Innumerable es la cantidad de filmes que ofrece el cine sobre la Segunda Guerra Mundial, sin embargo El tambor de hojalata (1978) es una propuesta de Volker Schlöndorff que no podemos dejar de considerar dentro de este canon.
La historia, basada en el homónimo Nobel de Günter Grass, plasma el drama del excéntrico Oscar Matzerath, un niño alemán que a los tres años de edad decide deliberadamente dejar de crecer; historia central que sólo será pretexto para dar pie a muchos otros relatos que se desprenderán a lo largo de 163 minutos en un complejo bildungsroman.
Por sus impactantes temáticas como la misantropía, la guerra, el suicidio, la poligamia y la muerte, la película logra un acertado balance entre la sobriedad de estos temas y un humor negro que, lejos de impedir el estremecimiento ante tales imágenes, las vuelven más llevaderas, dándonos un respiro después de cada impacto emocional. Esto, combinado con los tintes de realismo mágico que ofrece El tambor de hojalata con escenas sorprendentes como una abuela que concibe a su hija mientras oculta a su futuro esposo bajo sus cuatro faldas o la enajenación de la madre a través de la ingesta de pescado crudo, ofrecen al espectador una estética aguda y bella mediante una fotografía bien cuidada que esconde en cada cuadro un significativo símbolo.
Tanto esmero por parte de la dirección y producción no habría tenido sentido de no ser por el gran reparto que conforma la cinta. Si Volker Schlöndorff pretendía lograr una digna adaptación de la historia de Günter Grass tenía que encontrar al casting perfecto; esto implicaba el hallazgo, (lograda después de una exhaustiva búsqueda durante años) de un niño capaz de representar la transformación a la adolescencia y la vida adulta con las inquietudes que estas representan; encontrar su sexualidad, el amor, e inclusive alcanzar la paternidad. Por suerte para Schlöndorff, y para todos nosotros, David Benneth (Oskar) consigue retratar todo esto de manera impecable a través de sus expresivos ojos y el sonido de su tambor, que representará una extensión de sí mismo y un lenguaje para comunicarse con el mundo.
En pocas palabras, apenas puedan chutarse esta película -y claro, al Nobel de 1999- háganlo. Con la advertencia de que se necesita tiempo, temple y ojos bien abiertos para adentrarse a estos densos y complejos mundos de Grass y Schlöndorff. En cuanto a conseguirlos respecta, bienaventurado quien logre encontrar la cinta fácilmente en el universo del internet; y quien lo haga, que lo comparta. Al librito, por suerte, lo pueden encontrar en su librería favorita -a unos cuantos pasos de catedral- y juzgar por ustedes mismos si la adaptación es o no un éxito.
Por Michel Axel
Buena e interesante reseña. Ya quiero verla!