Hermosillo, Sonora.-
Ponentes muy buenos, butacas desiertas. Ponentes regulares, butacas desiertas. Ponentes ausentes, butacas desiertas… Al margen de esta pandemia, que nos cala y en qué forma, ¿qué sentido tiene realizar o participar en un evento al que no asisten ni tus familiares? He ahí una propuesta de resumen (a ver si me la aceptan) del XXXIII Simposio de Historia de la SSH, que tuvo lugar la semana pasada en esta ciudad.
No fui el primer día y tampoco el segundo porque cogí un catarro. Pero ahí estuve el jueves y fue un deleite escuchar las ponencias de Alfonso Torúa y Luis Flores, ambos con sólidas investigaciones y poseedores del necesario dominio escénico para captar la atención de los presentes, así fuéramos seis los presentes.
Saliendo del auditorio tuve la dicha de una visita guiada por la exposición escultórica que engalanaba el lugar, de la mano de Jacobo Calles, curador de la obra y nieto del escultor.
El viernes no fui, afectado por la enorme distancia, el frío clima y el «para qué voy si hay más ambiente en mi casa».
El sábado volví y no me gustaron las presentaciones de Juan Carlos Holguín y la del propio Jacobo Calles. Sería el tema, sería el formato. Pero de plano abandoné el recinto cuando la moderadora tuvo a mal leer la ponencia del ausente Ignacio Lagarda. Mis respetos para Pamela Corella como lectora e historiadora y para el propio Lagarda, pero resulta un despropósito y una falta de respeto al público presente -el virtual qué- esa que yo creía desterrada costumbre de leer trabajos en ausencia. Tache.
Me fui a ver un partido de basquet a la Plaza 16 de Septiembre -pura vida- y regresé para la presentación del libro sobre Pedro Calles, el abuelo escultor. Menos mal que asistieron amigos y familiares, que aportaron lágrimas y aplausos a un evento sin alma.
Tan de a tiro la cosa, que al momento de clausurar se olvidaron de invitar al brindis tamalero (muy sabrosos, por cierto). Lejos, muy lejos quedaron las celebraciones con barriles y barbacoa, como lejos quedaron las asistencias de esos años. Lo raro es que el programa impreso ostenta el logo de más de diez o quince patrocinadores, como en aquellos tiempos. ¿A dónde irá ese dinero? O bien, ¿en qué consistirá el patrocinio? ¿En siete pesos para el café y ocho para las galletas rancias que ahí ponen? A juzgar por la botana, y por el cubreboca destartalado que portaba la coordinadora del simposio, eso de los logos fue un error de copy paste a la hora de diseñar el programa de este año.
Ojalá vengan mejores tiempos para el otrora evento estrella de la Sociedad Sonorense de Historia, porque buenas iniciativas las ha habido en la presente administración y en la anterior también. Pero en lo que hace al simposio, más allá de sus mesas virtuales en esta edición, lo siento viejo y apoltronado, como atrapado en una inercia suicida, la del hacer por hacer.
Texto y foto por Benjamín Alonso
Excelente texto y una fotografía insólita. ¿así de desolado estaba el lugar? O ¿no sería que ensayaban sus ponencias ante el auditorio vacío para que les salieran más chilas a la mera hora?
jajajajajaa
gracias, Héctor. seis personas para doscientas butacas. tú dirás
¿Será que -a partir de este año- los eventos presenciales de 200 personas ya serán parte de la historia?
No lo creo. Cosas peores las ha habido y la vida sigue.
Saludos!
Jajajaja, cosas peores ha habido y habrá. Tienes razón.
Saludos!
Tienes razón: y lo que falta!
Tons mejor tranquilos que no hay prisa 🙂