Hermosillo, Sonora.-
Todo comenzó cuando me saboreaba un licuado de papaya, poca canela y menos azúcar, la mañana de un domingo en primavera.
—Qué onda, ¿vamos a Quechehueca? Me invitaron a dar una charla en una escuela.
El convocante era Omar Gamez «Navo», escritor del Valle del Mayo, que no conoce el Valle del Yaqui, pero yo sí.
—Vamos, pero que me incluyan en el programa.
Toda la semana le di lata preguntando por el flyer y me contestaba con ya meros o con algún mensaje de la organizadora: que en eso andamos, que ya casi queda, que al rato lo mandamos.
Pasó el tiempo, no hubo comunicación y creí caída la propuesta. Pero vuelve la burra al palo el día que recibo esta línea: «¿Ya estás listo para mañana?». Como pude, re-agendé compromisos de trabajo y me declaré listo para la empresa. «Salimos seis de la mañana, lleva lonchi porque nos iremos piquete derecho».
Salimos a las seis y veinte porque me entretuve viendo el tenis. Aunque Djokovic no juega el Mutua de Madrid, hay que ver lo que hace Carlitos Alcaraz de cara a Roland Garros, donde el serbio es el principal favorito, junto a Nadal y el propio Alcaraz. Pero ya hablaremos de eso en su momento, volvamos a lo nuestro.
Cuando pasamos por Esperanza apestaba bien feo a tacos de cabeza, de cahuamanta con aleta y de birria con tortillas de maíz recién hechecitas. Mejor nos quedamos en la entrada, donde hay un camellón bien bonito, y saqué una foto muy ad hoc.
Proseguimos hasta Quechehueca —esa «t» que se ve en las fotos deber ser invención de un experto en la cultura azteca; una guachada, como le comenté a Gámez—, que en alguna lengua significa “también plano”, como indica el libro Nombres indígenas de Sonora y su traducción al español, (Hermosillo, 1972), de Flavio Molina, que se me apareció unos días antes del viaje al sur.
Decía yo que conozco el valle, y es verdad, por eso me pareció lógico el significado del nombre del pueblo. Lo que no me esperaba era el nombre de la maestra que nos recibió en la secundaria: Lágrima. Lágrima Rosas. ¡Toma tu surrealismo mágico!, pensé, y puse cara de menso. Segundos después se presentó el Navo, que se había retrasado cerrando el carro, y cuando oyó “Lágrima” también pensó en García Márquez, sólo que él sí lo externó. «Fue idea de mi abuela», se explicó la profesora cuando vio las dos caras de mensos, y nos condujo al auditorio sin perder más tiempo.
Fuimos recibidos con aplausos y silbatinas.
—Demos la bienvenida a nuestros invitados especiales como es debido, ordenó el maestro de ceremonias, dueño de una voz estentórea que el micrófono amplificaba al infinito.
De inmediato asimilé el ambiente. Esto va a estar bueno. «Y a to’esto, ¿de que voa hablar?», me pregunté, y me dejé llevar por el momento: «que sea el ritmo de los acontecimientos quien marque mi sendero».
Hubo danza folclórica y poesía, teatro y narrativa. Unas a cargo de los invitados especiales —no fuimos los únicos— y otras a cargo de estudiantes de la anfitriona Secundaria Técnica 24. Unos entusiastas, otros obligados, pero al final todos contentos y enriquecidos. Por cierto, ahí me enteré —nos enteremos— que la jornada en sí trataba de un Café Literario temático, en esta su segunda edición dedicado al terror, luego que el primero se concentró en las tradiciones de la región.
Cuando llegó el turno de los invitados estrella Omar Gámez tuvo el tino de leerles la horrenda historia de los Huipas, esos indios desalmados que mataron y comieron gente en el Huatabampo de los años cuarenta. Parecía que no pero los morros seguían su lectura: reían cuando había que reír, o decían ingasu cuando había que decir.
De mi lado, siempre he dicho que prefiero no lean mi currículo en foros y presentaciones, pero en Quechehuca pasó que al Navo le leyeron un pergamino de logros y del que teclea apenas dijeron su segundo apellido, añadiendo: “reportero, editor o algo así, de una Crónica de Sonora”… bueno, pero qué jijos del maíz, resintió mi corazón. Mas la morrada me aplaudió bonito y me animé. Ai’ les voy.
— ¿Quién de aquí conoce Villa Juárez?
— yo
— Yo
— Yo
— ¿Y el panteón lo conocen?
— Yo sí
— Yo también
— ¿Sabían que hay una tumba sin nombre en ese panteón?
(Silencio)
Les conté la historia y se ca… llaron. «Los tenías lelos», me espetó el Navo más tarde. Quizá por el relato, quizá porque antes les platiqué que había cursado mis estudios en una secundaria muy parecida a esa y que nos llenaba de orgullo estar ahí, ser parte de un evento así. Ah, y encima de todo mientras mi boca hablaba mis pies caminaban (!)… Todo un maestro del coaching (!!).
Después de eso fuimos parte del jurado para elegir reina de la escuela, acto que en palabras de Gamez sirvió para “recuperar la fe en la humanidad”.
En efecto, hubo hermosos números artísticos que nos hicieron llorar no por fuera sí por dentro. Cuando de plano la chamacada se pasó de buena fue cuando comenzaron a pedirme autógrafos (!!): estiraban la playera o ponían el antebrazo. Yo iba preparado para regalarles revistas a los que leyeron poesía o cuento, además de a la planta docente de la secu en su conjunto, pero en ese remolino de la autografiada me dije “vale más que de una vez”. Y así fue.
Me despido agradeciendo las finas atenciones de los organizadores, la invitación de mi querido Navo y la generosa atención de los estudiantes, que hasta los felicité por no estar pegados al celular mientras tenían lugar los números artísticos y literarios, si bien más tarde una profesora de nombre Selene y de apellido Quiroz me enmendaría la plana: “Es que tienen prohibido usar el teléfono en la escuela, si no ahí estuvieran”.
Fotografía en portada de Omar Gámez
Fotografías en interiores de Benjamín Alonso y Selene Quiroz
Video de Omar Gámez
Excelente crónica, pero divertidamente excelente! Realismo mágico, humor e incentivo al arte en un solo evento (y texto)! Me reí un montón, me transportaste magicamente a Quechehueca y a los años en que di clases en primaria! Que buena pluma, mi amigo! Um abraçaço!
Wow! Muchas gracias, hermosa Caro 🙂
Se hace lo que se puede, como decimos en México con la boca retacada de falsa modestia ja!
Longo abraço para você!!