Hermosillo, Sonora.-
Arranca la edición número 26 de Un Desierto para la Danza y en mi sentir arranca muy bien. Horas después de salir del Teatro de la Ciudad siguen presentes en mi cuerpo la potencia energética y la estética contundente de la Danza de las Cabezas, coreografía de Benito González que abre la muestra, dejándome un sabor de poesía violenta hecha de metal, tensión y engranajes.
Me permito compartir como espectadora el eco de esta memorable experiencia, agradeciendo y reconociendo de manera muy especial el trabajo de los intérpretes: Guillermo Aguilar, Fausto Jijón Quelal, Jorge Motel, Gisela Olmos, Inti Santamaría y Bryant Solís por su trabajo impecable y total compromiso con la propuesta.
Primer momento
Seis cuerpos uniformados, el escenario despojado de artificio, la maquinaria a la vista, música que de inmediato me conecta con la contracultura industrial de los ochentas (noventas en México).
Los rostros de los intérpretes parecen despojados de emoción, reconozco y me identifico con un estado de tensión perpetua, la acción es un repetido y progresivo movimiento de cabeza, cambios de frente casi imperceptibles en su desarrollo pero que van transformando sutilmente el espacio y las relaciones entre los cuerpos.
Las imágenes se me sobreponen unas a otras: legiones de obreros cuyas vidas se determinan por la producción del capital, yo como la pieza minúscula que soy en la caótica ciudad en la que vivo, ejércitos, soldados obligados a cumplir con un destino que sólo beneficia a otros, vidas alienadas, oprimidas, manipuladas, la especie humana, la política, los intereses económicos, la esclavitud disfrazada de progreso, de fe, de religión, de género…
Segundo momento
Empiezo a identificar particularidades en cada uno de esos cuerpos: la posición de las manos, la tensión en sus dedos, la inclinación del torso, la flexión de las rodillas, la trayectoria determinada por el cabello en el espacio, cada cuerpo, cada ser de ese universo ( y que a esas alturas de la obra ya era el mío) es único a pesar de la aparente uniformidad…Pensé en Foucault, en los dispositivos disciplinarios desde los discursos de poder que pretenden normalizarnos e igualarnos invisibilizando lo que nos es propio.
Tercer momento
Inician los desplazamientos, distintas configuraciones en el espacio y apuntes de relaciones, aparece por primera vez el contacto, veo dos parejas tomadas forzadamente del antebrazo, contraponiéndose en los impulsos, posibilidad de impacto cabeza con cabeza… Otra metáfora, pensé. Por no decir que ya (desde hace rato) me estaba proyectando.
Cuarto momento
De pronto me sorprende la conformación de un círculo entre tanta individualidad y pares contraponiéndose. El círculo parecía un signo ajeno al discurso, eso me llevó a conectar con la posibilidad de la mirada colectiva, el regreso a la tribu, el ritual… Además los cuerpos parecían haber tomado un nuevo impulso, movimientos con más carga, con más volumen pero sin acuerdo, hasta que dos cuerpos se desprenden del círculo y observan a distancia después poco a poco los demás, hasta que queda un cuerpo solo, observado, juzgado.
Final
Lo último que recuerdo es una línea de perfil al público, los cuerpos avanzando en una misma dirección, cuerpos trastornados, sin sentido, en una especie de éxtasis doloroso, procesión de un pueblo… Última imagen, una especie de fuga repentina de cuerpos, de luz y de sonido.
Hay una voz, un grito que alcancé a escuchar en algún momento entre los sonidos de la música (¡Yo siempre estoy aquí!) que sigue resonando en mí como el grito de resistencia que clama desde adentro mientras el cuerpo esté vivo.
Fotografía de Juan Casanova
Felicidades sobrina siempre contigo