Hermosillo, Sonora.-
Primera llamada
La iluminación es un susurro atrapante
Segunda llamada
Los cuerpos se imantan al escenario como si fuera de ese templete ya no quedara nada,
Las miradas de los espectadores se vuelven parte de la pieza,
Los cuerpos están en el escenario, como obsidianas, pendulan en una dinámica que remueve toda convención estricta de un lenguaje establecido,
Brincan, azotan, giran, seducen con el erotismo de un pájaro o de un espectro que ya sólo muestra el ánima,
Entes salvajes luchando con sus ropas, intrigados por lo que los rodea, no la gente, las telas, el amor, el delirio de pertenecer a algo, la persecución, la sed de alma entre las etiquetas y marcas epiteliales.
El ambiente de la obra se torna en histrionismos desatados que recuerdan al fluido verde u oscuro que nos recorre, al duende del que hablaba Lorca.
La pieza se vuelve una entidad viva, un dasein de ocho cuerpos que se huelen, se tocan, se encuentran subordinados a la mística de un delirium tremens que se pasea entre la petite mort y la desesperación.
Prima facie todos pierden el rostro y queda en el espacio la resignificación misma de lo que alguna vez fuimos pero que hemos olvidado o súper refinado como sacarosa o carbones 14 en subterfugio de la lógica.
El sitio se habita con una fortaleza visceral por parte de esta entidad prelúdica, deviene desde los confines del mundo interior que organizan en sus cuerpos para mostrar su química de uvas fermentadas en una frescura barroca en medio del calor minimalista del desierto.
Salir y ver el cotidiano, buscar un sitio donde poder ser ese animal, ese espectro,
Ese revenir ante lo que ahora llamamos otro y que antes simplemente solía ser.
Reconocerse en el otro
Una gota de naturaleza
O dos
O lo que ahora conocemos como eso
O lo que al menos yo quisiera reconocer como naturaleza,
¿Pero será romántico? ¿Y si lo es, es menos natural? ¿Qué pensarían los Capuleto y los Montesco?
Fuck
Tres gotas de lo primigenio,
Ocho gotas del mar.
Fotografía de Ricardo León