Oh, Desierto, jaula del sol, Oh, Mío

—Abigael Bohórquez

¿Es el desierto el que quiebra la mente o es la mente que se proyecta en este espejismo abrasador? El calor escala como lengua. Se posa sobre mi nuca, repta, me satura. Aquí, en el noroeste mexicano, la canícula no es una estación: es una forma de ser y estar en el mundo. Los abanicos giran con mansedumbre, las sombras se alargan y la escritura, si es que ocurre, transpira. Entonces desvarío. Pienso en Cesárea Tinajero allá en Santa Teresa, en puros huesos como un-a coralillo o más allá, en Villaviciosa, con su enorme trasero de elefante escribiendo poemas (Los detectives salvajes, 1988). Pienso en Bolaño, no el geográfico, sino el del extravío, la impunidad, el absurdo. 

El desierto como el no lugar de los escritores que, de cierta forma, reflejan en su narrativa el contorno del espacio simbólico con signos de descomposición y meteorización. La vida reducida a granos de arena, calma y erosión. Una imaginería en donde la Malora señorea en la vastedad del horizonte y se imbrica con las leyendas de Enriqueta Parodi sobre Lola Casanova y su dinastía con el jefe Coyote-Iguana, de los “Kunkaak” (Cuentos y leyendas, 1944). Pienso en el diálogo infinito entre Rabanito y el Doc., metidos en cajas enormes y tirados en los límites del no lugar para, desde ahí, superpuestos por Franco Félix (Los gatos de Schrödinger, 2015) desafiar a los lectores con la lógica de la física cuántica y la mortalidad (sí, como la paradoja de Schrödinger, 1935). En ese sentido, las cajas de personajes y libros complejizan la línea del tiempo en el que los cuerpos y las ideas son subsumidas por la calma y la arena. Todo y nada en simbiosis perfecta. Es ahí, en donde el absurdo nos interpela: ¿Somos piedras? ¿Somos Zombies? ¿Qué somos?

Mas allá, en las inmediaciones de la sierra sonorense, la Colectiva fantasma de Imanol Caneyada (Nómadas, 2021) huye de la heteropatriarcalidad para autonombrarse, deconstruyéndose-construyéndose infinitamente: “hace dos décadas que erramos por el desierto proscritas a salto de mata, nómadas irreductibles, eludiendo los intentos de darnos caza” (184). Como ven, el desierto representa una especie de crisol existencial que recoge las voces de todos los tiempos que reverberan, acá en el desierto. Pienso, también, en los personajes de Emma Dolujanoff en su libro Cuentos del desierto (1959), en donde María Galdina, Tanasia, la Tiburcia o la Coyo muestran la resequedad y la tiricia del espíritu arrojadas en mundos precarizados en donde se desdibujan los contornos socioculturales de lo humano. Lo que Judith Butler (2004) reflexiona: si alguien desaparece, y esa persona no es nadie, ¿entonces qué y donde desaparece? 

Ahora, pensemos en los personajes de Miguel Méndez en la novela El Circo que se perdió en el desierto de Sonora (2002), en ella el Hombre Víbora, la Mujer Rana, el León Tecomo y su domador Serpentín el Temerario, así como el Poeta Loco, la Capullo y el Zenzontle son arrojados por el autor a una suerte de inconmensurabilidad literaria. En esta errancia, el grupo de artistas representa un espectáculo desgarrador sobre la existencia humana. Como vemos, el desierto sonorense representa en la literatura el no lugar como símbolo de nomadía, subsumisión, transición y mutación. Simboliza un espacio liminal en donde la humanidad deambula incesantemente. Un sin sentido de diásporas que desafían los contornos etéreos del desierto. Ahora mismo, cientos de personas vulnerables peregrinan entre las inmediaciones de los cárteles del noroeste de México, rumbo a la pesadilla norteamericana encarnada en el personaje de Trump. 

Finalmente, con la premura de la escritura, ya saben el infame editor que no cumplió con la retórica del volumen y asíno dejo de pensar en las noticias del día de hoy en donde Las Guerreras Buscadoras de Sonora encontraron los cuerpos de tres niñas y su madre asesinadas en la Costa de Hermosillo….

En ese sentido, pienso en la literatura como el fin último de nuestros apocalipsis más profundos, las crisis más violentas: paz y redención bajo unos signos esparcidos como granos de arena en el desierto. O como dijo la pianista y compositora Emiliana de Zubeldía a Radio Sonora en 1986: el desierto es Bach con sus inmensas sabanas tan profundas y misteriosas.

Por Coyo G. Bojórquez

https://www.instagram.com/coyo.garcia/

Plenitud en el desierto II. Punta Sargento, territorio sagrado de los comcáac. Fotografía de David Sandoval.

Sobre la autora / autor

Coyo Bojórquez estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Sonora

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