Hermosillo, Sonora.-

Hay lugares que no sólo habitamos, sino que somos habitados por ellos. Esos lugares se vuelven el espacio vital en donde transcurre nuestra vida cotidiana y donde hallamos además de las caras familiares, las cosas útiles para desempeñar nuestro trabajo y por eso están cargados de un simbolismo que sólo nosotros comprendemos. Para la señora Aracely, esos espacios son la cocina de su casa y la Universidad de Sonora. Aracely Ramírez es originaria de San Mateo, Oaxaca, donde nació en 1965. Llegó a Hermosillo hace cuarenta años acompañada de sus padres a probar mejor suerte, y desde hace más de veinte vende sus productos hechos a base de maíz negro en la Universidad de Sonora, específicamente en las escuelas de Física, Letras y Lingüística, y Artes. Sus gorditas de chicharrón prensado, sus quesadillas y sus tamales en hoja de plátano, son famosos entre estudiantes, maestros y personal administrativo de la Unison, quienes hacen largas filas entre clase y clase para comprar las delicias de Chely, que así le dicen cariñosamente. Pero no sólo nos deleita con productos de maíz. Chely ha incorporado a su oferta los clásicos burritos en tortilla de harina, típicos de Sonora y los cuales son también muy solicitados. Aracely llega a la escuela de Letras aproximadamente a las nueve de la mañana y si uno va después de las diez, es probable que ya no encuentre nada. Aracely nos cuenta que su gustó por la cocina lo heredó de su abuela, quien tenía un comedor en Oaxaca. La sazón es exquisita y la salsa verde de molcajete es también una receta familiar. También describe su pueblo, San Mateo, y dice que es un lugar muy bonito, con mucha vegetación, calles pequeñas, una iglesia antigua y una plaza. Nos cuenta que al principio vendía sus productos en las calles, junto a su hijo Jesús, quien falleció a los 17 años por atropellamiento en 1996. En el 2020, el COVID se llevó a otro de sus hijos, Israel. Nos los cuenta y las lágrimas asoman a sus ojos y su rostro refleja una profunda tristeza.

A principio, ella y su hijo Jesús vendían sólo en la periferia del campus, pero

A principio, ella y su hijo Jesús vendían sólo en la periferia del campus, pero una maestra le sugirió que lo hiciera dentro de la escuela, pero temía que se lo prohibieran. No sólo no se lo prohibieron, sino que un día, en las oficinas de rectoría y en sólo media hora, vendió toda su mercancía. Desde entonces, hace treinta años, Chely es una presencia entrañable en la universidad. Casi todos han probado sus productos y se han hecho clientes asiduos. Y no sólo eso, el afecto que le demuestran los jóvenes y maestros ha quedado manifiesto de varias formas, como una vez que su hermano enfermó y requirió donadores. De inmediato acudieron al llamado y eso, dice, «nunca podré agradecérselos». Los espacios vitales de Aracely son su cocina, donde pasa la mayor parte de la tarde y la noche para tener todo listo y trasladarse a su otro espacio, los pasillos y corredores de la UNISON, donde ya es casi casi parte del mobiliario. Pero también hay espacios que recorre diariamente camino de la universidad y de vuelta a su casa, como la carretera a Nogales, que le traen diariamente el recuerdo doloroso de su hijo Jesús, quien falleció atropellado justo ahí. La elaboración de los tamales requiere no sólo esfuerzo sino tiempo y paciencia, por eso su cocina es como un recinto sagrado en donde ella es la sacerdotisa y algunos miembros de su familia, sus otros dos hijos, Juan Óscar y Miguel Ángel y sus nueras, y nietas, sus ayudantes. Otro lugar que Aracely habita desde hace poco, es un negocio que puso en la colonia El Ranchito, al norte de la ciudad, donde vende tamales verdes, rojos y de rajas en hoja de plátano con una gran demanda. Chely, adaptándose a los tiempos que corren, ha invadido también el ciberespacio. Con ayuda de sus hijos, nueras y nietos tiene una página de Facebook, “Antojitos Chely”, en la que puedes hacer pedidos de sus productos. Un día normal en la vida de Aracely transcurre entre su cocina, el UBER en que se traslada, la Universidad y su negocio. Esta ardua actividad le ha permitido independencia y ser el sustento de su familia durante muchos años. Mientras la entrevistamos, sentada en su banca habitual en el jardín de Letras, sin dejar de vender sus productos, esboza una sonrisa al ver a su nieta Cristel jugando. A veces la trae con ella a la universidad, tal vez con la esperanza de que algún día la niña pueda volver ahí en calidad de alumna. Recientemente apareció una entrevista que le hizo María José López para El Imparcial. Nos lo cuenta con orgullo.  Esta mujer traslada su pequeña humanidad a través de los espacios en los que transcurren sus días, su casa y la universidad, y en ellos deja gran parte de su esencia y de su personalidad, que son, a su vez, ingredientes básicos del sazón de su comida.

Texto e imágenes por Teresa Padrón Benavides

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Sobre el autor

Teresa Padrón Benavides (Matamoros, 1967) es Licenciada en Traducción por la UABC, casi Licenciada en Letras Inglesas por la UNAM y próximamente Licenciada en Literaturas Hispánicas por la UNISON.

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