Jorge abrió los ojos con dificultad y un sabor metálico a sangre y cobre recorrió su boca. Lo despertó la luz del sol que entró por la ventana. Como ahora, siempre que llegaba ebrio a su casa apenas cruzaba la puerta se desvanecía sobre el sillón. Miró sus pies, aún tenía los zapatos puestos, miró el techo de madera y sintió hambre; se imaginó en una playa, con gaviotas sobrevolando las olas y una larga mesa colmada de cerveza, vino tinto y mariscos frescos sólo para él. En esa fantasía estaba cuando sonó el teléfono. Se levantó, pero no tenía interés en hablar con alguien y fue directo al refrigerador para abrir una lata de almejas que comenzó a engullir con una cuchara de plástico.

Al terminar de comer intentó inyectarse júbilo y lanzó un prolongado grito, pero no dio resultado. Entonces fue al baño, se quitó la ropa y entró a la regadera; una ducha rápida; cerró la llave del agua y permaneció mirando como las gotas resbalaban de su piel y se estrellaban en el piso. Se vistió con la misma ropa y salió del baño. Nuevamente sonó el teléfono, esta vez contestó; eran las 10:15 de la mañana.

―¿Sí? Diga.

―¿Jorge?

―Sí.

―¡Eres un maldito!

―¿Quién habla? ―preguntó, aunque sabía exactamente quién era la persona al otro extremo de la línea.

―¡Soy Fran, no finjas no saberlo!

―Hola Fran, tranquilízate.

―¿Qué me tranquilice?

―Claro, todo tiene una explicación.

―No me importa tu estúpida explicación, voy a sacarte el hígado a patadas, luego voy a…

 

Jorge no quiso discutir y colgó el teléfono. Tenía dos días para entregar un relato y no tenía una idea clara, ni siquiera tenía una idea, aunque confiaba en que algo se le ocurriría apenas estuviera frente a la computadora. Melisa, amiga de la universidad y quien alguna vez tuvo un noviazgo con Fran, se lo había presentado, pero realmente conocía pocos rasgos de su vida; por ejemplo: que rondaba los 45 años edad, que alguna vez fue militar, que trabajó en un bosque de Oregón cosechando manzanas y que se asentó en la frontera mexicana en donde se dedicaba a importar autos usados.

Antes de colocarse frente al teclado Jorge se acostó en el sillón para hacer memoria y ordenar sus ideas. Media hora después despertó sobresaltado, como si una pistola se hubiera disparado junto a su oreja. Había estado soñando que en una cocina un mariachi interpretaba hirientes melodías mientras Fran horneaba un pavo; pero la cabeza de Fran no era humana sino la de un toro negro con cuernos color crema oscurecidos en la punta; luego Fran lo miraba fijamente y sin dejar de cantar una canción de amor le disparaba una ráfaga de metralleta en el rostro.

Otra vez el sonido del timbre del teléfono, Jorge se incorporó para ir a contestarlo.

―¿Sí? Diga.

―Eres un cretino hijo de la chingada. ―era Fran, se escuchaba como si llorara de rabia.

―¿Te sientes bien, Fran?

―Te llevaste mi cocaína, mi laptop y me golpeaste; tengo el rostro hinchado; ¿crees que me siento bien?

―No lo sé, todo es posible hoy en día.

―¡Me agrediste y me robaste!

―¿De qué hablas? La cocaína la inhalamos, la laptop me la vendiste y tu golpe es porque te caíste de cara contra el piso; estabas muy borracho por beber tequila mientras cantabas con el mariachi.

―¿Qué maldito mariachi? ¡No trates de confundirme!

―¿No lo recuerdas? Le hablaste por teléfono a un mariachi. Te cantaron diez canciones en tu cocina y luego se marcharon mientras llorabas.

Un silencio telefónico, Jorge lo aprovechó para recordar la pistola escuadra y la caja de balas que Fran le había mostrado. “Si Fran quiere vengarse ―pensó George―, no le será difícil lograrlo”.

―Quiero mi dinero o la computadora de regreso; hoy mismo.

―Acordamos que te la pagaría en quince días, Fran, ese fue el trato.

―¡No me importa ningún maldito trato!

―Ponte tus tacones, tu vestido y relájate; abre una botella de vino y tómate una copa, te sentirás mejor.

―¿De qué hablas, malnacido?

―Tranquilo, tu secreto está a salvo; debo colgar, si no escribo no me pagan y no podré saldar mi deuda contigo.

―¡Voy a matarte!, pero antes te daré un balazo en la rodilla para que conozcas el verdadero dolor.

Por segunda vez colgó el teléfono; Melisa le había confiado que a Fran le gustaba vestirse de mujer; no era homosexual, pero lo relajaba maquillarse, ponerse tacones y minifalda; tal comportamiento a ella le parecía intolerable.

Jorge se sentó en la mesa y encendió la computadora. Ingresó a Facebook para revisar su cuenta y vio que la de Fran continuaba abierta. Leyó algunas conversaciones con diversos contactos: el primer diálogo era con una mujer que le reclamaba su constante acoso; en la otra platicaba con su médico sobre un infarto al corazón sufrido meses atrás y en la última charla intercambiaba palabras con una mujer transexual a quien le pedía consejos para maquillarse y verse bonita. Ahora sabía más de la vida de Fran, era una lástima que la amistad entre ellos no estuviera resultando de la mejor manera.

 

Jorge abrió una botella de whisky que tenía en el congelador y se sirvió un vaso. Junto a la estufa estaba una grabadora que prendió y dejó escapar las palabras de un analista radiofónico que pronosticaba una disminución económica para el último trimestre del año; las cosas acabarían mal para todos, pero no para él. Aún tenía una casa, diez gramos de cocaína robada y una laptop para escribir lo que fuera necesario.

¿Sobre qué escribiría? Jorge dio un trago al whisky y se le comenzó a ocurrir lo siguiente: un gato blanco se está tragando a una paloma que cayó en el patio de una casa, pero no es cualquier paloma, se trata de una paloma mensajera que lleva un recado muy importante a equis persona. Jorge se tronó los dedos y sonrió satisfecho porque, apenas se sirviera el quinto whisky, el resto del relato acabaría de nacer.

Por Jorge Damián Méndez Lozano

Sobre la autora / autor

Nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida en la madrugada dentro de alguna fonda oriental. Mientras mastica le gusta escuchar, sin entender nada, el mandarín o cantonés en que se comunican los propietarios con los cocineros. Ha colaborado en el semanario Siete Días, en el periódico El Mexicano y en las revistas Generación, Diez4.com y Vice.com

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