanto puritanismo callejero en una sociedad que mayoritariamente sólo piensa en sexo y en boxeo.
Jajajajajaja ¡Buenísimo, Sergi! Claramente -la palabra de moda- el hecho da para varias lecturas. La cultural es una de ellas. Un abrazo y gracias por animar el diálogo en estas humildes (!) páginas.