Quién sabe cómo esté la película, pero su reseña no tiene desperdicio.
Léala aquí, en el portal más ‘cool’ del noroeste… (okay)
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El ritmo de la vida es energía. Nos mueve, en cuerpo y alma. Y hay que admitirlo: hemos escuchado tantas veces las mismas canciones, que ya es un lugar común referirse “al soundtrack de nuestros días”.
Pocas cosas despiertan el apasionamiento que nos provocan nuestros criterios musicales.
Entre defenestrar o defender a Rafael Márquez o a Julión Álvarez por el escándalo del supuesto lavado de dinero en beneficio de Raúl “El tío” Flores Hernández, la gente prefirió hacer bullying al Julión porque podían burlarse del estilo artístico del cantante. Intolerancia, clasismo y prejuicio frente al “mal” gusto de las mayorías.
Julión, determinan los esnobs, “no es cool”.
Baby Driver ( Edgar Wright, 2017) es así. Es un playlist, una mezcla musical con lo mejor del soul y el rock de los sesentas y setentas a la que se han montado secuencias de crímen, romance, comedia y acción, evitando entrar en terrenos profundos. Aplausos, elitismo y celebración por el “buen” gusto de las mayorías.
Baby (Ansel Elgot), determinan los esnobs, “es cool”.
El protagonista de esta película es un joven conductor. Es experto, único, en escapes de alta velocidad. Por eso trabaja para el hampa, representada por Doc (Kevin Spacey), Bats (Jamie Foxx), Buddy (John Hamm), Darling (Eliza González), Griff (John Bernthal) y Eddie (Flea). Nadie confía en Baby. No habla. No gesticula. “Sombras y figuras, yo miro a través de mis gafas oscuras”: Menudo dixit.
Amor puberto, Baby se enamora de Débora (Lily James), mesera adicta al pensamiento positivo. Entonces cuando Baby decide frenar su carrera criminal, Doc acepta, a cambio de realizar el gran golpe. El último y definitivo.
Así, con las canciones de Barry White, Beck, The Beach Boys, Carla Thomas, The Commodors, Dave Brubeck y Queen, entre otros, Baby Driver va por la libre sin semáforo creando, a partir de persecuciones, colisiones, escapes y disparos una cinta con innegable estilo. Soul, jazz, funk y rock encuentran en los tiros y ráfagas de las armas un excelente acompañamiento en percusiones, ¡eso es perfecta sincronía!
Estamos ante un rápido y furioso homenaje para gánsters de ficción a lo Buenos muchachos (Martin Scorsese, 1990), Perros de reserva (Quentin Tarantino), Punto de quiebre (Kathryn Bigelow, 1991) y Cara cortada (Brian de Palma, 1984). Por supuesto, la liga que une a Baby Driver con sus venerables antecesoras es la decisión de unir cine con música. Sin embargo, al atreverse a ir un paso más allá, este filme gana en originalidad. Pronto será considerada una película de culto. Una audaz referencia acerca de la sobrevivencia del mundo de los jóvenes ante la castrante protección de los adultos.
Si los compañeros de armas de Baby – él así se hace llamar – supieran que padece tinnitus, afectación auditiva que le hace escuchar un zumbido permanente, comprenderían porqué está siempre pegado a su iPod y entenderían que al escuchar la música, al convertirla en su impulso vital, ha hecho de sus actos un estilo, una forma estética de enfrentar su realidad.
Tal vez también conocerían el lado más vulnerable de Baby, sus seres queridos: Débora, su novia y su padre adoptivo, sordo, (CJ Jones), quienes agregan complejidad al personaje interpretado por Ansel Elgot.
Baby Driver es un manifiesto más a favor de la sofisticación. Como Scorsese, Tarantino y De Palma, esta película le da la espalda a los ritmos y sonidos actuales para abrazar, en cambio, canciones y melodías añejas cuya vigorosa cadencia resulta más provocativa y memorable.
Oldies but goodies, reza el mantra favorito de muchos adultos y algunos jovencitos.
Por eso es conveniente dar una hojeada al nuevo libro de Carl Wilson, Música de mierda, publicado en 2016. En él, su autor cita a Paul Valery: “El buen gusto está hecho de mil aversiones”, pero también de prejuicios. Y de obsesiones.
El director de Baby Driver, Edgar Wright, ha declarado que esta película germinó a partir de una canción: “Bellbottoms”, de Jon Spencer, que resultó una verdadera epifanía. Así como nos ha ocurrido en algún momento.
La mitología cinematográfica del crimen se complementa con historias de amor, increíbles persecuciones, guiños a la comedia, suspenso y toneladas de acción.
Con todo eso, Baby Driver cumple a cabalidad. Y al proporcionar un mix de sonidos “jala orejas” nos obliga a hacernos preguntas: ¿Qué hubiera sucedido si Wright tuviera otro gusto musical? O bien, ¿Y si escuchara un CD o una descarga diferente? ¿Qué si hubiera encendido la radio o la tv 10 minutos antes?
Seguro que Baby Driver sería diferente.
Y lo mismo vale para El Julión. Lo que le falta al chiapaneco es sincronizar sus canciones con su realidad. Hacer de la vida un manifiesto con sentido estético. A lo mejor el Julión sería diferente. Sería cool.
Por Horacio Vidal