Nuestro prolífico Cipriano Durazo levanta la mano

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En mi libro Entrevistas a personajes del siglo XX: Un testimonio histórico, hay dos personajes de la cultura que me hablan decididamente sobre Alberto Aguilera Valadez, cuyo nombre artístico es Juan Gabriel. La primera es Elena Poniatowska y la segunda doña Lola Olmedo (q.e.p.d); las dos lo conocieron muy bien y me relatan infinidad de anécdotas acerca del llamado “divo” de Juárez.

 

La maestra Poniatowska me contó: “Lo fui a ver a su casa de Toluca y lo fui a ver a través de Carlos Monsiváis. Y sí, se mostró muy accesible, estuve allí con él desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde. Se hizo la entrevista y después de un rato ya nos quedamos platicando y salimos a caminar».

 

Doña Dolores Olmedo me señala: “Juan Gabriel es mi cuate y ha venido a filmar sus videos aquí a mi baño, y me dice: ‘¿me presta su baño?’… y le digo ‘sí’. Se metió a mi vestidor y anduvo revoloteando todos mis clósets, revolcó todo lo que quiso. Se vistió, se arregló y se vio muy bien”.

 

Las dos me comentaron que era un mito que el cuadro que Diego Rivera le hiciera a María Félix se lo vendiera directamente a él. Dicha obra de arte pasó por muchas manos antes de llegar a la sala del cantautor. El cuadro tenía sus historias de desencanto. Diego Rivera la quería pintar desnuda, pero María no quería un desnudo total como en el cuadro hecho a Pita Amor que “todo México vio, incluso hasta el presidente Miguel Alemán”, decía. Entonces le puso un vestido vaporoso y traslúcido que nunca gustó a la doña oriunda de Álamos, por eso ésta se lo vendió al doctor José Álvarez Amézquita,  Secretario de Salud de la época de don Adolfo López Mateos, y éste después lo remató, siendo un art- dealer el que  se lo terminó vendiendo a Juan Gabriel.

 

Un día comentó la propia Elena Poniatowska que cuando fue a visitarlo a su casa creyó encontraría una casa algo kitsch como la de los ricos nuevos, es decir con cortinas de terciopelo y estatuas griegas de color dorado. Pero nada de eso:  Juan Gabriel tenía un gusto bastante aceptable y una conversación muy amena.

 

Cuando el que esto escribe cursaba taller de Periodismo en el periódico El Norte, de Monterrey, Nuevo León, había un compañero de Ciudad Juárez que a la menor provocación presumía que de chavo conoció el Noa Noa. Todos los alumnos soltábamos la carcajada y él ingenuamente  decía: “Si era un centro de diversión, pero ahora es un estacionamiento nada más”. Los mal pensados tejían un montón de historias en torno al lugar que vio los primeros pasos de Juan Gabriel en el mundo del espectáculo,  y pensaban que nuestro compañero andaba en esos rollos por aquello que dice la canción: “Este es un lugar de ambiente, donde todo es diferente, donde siempre alegremente bailarás toda la noche, ahíiiii”… ¡A raza!, donde quiera se tuestan habas…  Pero eso sí, siempre esperábamos sus ocurrencias sobre Ciudad Juárez y Juan Gabriel.

 

Lo cierto es que, nos guste o no, Juan Gabriel es de los pocos que ha pisado Bellas Artes. Incluso cuando María Victoria quiso cantar en dicho lugar no pudo, le tuvieron que hacer un homenaje en el Teatro Degollado de Guadalajara, ante la negativa de las autoridades.

 

Un recuerdo que me es de lo más entrañable es cuando mi mamá lo conoció en el viejo Aeropuerto de la Manga, aquí en Hermosillo, allá en los años setentas, cuando éste era prácticamente un desconocido. Estaban los dos esperando la llegada del vuelo de Tijuana , mi madre iba a recoger a mi tía Mili y Juan Gabriel iba a sus primeros conciertos. Como se retrasó el vuelo, los dos se pusieron a hablar para acortar las horas (cabe destacar que mi madre no sabía que él era artista). Se presenta con ella y le dice:

 

-Mucho gusto, me llamo Alberto.

-Y yo Celia.

-¿A qué se dedica usted?

-Soy madre de nueve hijos y mi esposo me está esperando en casa con ellos, es que vengo a recoger a una hermana.  ¿Y usted a qué viene?

-Voy a Tijuana. Soy cantautor.

-¿Y le va bien en eso?

-No me puedo quejar, pero he pasado muchas penurias, inclusive estuve en la cárcel sin deberlas ni temerlas.

-La cárcel está llena de inocentes.

-Qué bueno que me comprende señora.

 

En eso llega mi tía Mili y le dice:

 

-Celia estás hablando con Juan Gabriel.

-¿Y quién es ese hombre?-  Le dice mi madre.

-Con el que estás al lado.-  Le comenta.

-No se llama Juan Gabriel,  se llama Alberto.

-Yo soy señora.

-¿Y cómo dices que te llamas?

-Alberto, pero Juan Gabriel es mi nombre artístico.- Sonríe y se despide de ella.

 

Mi mamá no entendió la situación,  tuvo que ver la televisión días después para entender lo que había pasado. Con los años se convirtió en su más grande admiradora  y siempre recordó la charla que tuvo con Alberto, rodeada de sinceridad y sin saber quién era.

 

Que en paz descanse en donde quiera que esté, finalmente nos vamos todos como dice la canción: “No tengo dinero, ni nada qué dar, lo único que tengo es amor para amar”…

 

Por Cipriano Durazo

portada

Sobre el autor

Cipriano Durazo Robles es Licenciado en Periodismo por la Universidad Kino y Presidente de la Sociedad Amigos del Museo de Historia de la Universidad de Sonora. Articulista de radio y medios digitales. Se desempeña como dictaminador sanitario de la publicidad en COESPRISSON (Comisión Estatal de Protección Contra Riesgos Sanitarios del Estado de Sonora).

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