Amor en clave. Amor en anagrama. Elio está contenido en Oliver. Y todo el filme es elegancia y sensibilidad. Esquiva con buen gusto cualquier cliché o idea preestablecida y funciona porque es una película muy bien hecha.
Llámame por tu nombre (Call me by your name, Luca Guadagnino) es una historia acerca del despertar a la vida, al amor, al sexo y al erotismo. Delgadas líneas que trazan temperamento y carácter, pero dejan cicatrices.
Y no importa si esta es una pasión homosexual o un descubrimiento hetero. Cuando el amor es puro, se dice desde hace mucho tiempo, ¡qué importa el género, así sea hombre, mujer o durazno!
En el paraíso de clima y paisajes del verano italiano, Elio (Timothée Chalamet), un jovencito de 17 años, disfruta de sus vacaciones junto a sus padres: Amira, traductora profesional (Annella) y el Sr. Pearlman, arqueólogo consumado (Michael Stuhlbarg). Un ambiente de alta cultura rodea a la familia para beneficio de Elio, intérprete musical y lector voraz, pero sin la arrogancia adolescente que todo lo echa a perder.
El ecosistema de Elio empieza a quebrarse cuando llega Oliver (Armie Hammer), estudiante de posgrado que llega a colaborar con el padre del muchacho. Aunque al principio Elio se refiere a Oliver como “el usurpador”, el perfume de la atracción empieza un juego que irá creciendo haciendo lo inevitable posible.
Es así como en seis semanas la relación entre los dos varones experimentará química y física con suma delicadeza cinematográfica, como en las películas “de antes”. Gracias al estilo de su guionista, James Ivory, Llámame por tu nombre presenta las escenas de amor con bastante discreción: la cámara filma pasionales arranques para después abandonar a los amantes y posarse frente a una ventana, por ejemplo.
Las secuencias eróticas son más explícitas entre Elio y Marzia, su enamorada (Esther Garrel), que aquellas vividas por los protagonistas, bastante más lejos a las exploradas en Secreto en la montaña (Ang Lee, 2005).
Además, las continuas referencias históricas, literarias y escultóricas a la cultura grecolatina, proporcionan a Llámame por tu nombre un escenario ideal para comprender el concepto que los antiguos daban a la palabra “amistad”.
Porque el elemento innovador en Llámame por tu nombre lo conceden el señor y la señora Pearlman – verdaderas perlas -, al comprender la amistad que ha empezado a surgir entre Elio y Oliver. Si en el desenlace de esta película el asunto adquiere una mayor dimensión es gracias a la intervención de estos personajes.
Llámame por tu nombre está tan bien realizada que nadie ha reparado en el estupro. Elio tiene 17 años, es un menor de edad. Y está participando en un juego de adultos que abraza la idea griega del camino hacia la madurez. Lolito que emprende su sendero de la mano del hombre maduro.
Al estar ambientada en los años ochentas, antes del SIDA, abre una perspectiva a un tiempo trágica y romántica. Sin embargo, el pueblo italiano le significa una ambientación más cercana a los años de la posguerra; de cualquier manera, se respira siempre el aire de nostalgia, el aroma del primer amor: el del verano.
Las canciones, escritas por Sufjan Stevens, son otro guiño, sin duda. En especial “Mystery of love” con letra y arreglos musicales muy al estilo de Simon y Garfunkel y aquel catálogo seleccionado para El graduado (Mike Nichols, 1967).
Timothée Chalamet, como Elio, se adueña de la película. Y aunque los mejores diálogos están en la voz de los personajes que lo rodean, será su presencia en el filme la gran ganadora.
Detrás de Llámame por tu nombre existe la firma de grandes amantes del cine, en especial James Ivory.
En una secuencia, los padres de Elio reciben la visita de una pareja italiana de estudiantes de arte. Con el entusiasmo y la exageración histriónica que los caracteríza, exclama, pontifica: “Cinema is a mirror of reality and is a filter”.
Nada más cierto. Y eso ha quedado registrado en Llámame por tu nombre. Y en los anales. Del cine.
Por Horacio Vidal