Uff, vaya forma de abrir cancha la de don Guillermo Valenzuela de Mendoza, uno de esos talentos camuflados que deciden mostrarse al mundo a través de esta honrada casa editorial.
Cojan agua, muchachos. Bien helada, por favor.
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«Macho calado / Ese soy yo / Macho calado / Ya probé y sí me gustó»
Los Audaces del Ritmo
Isidro Grijalva abre los ojos como si fuera la primera vez en todo el día. Lo encandila la luz del sol y el humo de los camiones hace que se cubra la nariz con su paliacate. Es sábado en la tarde, de esas tardes aburridas por el calorón. La ciudad se convierte en un horno sofocante en esos días de la canícula de junio.
A Isidro Grijalva le gusta sentarse en una banca del Jardín Juárez cuando sale del trabajo en la construcción. Después de un rato de observar a la gente que pasa apurada y malhumorada, después de observar el tráfico infernal en el centro de la ciudad, después de meditar y recordar la vida que tenían en el pueblo, se regresa a su casa en La Metalera.
Hace ya un año que Isidro Grijalva y su familia se vinieron a la capital. Llegaron del pueblo de Rayón cuando el Isidrito entró a la preparatoria y la Anita terminó la primaria. Un conocido del pueblo les prestó una casa mientras él levanta las paredes de la propia en el terreno que compraron en Las Amapolas. Su esposa, Ana María, está de acuerdo con esta vida porque su marido le salió tranquilo y trabajador. Orgullosa le presume a las amigas de la cuadra que su viejo tiene buen trabajo de albañil y él mismo está levantando la casa. También les dice que su viejo ni es borracho, ni es ojo alegre, sólo le gusta oír el béisbol en la radio, pero su mayor afición es sentarse en una banca del Jardín Juárez en las tardes después de salir del trabajo.
Ana María se levanta en la madrugada, le hace el lonche a su marido, prepara el desayuno para los chamacos, les alista el uniforme y se va a trabajar a la casa de sus compadres, que también se vinieron del pueblo, y tienen una fábrica de tortillas de harina que entregan en abarrotes y taquerías.
Ana María agradece, todos los días, que tiene una familia tranquila y una vida sin sobresaltos, eso sí, con mucho trabajo sacando adelante a los chamacos “para que estudien y no se queden sin hacer nada, midiendo calles nomás”.
Isidro Grijalva abre los ojos como si fuera la primera vez en todo el día. Se levanta de la banca y se quita el sombrero, haciendo una reverencia, cuando pasa una señora joven que trae un chamaco llorón jalando de la mano. Se sienta apenado y se mete el sombrero hasta las orejas cuando la señora le lanza una mirada de “pocos amigos” y apura al chamaco llorón por la calle Sonora.
Isidro Grijalva suda como puerco en esta tarde de junio en el centro de la ciudad. Se seca el sudor con su paliacate y se acomoda en la banca de costumbre, en el lado norte del Jardín Juárez, a la sombra de una ceiba gigante. Cierra de nuevo los ojos y empieza a recordar la vida que llevaba en el rancho donde trabajaba de vaquero cerca del pueblo de Rayón…
Ya aparté el toro pinto, el semental, porque me dijo el Chuy que traería a la vaquilla colorada que anda alborotada. Ya llevé el resto del ganado al potrero; se me fue rápido la mañana, ¿será porque va a venir el Chuy?, puede ser. Es que desde hace una semana que no viene. Aquí me la paso solo en el rancho mientras la familia está en el pueblo y el Chuy… pues el Chuy trabaja en el rancho vecino. Se la pasa inventando pretextos para venir a visitarme jajaja… mientras llega voy a meter estas pacas de alfalfa en el tejabán.
Es pesada la vida en el rancho, pero este trabajo me gusta, también me gusta hacer trabajos de albañilería. El Chuy dice que a lo mejor se va con los gringos, allá pagan en dólares, además de que ya dejó a la mujer que tenía y como no tiene hijos, pues para él es más fácil irse. El olor de la alfalfa seca en el tejabán me trae buenos recuerdos; me recorre una sensación de hormiguitas por las piernas y el pecho. Ya puedo ver la polvareda en el camino, es el Chuy que trae la vaquilla colorada; el toro pinto está inquieto en el corral, ¿será que no está el resto del ganado?, ¿será que ya olfateó la vaquilla que se acerca?
