Hermosillo, Sonora.-
Supe por primera vez del escritor chileno Roberto Bolaño hace unos quince o veinte años, leyendo un fragmento de una de sus novelas que traía un amigo. Trataba, recuerdo vagamente, de unos cuates que deambulaban perdidos por los rumbos de El Pinacate. Debe haber sido cuando murió Bolaño o cuando comenzó a pegar duro. Caso es que pasó el tiempo, volaron los veinte años que son nada y nada más supe del escritor aludido hasta hace unos meses, cuando presentaron en Hermosillo el tercer número de la revista barcelonesa Altair (cultura viajera y crónica periodística para ir más lejos), titulado «Los desiertos de Sonora» y compuesto por veintiún textos, con autores de la talla de Juan Villoro, Roberto Fresán y otros, todos sobre la obra de Roberto, en especial sobre su novela Los detectives salvajes.
Fue la presentación de la revista, en el marco de las Fiestas del Pitic, en el salón gobernadores, un completo fracaso, pues no hubo más de diez asistentes, como sucede con casi todas las presentaciones de libros en Hermosillo. Fue anunciada un día antes de su realización, a pesar de los apoyos del Instituto Sonorense de Cultura. Por suerte, en el anuncio incluyeron la dirección www.losdesiertosdesonora.com donde aparece la versión digital de la revista, con entrevistas, videos, fotografías, mapas, reseñas y demás que me hicieron sentir tremendamente obsoleto, anticuado y rebasado en materia de edición y publicación de libros. Como en el mismo sitio viene la manera de adquirir los ejemplares que gustes de esa revista, pedí uno que me llegó por correo como un mes después desde Barcelona hasta este ex pueblito sencillo.
Por supuesto que en cuanto abrí el paquete me lo receté enterito, más de doscientas páginas, de autores de varios países, mexicanos, chilenos, salvadoreños, españoles, gringos, fotógrafos, cartógrafos, ¨videoperiodistas¨ y otros discurriendo sobre Bolaño, sus obras, poemas, novelas, entrevistas, detalles de su biografía, enfocando en especial Los detectives salvajes y destacando que trata de tres poetas ¨real visceralistas¨ y una prostituta que vienen a Sonora, desde el DF, en un Impala blanco, a buscar a una poeta, Cesárea Tinajero, que en los 30s del siglo pasado editó una revista que llamó Caborca y que perteneció a una corriente literaria denominada Infrarrealistas, enfatizando, asombrados y maravillados hasta el cansancio, una y otra vez, que Bolaño sí vivió en México pero nunca pisó tierra sonorense, y que imaginó todo los recorridos que hacen por Sonora los personajes en la novela a partir de algunos de los mapas que su paisano don Julio Montané, amigo de todos en estas tierras, publicó en su monumental libro Atlas de Sonora.
Así que, en palabras del editor de Altair, luego de leer ¨el péndulo que oscila entre la emoción que nos plantean Paty Godoy, Bruno Montané Krebs, Zara Monroy, Sergio González, Diego Osorno, Franco Félix e Iván Ballesteros¨ (todos sonorenses), ¨la estupefacción que queda tras el horror descrito por John Giber y Oscar Martínez, el lúcido afecto de Juan Villoro, el análisis crítico y la interrogación sensible que nos proponen Valerie Miles, Jorge Carrión, Manuel Llanes o Fernando Saucedo, el asombro de los recuerdos en Cristina Rivera y la poderosa imaginación de Rodrigo Fresán¨, luego de hacer ¨un viaje físico, un periplo imaginario también con tiempo para la poesía y el azar que presentan las fotografías de Miguel Fernández de Castro o la prodigiosa cartografía construida por Aventuras Literarias¨, no me quedó sino salir en busca de Bolaño hasta encontrar un ejemplar de Los detectives salvajes para devorarlo.
En Gandhi estaba agotado, había ejemplares de otras de sus obras, 2666, Estrellas distantes, La literatura nazi en América, Llamadas telefónicas y Putas asesinas, entre otras, pero no Los detectives salvajes, que finalmente salió desde un oscuro rincón en los anaqueles de la siempre efectiva Librería del Noroeste.
