Hoy asistimos al estreno de Javier Guerrero en esta casa editorial,

muy bien acompañado por la lente de Luis Gutiérrez

[hr gap=»30″]

Cuando la noche cayó, la luna empezó a brillar a su máximo esplendor, sin que mediase entre ella y la tierra alguna nube que opacara su luz. El monte se cubrió de un resplandor plateado que se colaba entre los umbrosos mezquites y los palofierros. Los enormes sahuaros adquirían formas de gigantes con sus brazos al cielo como alabando la magnificencia de su inmensidad.

 

Los animales nocturnos emitían los sonidos propios de su especie, llenando aquella noche clara de vida y apacible soledad. Las estrellas, muy en lo alto, titilaban tímidamente, siendo su luz apenas perceptible para un ojo avizor y para aquella tierra sagrada que las contemplaba desde el origen de los tiempos.

 

Muy cerca, el Bacatete, la sierra sagrada, daba la impresión de ser una serpiente dormida pero presta a despertar. En uno de sus picachos el Maaso, danzante de venado, contemplaba admirado el enorme resplandor que brotaba del monte y pensaba para sí que el huya aniya, el gran espíritu tenía regocijo, esa era la manera de mostrarlo a sus pobladores. Muy a lo lejos el coyote aullaba como saludando a aquella hermosa noche, con un llanto que a cualquiera helaría su sangre, más no a aquel hombre acostumbrado al contacto con la naturaleza y con la conciencia de que el coyote era su hermano ancestral al igual que el venado formaban parte de su ser. En él había algo de los dos, el lo sabía. Los mayores le habían hablado de la tradición y del respeto hacía ella, el respeto hacía estos animales míticos y venerados.

 

Su estancia en la sierra sagrada era purificación y preparación para cumplir esa tradición de danzante durante las fiestas del yaqui en la semana santa. Mientras esperaba la llegada del día pensaba que en aquella serranía sus ancestros se habían refugiado infinidad de veces huyendo del ataque artero del yori invasor, aquellos yoris que de manera descarada y recurriendo a la traición y al engaño desearon siempre apoderarse del preciado territorio de su pueblo y  de las aguas del imponente río yaqui. Pensaba que lo habían logrado en gran parte, pero no del todo. A pesar de las deportaciones y las matanzas nunca pudieron exterminarlos y seguían en la tierra ensangrentada en la que habían vivido desde tiempos inmemoriales.

 

Por un momento imaginó a Cajeme y a su gente subiendo hacía el Bacatete,  tratando de protegerse de los soldados del gobierno. Allí entre esos cerros el jefe Tetabiate había rodado las piedras para defender heroicamente a mujeres, ancianos y niños que huían de la matanza. Allí mismo había muerto en la defensa junto con parte de sus guerreros, no sin antes poner a salvo a su pueblo. ¡Tantas cosas en las que reflexionó el Maaso!

 

El día llegó con los cálidos rayos del sol alumbrando aquel paisaje. El danzante está listo para ir a su pueblo y cumplir con el deber. Mientras tanto el río duerme, la tierra gime, el venado sueña y el yaqui espera.

Por Javier Guerrero

Fotografía de Luis Gutiérrez

pkito - copia

Sobre el autor

Javier Guerrero Tinoco nació en Las Guasimas (1974) y fue criado en Vicam, ambos territorios de la nación yaqui. Es historiador, vagabundo de las estrellas y soñador de un mundo mas justo y solidario.

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *