La nostalgia ya no es lo que era antes. Y en el cine, como en otras manifestaciones del arte y la cultura, la categoría de “objeto de culto” no es algo que se busque. Por el contrario, llega. Es la respuesta del público que reconoce, o bien, identifica la realidad a través de la ficción.

Primera función: Vivir de noche (1926-1941).

En estreno simultáneo para México y los EE.UU., Vivir de noche (Ben Affleck, 2017) marca del regreso de Affleck a la silla de director desde Argo (2012), sin embargo, al cubrir demasiadas posiciones, termina fallando irremisiblemente.

Vivir de noche es la historia del forajido Joe Coughlin (Ben Affleck), quien prefiere apostar y asaltar bancos antes que someterse a los capos de Chicago. Su elástica moral le permite, sin embargo, amar a Emma (Sienna Miller), la mujer de Albert White (Robert Glenister), uno de los grandes mafiosos de la ciudad; por eso, después de recibir una trágica decepción amorosa, acepta ser reclutado por Maso Pescatore (Remo Girone).

El capo italiano lo envía entonces a Ybor City, Florida. Ahí, Joe se convertirá en exitoso empresario que anhela la dorada legalidad gracias a la construcción de un fastuoso casino, pues la era de la prohibición “no puede ser para siempre”, como en El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972).

Sin embargo deberá enfrentar a los supremacistas blancos del Ku Kux Klan, a la corrupción de las autoridades y a Loretta Figgis (Elle Fanning), carismática predicadora contra el vicio, el pecado y la perdición.

Aquí es donde Vivir de noche adquiere una dimensión interesante. Se elabora un discurso políticamente correcto, entre la violencia y la lucha de poder, en defensa de la tolerancia racial, la migración y la cultura del hedonismo como fuente de estabilidad y progreso económico, como en El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974).

Pero Joe Coughlin no es Michael Corleone. Y la adaptación cinematográfica de Vivir de Noche no alcanza para lograr una producción memorable, a pesar de contar con personajes con sumas posibilidades, aunque parezcan tomados de las historias de Erskin Caldwell, pero sin sus humanos y bestiales motivos.

No es El Padrino, ni El Padrino II. Mucho menos es Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984) o Chinatown (Roman Polanski, 1974). Al final todo queda en Dick Tracy (Warren Beatty, 1990) y en Bugsy Malone (Alan Parker, 1976).

O lo que es peor, en un alucine de Juan Orol.

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Segunda función: Aliados (1942-1952).

Con una producción más cuidada, casi obsesiva por los detalles, se exhibe Aliados (Robert Zemeckis, 2016), en una apuesta por la “recuperación”  del cine clásico, con pinceladas románticas y esa mirada retro con ánimo de transgresión.

El inicio de esta cinta es revelador. Max Vatan (Brad Pitt) baja en paracaídas con suavidad exquisita en el desierto de Marruecos. Elegante y seductor, este espía deberá establecer contacto con Mariene Bousejour (Marion Cotillard) en una misión suicida: asesinar al embajador alemán.

Nazis, espionaje, Marruecos y la música de la época nos llevarán de manera inevitable a Casablanca (Michael Curtiz, 1941). Hay mucho de Humprey Bogart en Brad Pitt, aunque la femme fatale interpretada por la Cotillard hace más guiños a Lauren Bacall que a la entrañable Ingrid Bergman.

Ambos protagonistas, embellecidos por la iluminación y las escenografías, sucumben a la pasión. Y comienza el segundo acto. Ahora son familia, viven en Londres, con una bebé nacida en medio de los bombardeos  y entonces otra guerra comienza cuando se cree que Mariene ha robado la identidad de una activista de la resistencia y es, en realidad, una espía alemana.

Y a medida que crece la sospecha aparecen elementos que nos hacen pensar que Zemeckis está más interesado en romper con los cánones del cine clásico que en rendirles tributo.

La guerra es presentada como un maravilloso romance. La vida cotidiana se vuelve, en cambio, una pesadilla. Aparece Bridget Vattan (Lizzie Kaplan), hermana lesbiana de Max, cuya preferencia erótica no aporta nada a la trama. Hay una fiesta casa de los Vatan. Se consume cocaína, los invitados ocupan los baños para intimar y todos bailan al ritmo del swing.

Al final, en Aliados, Zemeckis regresa al melodrama. Pero ya es tarde. El mito escrito por los que ganaron la Segunda Guerra Mundial – los aliados son puros, patriotas, heterosexuales y correctos – se ha desvanecido.

 

Tercera función: regreso al futuro

Imposible no ver una continuidad entre las dos funciones. La línea del tiempo establecida entre la generación perdida, en Vivir de noche y los padres de los baby boomers, en Aliados, es clara. Donde termina una, empieza la otra.

Pero, aunque en ambas películas se adivina una convicción de decir adiós a la añoranza como la conocimos, ninguna será recordada apenas dejen la cartelera.

La nostalgia ya no es lo que era antes.

Por Horacio Vidal

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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