Con esos antecedentes me arrellané en el sillón y le entré con ganas al ladrillo que es Los detectives salvajes, novela que ¨apenas publicada se convirtió en objeto de culto, el I Ching de una nueva generación¨, según Juan Villoro; obra que en opinión de Enrique Vila-Matas (¿quién es ese cabrón, aparte de ser mi tocayo?) es ¨un carpetazo histórico y genial a Rayuela… una grieta que abre brecha por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio¨. Atento leí la primera parte, escrita como en forma de diario, amena e interesante, pero luego, en la segunda, de más de 500 páginas, con frecuencia me perdí y me cansé, me aburrí esperando el desenlace anunciado desde el principio y postergado para la tercera parte final, Los desiertos de Sonora (1976).
Fue entonces que me atreví a colocar estos últimos comentarios en el face y un amigo escritor me comentó que qué valiente en criticar a Bolaño y otros dos o tres amigos que también escriben simplemente me dieron su respectivo laic. Luego el Benji me retó a que escribiera mis impresiones sobre Bolaño, porque ¨´hacen falta otros puntos de vista¨. Así que aquí me tiene el condenado, luego de días, semanas ya, de digerir el asunto, tomar fuerzas y agarrar valor para dicho cometido.
He seguido leyendo sobre Bolaño y pienso: qué irresponsable, frívolo, suelto e irreverente, atreverse a decir que Los detectives salvajes es un libro pesado, aburrido, pamplinas que primer obra maestra de la literatura del siglo XXI, como dijo Patti Smith, pamplinas que brechas por las que hemos de circular las nuevas corrientes literarias del milenio, me resisto a que me impongan derroteros por más macizos que sean quienes no hacen sino ser lo que ellos quieren.
Es medio amargoso esto de andarle haciéndole al crítico, como que no puedes deslindar qué tanto es envidia. Desde que supe de Bolaño, me enteré que se puso de moda y es reverenciado por muchos escritores jóvenes, cuando menos más jóvenes que yo; no sé si porque murió muy joven, claro que por sus obras, su creatividad, su originalidad, tiene grandes méritos, pero, también, creo, porque sus personajes son escritores como él y como muchos que vienen de abajo, que se rajaron escribiendo y se enfrentaron a los cánones de su tiempo, pero de ahí a venerarlos como santos de capilla, incluso sin haberlos leído, como que no, por más que su imaginación le haya dado para escribir sobre Sonora sin haber estado aquí nunca.
Claro que es fabuloso, en el estricto sentido -y en el figurado de la palabra fábula-, que Bolaño se haya basado en el Atlas de Sonora que hizo don Julio Montané –otro chileno, aunque don Julio sí residió y murió en Sonora-, para darle sino a la historia que platica, desenvuelve, enreda, pierde y desenreda en Los detectives salvajes. Por supuesto que el libro tiene pasajes maravillosos, memorables, como la clasificación de los poetas en maricas, maricones y una larga lista de categorías semejantes, el cuento de la joven rica que se casa con su jardinero y son felices hasta que él muere y ella decide clonarse, la descripción del terror en las matanzas en África, el encuentro de Octavio Paz con Ulises Lima en el Parque Hundido, las lecciones de gramática que nos da del habla de los poetas y del caló, en voz de la prostituta, el duelo en la playa narrado primero desde lejos por un observador distante y luego desde la perspectiva de uno de los duelistas, un contraste genial de un mismo suceso, desde dos ópticas distintas (relatividad), etcétera, pero hay otros en los que sufrí por largos o por ignorante, como en ese que muestra un montón de frases en latín que no traduce y varios más que no recuerdo porque creo que hasta los leí dormido, caí en el soponcio de esa tan extensa segunda parte del libro que hay que leer, para disfrutar y aprender, entre otras cosas, y para que nadie te ande contando.
Abajo, dedicatoria del Atlas de Sonora que Julio Montané hizo a Juan Enrique Ramos