“En las sociedades arcaicas, como en las históricas, por medio de las hierbas y de los licores, la danza, el rito, lo profano, lo sagrado, hay búsqueda de los estados de embriaguez y de paroxismo. Éstos son estados extraordinarios, precarios, fundamentales, que son vividos por el sapiens como algo supremo. El exceso solicita un lugar central en la ciencia del hombre. No se podría concebir una antropología que no tuviera lugar para la fiesta, la danza, la risa, las convulsiones, las lágrimas, el gozo, la embriaguez y el éxtasis.”
Ikram Antaki
El 20 de abril es un día especial para quienes consumen cannabis. No es claro cuándo, ni cómo, este día se convirtió en un hito de la cultura canábica. Hace algunos años el Huffington Post se dio a la tarea de investigar y esto fue lo que encontró. Este día, a lo largo y ancho del mundo entero, multitudes se reúnen a celebrar, compartir, persistir y resistir la prohibición, así como insistir en la descriminalización de actos relacionados (siembra, cultivo, consumo, venta, tráfico y demás) con el estupefaciente “cannabis sativa” y el psicotrópico THC (tetrahidrocannabinol).
Si bien el utilizar cannabis es aún estigmatizado en nuestra comunidad, cada vez más la ignorancia y el odio ceden ante el conocimiento y los datos duros. La ciencia recoge y sistematiza información con el ánimo de aproximarse a la verdad para trascender sesgos que son producto de prejuicios. Casi todo el debate en torno a la legalización de la cannabis está enfocado sobre la legitimidad del consumo. ¿Tenemos derecho, en tanto prerrogativa civil, a experimentar el estado de paroxismo?
Existen infinidad de opiniones. Por un lado, están los que sostienen que el consumo de cannabis ha probado ser un medio de mitigación de los síntomas para múltiples enfermedades: migrañas, severos dolores musculares, insomnio, depresión, ansiedad, falta de apetito, entre muchos más. Afirman con vehemencia que el número de muertes por sobredosis de cannabis es cero, y que este número es ampliamente superado por las más de quince mil personas que desde 2007 mueren anualmente sólo en Estados Unidos por sobredosis de drogas de prescripción. Hacen alusión al hecho de que el alcohol y el tabaco, drogas legales, son mucho más perjudiciales a la salud.
Por otro lado, quienes están de acuerdo con la prohibición sostienen que el uso de la cannabis representa un portal hacia el uso de drogas más fuertes y adictivas. Afirman que la legalización no acabará con la violencia. Sostienen que hay muchas personas que no prueban la cannabis porque es ilegal, situación que podría cambiar con su legalización. Se afirma que la legalización es igual a promover su uso y ofrecer salidas a problemas más complejos de personalidad.
Razones para legitimar o deslegitimar el consumo de la cannabis van y vienen, omitiendo notar que toda decisión es personal, es decir, incumbe a la esfera jurídica individual de cada ser humano.
En cuanto al consumo de cannabis, cada quien en ejercicio de su derecho a la intimidad, debe establecer para sí las formas en que explora, experimenta e interpreta la vida, así como los medios que utiliza en el proceso de autodescubrimiento, siempre y cuando no afecte directamente a los demás. Considero, en honor al libre albedrío, que cada quien debe elegir sobre esta cuestión para sí mismo. No se recomienda utilizarla, tampoco se recomienda no utilizarla.
La recomendación es buscar información para decidir en base a ella tomando en cuenta los rasgos propios de personalidad; las creencias, las convicciones, los miedos, valores y principios de los cuales sólo quien los posee puede dar cuenta. Con más información cada quien puede visualizar y tener una idea más cercana a las posibles consecuencias de ingerir esta o cualquier otra sustancia. La prohibición ejemplifica una actitud paternalista del Estado que decide por su hijo ciudadano qué debe y qué no debe hacer, vulnerando su derecho a pensar y decidir por sí mismo en lo que toca a asuntos de la propia personalidad.
Hoy más que nunca el colectivo humano haría bien en cultivar personas capaces de experimentar la vida a conciencia. Los retos que ofrecen el capital financiero, el calentamiento global, la amenaza de guerras nucleares, la escasez y necesidad en la población mundial, así como la búsqueda de la paz, requieren de personas creativas, con ingenio desarrollado para transmutar la destrucción de nuestro planeta en prosperidad y abundancia para la vida.
Es un camino que requerirá que interpretemos nuestras interacciones cotidianas como rituales de amor. El otro amor, no la noción posesiva del amor que hace tanto daño al ser. El amor que es inconmensurable y atemporal, pero sobretodo desinteresado. En tanto aprendamos a amar, a aceptar y agradecer la diversidad de ideas, de pensamientos, de visiones estaremos en posibilidades de transitar hacia mejores estadíos sociales.
Ahora bien, la estrategia para institucionalizar los estados alterados de percepción por la ingesta de sustancias naturales, debe contener arreglos institucionales correspondientes a una política pública progresiva que garantice el derecho civil. Debe, asimismo, contener una serie de garantías inmediatas traducidas en obligaciones de hacer y no hacer para el Estado. Múltiples opiniones de diferentes sectores deben ser consideradas y evaluadas para conformar el mejor plan de institucionalización del derecho al paroxismo. Levantar la sanción sobre actos que conlleven y faciliten la experimentación consciente de estados de “exaltación extrema de los afectos y pasiones” debe ser planeado e implementado de forma cuidadosa.
Habrá que tomar en cuenta ambientes sociales, tecnologías, propósitos de bien colectivo, la economía, y muchos más. El presupuesto obtenido del impuesto a la actividad comercial de facilitar la consecución de este derecho debe utilizarse para reformar políticas de diferentes sectores: informar y capacitar a la población sobre las oportunidades y riesgos que representa el consumo (salud), fondear investigación científica enfocada a desarrollar uso energético, industrial y medicinal (ciencia y tecnología), fomentar el cultivo como actividad de pequeño productor (economía), entre muchas otras. La autoproducción y el autoconsumo no deben ser sujeto de impuesto, en tanto que limitaría las oportunidades de sectores de la población en estado de vulnerabilidad, imponiendo cargas tributarias inaccesibles para quienes perciben un menor ingreso de recurso económico.
La institucionalización del derecho al paroxismo representa una oportunidad para empoderar al ciudadano y al Estado. En general, transitar a un estado de bienestar y abundancia. Por todo esto resulta fundamental comenzar a dialogar respecto al cómo y cuándo, en vez de cuestionar su legitimidad.
Ilustración por Neills