¿El hijo de Krypton, con su traje azul y capa roja ocupa el lugar del superhombre de Nietzsche? ¿O es la reinvindiación popular del cristianismo con un semidios siempre dispuesto al sacrificio?
El héroe legendario podría dominar a la humanidad. Después de todo, es “más rápido que una bala, más poderoso que una locomotora, capaz de superar edificios altísimos de un solo salto. Es Superman”; sin embargo, eligió ser protector y defensor de la verdad y la justicia en cumplimiento del destino que él se reconoce: ¿no es esa la voluntad del poder de Nietzsche?
De acuerdo. Superman no acepta la muerte de Dios. Tampoco el eterno retorno. Y en no pocas ocasiones, vuela hacia la compasión y la empatía.
Aunque, por otro lado, está el ilustre monólogo que Bill (David Carradine) pontifica en Kill Bill, 2 (Quentin Tarantino, 2004): “Cuando Superman se levanta por la mañana, él es Superman. Lo que lleva Clark Kent – las gafas, el traje ejecutivo – es el disfraz. Y Clark Kent es tal como Superman nos ve a nosotros. ¿Y como es Clark Kent? Es débil, es inseguro: es un cobarde. Clark Kent es la crítica de Superman a toda la raza humana”.
En algún lugar – más allá del bien y del mal – Nietzsche debe estar sonriendo.
Cuarenta años después surge el reestreno de Superman (Richard Donner, 1978), una película que supo capitalizar el entusiasmo por la fantasía, la comedia y aún la ciencia ficción, para convertirse en una pieza magistral de entretenimiento que ha envejecido con bastante dignidad.
El génesis de esta historia es conocido desde la infancia. Krypton se acerca a su inexorable final. Jor El (Marlon Brando) coloca en una nave a Kal El, su único hijo, hacia la Tierra. El pequeño es recogido y adoptado por Jonathan Kent (Glenn Ford) y Martha,su esposa (Phylis Thaxter).
Durante su estancia en el centro de los Estados Unidos, el joven tiene la oportunidad de “hacer pequeños milagros”. Sin embargo, esta predestinado a grandes cosas y debe emigrar para cumplir con su ministerio.
La fotografía de Geoffrey Unsworth es espectacular. Grandes paisajes de maizales, bosques y planicies empequeñecen a los personajes para advertirnos sobre la épica que viene: el viaje del héroe.
La música de John Williams – aquí en deuda con Richard Strauss y su Also Sprach Zaratustra (Nietzsche asoma de nuevo) – resulta envolvente, solemne y memorable.
Al cumplir los 30, Clark Kent / Superman llega a Metrópolis para desempeñar su función pública, como un tímido, pero noble reportero (Christopher Reeve). Muy pronto podrá desplegar los poderes concedidos por nuestra galaxia.
El slogan original de Superman es revelador: “You’ll bealive a man can fly”. Esto se logra a partir de los efectos especiales que, a la distancia de cuatro décadas, siguen siendo convincentes.
Así volveremos a ser testigos de rescates imposibles: un helicóptero que amenaza con caer desde un rascacielos, el avión presidencial que sufre un accidente en pleno vuelo y, la cicatrización inmediata de la falla de San Andrés después de perseguir y neutralizar misiles nucleares de alta gama.
Por supuesto, regresa la secuencia sentimental. El ballet aéreo que Superman obsequia a Lois Lane (Margot Kidder) mientras ella, extasiada, recita en su cabeza el célebre poema musicalizado “Can you read my mind?”.
Y de nuevo nos encontraremos con Lex Luthor (Gene Hackman). Una versión bufa del genio dispuesto a destruir y ver el mundo arder, solo para salirse con la suya.
Por cierto, el plan magnífico de Luthor, un fraude inmobiliario con vista a crear una nueva costa norteamericana, ya no es seguro. Después de la crisis mundial de 2008, la compra de terrenos como inversión inequívoca ha dejado de conservar su certeza.
Superman, de 1978, con todo y sus posibles defectos, pone la otra mejilla frente al cinismo que exhibe el actual cine de superhéroes, la mayoría de las veces mas preocupado en crear universos y secuelas que en contar una buena historia.
Son dos horas y media de proyección en donde no existe una sola caída en el ritmo del filme.
Desde 1938 – año de su aparición en cómic – sabemos que aunque siempre existe la tentación de reflexionar en el encapotado como un arquetipo crístico, mesíanico y redentor, su grandeza es que es un ser que, al empeñarse en hacer lo correcto, nos inspira a hacer el bien.
Y al mismo tiempo, es imposible dejar de pensar en que, como La Mujer Maravilla y el Capitán América, porta con orgullo en su uniforme los colores de la bandera norteamericana.
Por eso, en el caso de Superman, no solo un gran poder conlleva a una gran responsabilidad. También una gran responsabilidad se convierte en un gran poder.
Hay que registrar ese título de El Evangelio de Acero en relación a Superman. Gran acierto. Una pequeña nota: el dios que se sacrifica por la continuidad de la vida es más antiguo que el cristianismo por mucho. Sin embargo, el aspecto mesiánico que destacas en la figura de Superman da para muchísimo, sobre todo si incorporas las distintas versiones cinematográficas (donde es bastante menos sutil esta dimensión). Deberías proponértelo en el marco de los 25 años de «La muerte de Superman».
Muchas gracias por tan generosos comentarios. Recuerdo la publicación del cómic donde Superman moría. Fue todo un acontecimiento. Es verdad, las referencias mesiánicas sobre Superman no son nuevas. Sin embargo, al recuperarlas también recordé el monólogo de Bill en Kill Bill,2. Esa idea que Clark Kent es la crítica que Superman le hace a toda la raza humana me sigue atrapando. He ahí otra vertiente para explorar. MUCHAS GRACIAS, DE NUEVO Y NOS VEMOS EN EL CINE.