La nueva película de Noah Baumbach, Jay Kelly (2025), marca su cuarta colaboración con Netflix después de Las historias de Meyerowitz (2017), Historia de un matrimonio (2019) y Ruido de fondo (2022). Se trata de un regreso a terrenos que el director conoce bien: personajes en crisis, relaciones familiares complejas y diálogos que, entre el humor incómodo y la melancolía, revelan más de lo que aparentan. Baumbach ha construido un estilo reconocible basado en observar de cerca a individuos que parecen tenerlo todo resuelto, pero que en realidad están llenos de dudas, contradicciones y asuntos pendientes.
En Jay Kelly, el director centra su mirada en un actor famoso que atraviesa una etapa de replanteamiento personal y profesional. Jay Kelly es una figura reconocida dentro de la industria, alguien que durante años ocupó un lugar privilegiado en el cine, pero que ahora empieza a preguntarse qué significa seguir adelante cuando la fama ya no ofrece las mismas certezas. La película lo acompaña durante un momento específico de su vida, marcado por decisiones que lo obligan a mirar hacia atrás y a confrontar aquello que dejó de lado mientras su carrera avanzaba.
La historia no se apoya en grandes giros narrativos, sino en una sucesión de encuentros, conversaciones, saltos al pasado y situaciones cotidianas que van delineando al personaje. Jay interactúa con colegas, viejos conocidos y, sobre todo, con sus hijos adultos, con quienes mantiene una relación distante. Baumbach evita el dramatismo excesivo y prefiere mostrar cómo esas tensiones se manifiestan en pequeños gestos, miradas esquivas y diálogos que terminan con más incertidumbres que certezas.

Desde su secuencia inicial, Jay Kelly deja claro que también es una película consciente de su propio lenguaje.

Baumbach abre el relato con un movimiento de cámara que recorre un set de filmación y muestra luces, cámaras, micrófonos y técnicos en plena acción. En lugar de ocultar el artificio, lo exhibe con naturalidad, integrándolo como parte del relato. A lo largo del metraje, este gesto se repite de distintas formas, recordándonos que estamos viendo una película que reflexiona sobre el oficio de hacer cine.
Este enfoque convierte a Jay Kelly en una obra que mira hacia adentro, tanto del cine como de quienes lo habitan. Mostrar las entrañas del rodaje no funciona como un truco estilístico, sino como una manera de subrayar la parte humana del proceso creativo. Baumbach parece decir que detrás de cada imagen construida hay personas llenas de dudas, inseguridades y expectativas, muy similares a las de su protagonista.
Esa dimensión autorreflexiva se extiende al tema central de la película: el paso del tiempo y el lugar de un actor que empieza a envejecer dentro de una industria obsesionada con la juventud y la novedad. Jay Kelly se cuestiona su vigencia, su legado y el sentido de una carrera construida a base de aplausos, estrenos y reconocimiento público. No hay aquí discursos grandilocuentes, sino una sensación constante de desgaste y de búsqueda silenciosa.
Uno de los aspectos más interesantes del filme es cómo conecta ese conflicto profesional con la vida familiar del protagonista. Sus hijos crecieron con un padre famoso, pero ausente, alguien cuya presencia estuvo marcada más por la distancia que por la convivencia. Ahora, en la adultez, esa ausencia se traduce en reproches contenidos y en una dificultad real para reconstruir vínculos. Baumbach aborda esta relación con sensibilidad, sin convertirla en un ajuste de cuentas ni en una redención fácil.

La fama aparece así como un arma de doble filo.

Por un lado, le dio a Jay Kelly prestigio y una identidad pública sólida; por otro, le cobró un costo alto en su vida personal. La película sugiere que el éxito no cancela la culpa ni la soledad, y que incluso puede intensificarlas cuando llega el momento de hacer balances. Es en esa tensión donde el personaje encuentra sus momentos más vulnerables.
George Clooney ofrece una actuación sobresaliente, contenida y muy consciente del peso simbólico que él mismo aporta al personaje. Su Jay Kelly es carismático, pero también frágil, capaz de generar empatía y frustración al mismo tiempo. Resulta difícil no leer ciertos gestos y silencios como un comentario indirecto sobre su propia trayectoria como estrella de cine, lo que añade una capa extra de sentido sin volverse autorreferencial de manera obvia.
El resto del elenco acompaña con solidez y aporta matices que enriquecen la historia. Cada personaje secundario cumple una función clara dentro del universo emocional de la película. En contraste, Adam Sandler ofrece una actuación sorprendentemente plana, que se siente poco afinada frente al tono general del filme y desentona con la complejidad que muestran los demás personajes.
En conjunto, Jay Kelly es una película reflexiva y accesible, que habla del éxito, la fama y el paso del tiempo desde un lugar íntimo y honesto. Sin grandes aspavientos, Baumbach construye el retrato de un hombre que intenta entender quién es cuando las certezas empiezan a tambalearse. Con una gran actuación de George Clooney y un enfoque claro sobre el peso de la fama, la película se convierte en una invitación para confrontar a esos demonios que tarde o temprano nos alcanzan.
Además, al haberse estrenado recientemente en Netflix, Jay Kelly está al alcance de un clic, lo que la convierte en una opción ideal para quienes buscan una experiencia cinematográfica inteligente, emotiva y cercana, sin necesidad de salir de casa.

‘Jay Kelly’ (2025)
Dirección: Noah Baumbach

Sobre la autora / autor

Adrián Mercado Islas es mexicano de nacimiento y chicano por naturalización. Dedicado a la interpretación (inglés-español) en tiempo real. Licenciado en Historia por la Universidad de Sonora. Vehemente amante del cine y haciendo sus pininos en esto de las reseñas.

OJO, acá hay más:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *