Hermosillo, Sonora-
Esta breve reflexión la dedico al balance cultural, no artístico o de entretenimiento, de la pasada edición de las Fiestas del Pitic. Y me enfoco en lo cultural/histórico porque es mi mero mole, no tengo autoridad para hablar de lo artístico o lo trendy, y para no sumarme a las voces que resonaron en las redes sociales, orientadas a juzgar si el cartel estaba bueno o no (pero breve confesión, soy de los anti Moderato).
No sé si influyó en mí el efecto post pandemia, pero, para sorpresa de algunos de mis amigos que me etiquetan de siempre hater e insatisfecho con todo, me parecieron unas fiestas donde lo cultural fue la piedra medular, y no la fiesta. Lo anterior no es sólo porque las calles no se volvieron una enorme cantina, o al menos no sentí esa vibra, sino porque el programa de las Fiestas del Pitic abrió espacios para la promoción de la cultura e historia de nuestra capital y estado, pero también porque sentí que lo cultural y la identidad, han trascendido al espacio del entretenimiento, y no viceversa. Dicho de otra manera: estas pasadas fiestas, demostraron que en nuestra tierra la cultura y la identidad, o “lo sonorense”, son la llave del éxito para el entretenimiento y el espectáculo.
Aunque se presentaron actos que son ajenos a la cultura sonorense y mexicana, como por ejemplo I Love Electric o Dúo Puppen Schön, también se programaron actividades que apelan a la promoción de nuestra cultura, así toda la programación de la Plaza del Mezquite, y otros viejos conocidos que reflejan nuestra identidad fronteriza, como Los Apson. Pero además de lo obvio, hubo tres eventos a los que quiero apelar para ilustrar mejor mi tesis de que “lo sonorense” es la llave del éxito para el entretenimiento y el espectáculo: Cristian Nodal, Simpson Ahuevo y el cortometraje El Casino del Diablo. El primero, un artista joven de apariencia poco ortodoxa, pero a fin de cuentas ídolo de la música regional; el segundo, cantante quien, también de forma poco ortodoxa, apeló a la apariencia y lenguaje tradicional sonorense, para hacer una fusión con un género musical no tradicional, el hip-hop; por último, una producción audiovisual que narra una de las leyendas urbanas más célebres de la capital. Nos gusten o no estos tres actos (a mi no me gustan), es innegable su enorme éxito y que su contenido difunde la cultura tradicional sonorense, al menos como ellos lo entienden.
Lo que digo no es nada nuevo. De un tiempo a la fecha, se ha ido reforzando este uso de “lo sonorense”, lo endógeno, para atraer al público, en temas o ámbitos donde no se usaba. Lo vemos en actos artísticos como los mencionados, o en otros como la banda de rock Nunca Jamás, en restaurantes de alto nivel que se anuncian como “cocina fusión” en lugar de “cocina internacional”, así como en las nomenclaturas que se están empleando, por ejemplo, en el mercado cervecero, donde parece que prohibido producir una cerveza que no lleve por nombre “una palabra bien sonorense”, como Pitaya, Talega, Sahuaripa, etc.
Aunque esto es algo que he criticado con anterioridad, apelar a lo “lo sonorense” para que el acto artístico o producto tenga éxito, no cabe duda de que es un efecto digno de analizarse. ¿Será que en plena globalización se produce un efecto contrario al malinchismo? La pregunta queda abierta. A pesar de los ojos optimistas con los que vi a las Fiestas del Pitic, pensando en la edición del siguiente año, mi deseo es que l@s sonorenses se vuelquen más a eventos como los programados en el Palacio de Gobierno, o el programa ya mencionado en la Plaza del Mezquite, que efectivamente quizás no están de moda, pero son una expresión y difusión de la cultura más auténtica.
Más importante que el consumo de la cultura y “lo sonorense”, es que este consumo se vea reflejado el resto de los 365 días del año, valorando y protegiendo nuestras Ciudades Sin Memoria. Creo, que el interés por el cortometraje El Casino del Diablo, con sus méritos o defectos, puede generar eso, una valoración de ese lugar y esa leyenda insertada en la memoria de l@s sonorenses.
Abajo, asistentes a las Fiestas del Pitic 2022 caminan libremente con bebidas varias frente a Palacio Municipal
Fotografía de Benjamín Rascón para Crónica Sonora
«Se te cayó el plato de albóndigas y nomás el caldo pudiste levantar». Lo anterior sólo es una metáfora para hablar de lo imposible que resulta separar cultura y arte. Lo bueno es que captaste una esencia que quizá otros nomás ni olieron. Lo triste es que la nuestra es una cámara de eco sin chicha ni limoná.
Una ciudad con memoria no olvidaría que está hecha de migrantes (desde endógenos -sierra sonorense y sur del país- hasta exógenos -sudamericanos y europeos-), probablemente son estos últimos quienes notan más (y disfrutan también) de las contradicciones culturales y el sincretismo o fusión.
Una ciudad con memoria se olvidaría de El Cazador de Guachos o de Juan Israel Bucio Venegas, epítome de lo que ocurre cuando lo sonorense devora la cultura y se convierte en el regionalismo de siempre: «venimos del desierto… y no nos interesa mejorar»
A ver qué te parece este:
http://www.cronicasonora.com/dicese-del-muy-mucho-nefasto-hermosillo-y-de-los-avatares-de-una-forastera/