Usar al toro pinto como semental nos ha dado buenos resultados, han salido muy buenas crías. El Chuy mete rápido la vaquilla en el corral; el toro la olfatea y levanta de forma extraña la nariz, como diciendo: esta vaquilla será mía en un momento jajaja… en el rancho reconocemos cuando una vaca anda en celo porque levanta la cola… yo reconozco esa mirada, con esos ojos del color de la alfalfa seca, y esa sonrisa pausada del Chuy.
Le digo que ya casi está lleno el tejabán con pacas de alfalfa para aguantar los meses de sequía que se avecinan, él asiente con su sonrisa pausada y su mirada verde como la alfalfa seca… no puedo dejar de mirar esos ojos verdes… me recorre una sensación de hormiguitas por las piernas y el pecho.
En el corral, el toro pinto olfatea la vulva inflamada de la vaquilla colorada; se inquieta; se le restriega y avienta tierra rascando el suelo con las patas delanteras. La vaquilla colorada espera paciente el ritual con la cola bien levantada… resisto el peso por detrás en mi espalda, y me tengo que recargar en la pared de pacas de alfalfa; sus manos con callos y quemadas por el sol recorren bruscamente mi pecho… ese olor a alfalfa seca, esa sensación de hormigueo, la humedad, el sudor, me enciende.
Después de algunos rodeos, el toro pinto levanta sus patas delanteras y monta a la vaquilla colorada; ésta resiste el peso en su lomo y tiene que dar dos pasitos temblorosos hacia adelante, recibiendo con estoicismo una primera embestida tímida… siento su respiración caliente en mi nuca; sus manos rasposas aprietan mi pecho; siento su dureza; resisto su fuerza, su sudor y saliva.
El toro pinto tiene que montar a la vaquilla colorada de nuevo, pero esta vez acierta una embestida profunda y definitiva, una más y otra más; los ojos en blanco; la vaquilla colorada resiste cansada… siento, encendido, como explota un chorro caliente en mi interior; en ese momento de frenesí, riego con mi semen la alfalfa seca del suelo. El toro pinto, en el corral, muge de una forma extraña y la vaquilla colorada busca nerviosa salir de su encierro… me abraza por la espalda lanzando un largo suspiro; nos quedamos así un momento, un momento donde cabe un universo diferente…
Isidro Grijalva abre los ojos como si fuera la primera vez en todo el día. Le molesta el ruido ensordecedor de una motocicleta que pasa por enfrente. Suspira desconsolado, se levanta, toma su sombrero y se lo pone hasta las orejas. Dobla por la calle Juárez y se dirige a la parada de camiones que está en la esquina de la Clínica del Noroeste. Se detiene un momento y observa a la gente que cruza la calle. Sin querer fija su atención en un hombre que cruza rápidamente; usa botas sucias y desgastadas, pantalón de mezclilla deslavado, sombrero viejo y esa mirada, esa mirada. Siente una sensación de hormiguitas por las piernas y el pecho… ahora él se aproxima con una sonrisa pausada y esa mirada verde como alfalfa seca…
Texto y fotografía por Guillermo Valenzuela Mendoza
Excelente relato… una historia que refleja un sentido de sumisión masculina al orden social… Felicidades a Guillermo Valenzuela Mendoza por atreverse a publicar lo que muchos pensamos!!!
Muy buen relato, Guillermo. Me recordó mucho a los trabajos del antropolólogo, tocayo tuyo, Guillermo Núñez Noriega. Saludos
Gracias Martin, Alejandra, agradecido, un saludo para Guillermo Núñez Noriega un excelente investigador en el campo de la diversidad sexual
En general excelente.. en particular, me quedo con esta expresión que me ha encantado «…un momento donde cabe un universo diferente.». Gracias Guillermo, espero que pronto encuentres de nuevo inspiración para deleitarnos.
Muy buen relato. Te felicito Guillermo, eres bueno! Esperamos más textos tuyos.
Felicidades, un relato con todo!