Me gustan mucho las películas infantiles bien hechas, pues para mí son piezas de arte; son mucho más difíciles de lograr porque a los y las niñas no se les puede entretener con las cosas mundanas y crudas con las que sí nos pueden entretener a los adultos… o sea “sexo, drogas y rock-and-roll” en corto. Para transmitir a la niñez un mensaje profundo te mueves entre los niveles obvios de una película de aventuras en una costa japonesa donde un niño busca a su mamá después de un tsunami; pero luego hay una historia de fondo, permanente, atemporal sobre la relación entre la naturaleza y la humanidad. Y para eso sí tienes que echar mano creativa de situaciones metafóricas, de imágenes, personajes y colores para transmitir un mensaje complejo, pero que incluso la niñez pueda entender o apropiarse. 

«Ponyo y el secreto de la sirenita» (Japón, 2008) sorprende porque a pesar de que los protagonistas son niños pequeños, es una historia de amor. A primera vista parece una historia de amor platónico entre dos criaturas de 5 años; que en algún punto al final se gira aparentemente romántico cuando al niño coprotagonista de la película, Sosuke, le preguntan -a modo de prueba- si será capaz de amar a la sirenita Ponyo y esto es incluso conversado entre las madres de ambos niños. Se ha señalado que la historia es una reinterpretación de la sirenita, de Hans Christian Andersen. No es la sirenita que todos conocemos de Disney, sino una que, si bien, no es tan oscura como la original, en ésta también la protagonista renuncia a su vida en los océanos con tal de seguir el amor y tener un alma humana. Pero aquí la historia es hermosamente aprovechada para hablar de un amor mucho más trascendente. Creo que esto puede leerse como una representación de la relación de amor que une a los seres del planeta, y donde la humanidad tiene a su cargo la protección, el respeto, y el cariño a lo que nos rodea. Esto sobresale en fuerte contraste con la bahía donde se desarrolla la historia que, ustedes verán, siempre está llena de barcos y de basura. Flota el plástico, sobre todo en las primeras tomas. Esto es notorio a pesar de la belleza “pastel” del arte de la película, que el mismo director Miyazaki ayudó a crear.

Desde un punto de vista académico, la película nos representa aproximadamente los modelos de pensamiento que usualmente se contraponen en el campo de la sostenibilidad ambiental; por un lado, tenemos al padre de Ponyo, temeroso, controlador, usuario de artefactos y tecnología, asqueado de la vida humana, aunque él mismo era uno del clan; un humano redimido, pero resentido con el resto de la especie. Éste es el padre, el modelo humano, con fe en la ciencia y la tecnología, restrictivo de las voluntades de la naturaleza, incluso representante de la dominación humana sobre ésta, y corto de vista. Aunque sus intenciones no son malas, pues él cree estar protegiendo a su hija (y al océano) de la devastación humana, sus métodos son cuestionables. No es un ser esencialmente malvado, simplemente cree que el fin justifica los medios y también cree que es dueño del destino de estas criaturas. Añora la venida de la época del océano y el fin del imperio humano. 

Por otra parte, después de desatarse el tsunami que surge debido a la liberación explosiva de la sirenita y su salida del mar, aparece la madre… inmensa, poderosa, creadora, bella, serena, capaz de controlar la furia desatada en el océano con poderes mágicos, igual que la sirenita. Esto también puede leerse en clave de género al asociar al padre masculino con la parte antropocéntrica, y la madre femenina con la dimensión natural, lo cual coincide con algunas visiones ecofeministas, solo que aquí la naturaleza no es víctima, sino que es quien se levanta ante la opresión. Al encontrarse con el padre de Ponyo, la madre le pregunta – ¿Por qué no dejar ir a Ponyo con el niño humano? – Ella le llama a no tener miedo, a fluir, a tratar de no controlar los acontecimientos y a respetar la vida de otros, teniendo fe en que los resultados se acomodarán de maneras que no podemos controlar, pero que seguirán un orden de las cosas que nos supera en inteligencia y funcionamiento. La humanidad enfrentada con la naturaleza siempre siente este miedo, esta necesidad de intervención y de control, ese creer que la vida no humana es toda nuestra y que podemos gobernar a dónde va según nuestros intereses, necesidades o creencias. Sin embargo, la naturaleza puede abofetearnos con su poder y su complejidad, como ya lo ha hecho miles de veces y como se representa en la película.

Nada es completamente negro o blanco en el mundo

Pero luego, hay un mensaje de esperanza y amor, que es al que vuelvo. Es un mensaje de profundidad ética, no solo intelectual o emocional. Humanidad y naturaleza trabajando juntas, respetándose mutuamente pueden lograr reestablecer el equilibrio y el orden de las cosas. Ponyo es resultado de un padre humano dominante, con buenas intenciones, pero malos medios; pero que también trae a la ecuación la racionalidad, tecnología, intención, orientación a metas. Nada es completamente negro o blanco en el mundo. Nadie es totalmente malo ni totalmente bueno. La humanidad no tendría por qué ser excluida de la creación, como sostenían los primeros conservacionistas de reservas y parques naturales de finales del siglo 19 y principios del 20… simplemente tendríamos que aprender a ocupar nuestro lugar en la orquesta. Ponyo es también hija de la naturaleza, poderosa, impredecible, mágica en un sentido no esotérico, sino a través de la confianza de saber que el universo es una gran maquinaria bien calibrada, que conecta el todo, creadora, nutricia, amorosa con quien le profesa amor y cuidado, y violenta contra los que rompen sus reglas. El mensaje apunta a las bases éticas y filosóficas de nuestro modelo de desarrollo: si somos capaces de conciliar estas dos mitades que también están dentro de nosotros como sociedad, y como especie, se antoja que podríamos ser una civilización extremadamente poderosa y sostenible.

Luego el cierre viene cuando la madre de Ponyo pregunta a Sosuke: ¿Estás dispuesto a cuidar de ella tal y como es? Esta es la condición sine quo non de entrega de este tesoro a la humanidad redimida en esa bahía y representada ahora por el niño. Al tener niños de cinco años como protagonistas, creo que Miyazaki quiso decirnos: a los que hemos estado aquí hasta ahora, se nos llenó de basura el océano, se nos descompuso el sistema y nos ahogó un tsunami. Pero aún hay redención, y las y los viejos podríamos presenciar y hasta auspiciar dicha redención, representada en las señoras del asilo que asisten al encuentro entre Sosuke y Ponyo cuando la madre del niño les dice -… él necesitará de todas ustedes-. 

¿Hay todavía oportunidad de reiniciar esta historia de amor herido entre nosotros y la tierra? Miyazaki indirectamente lanza la pregunta a los y las más jóvenes a través de la voz de la madre de Ponyo al preguntar a Sosuke… ¿Estás dispuesto/dispuesta a asumir esta responsabilidad? ¿Estás dispuesto/dispuesta a amar a esta preciosa tierra, a protegerla y a respetarla tal y como ella es?

Por América Lutz Ley

Doctora en Arid Lands Resource Sciences por The University of Arizona

Adscrita al Centro de Estudios del Desarrollo de El Colegio de Sonora

alutz@colson.edu.mx



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