Especialmente agradecidos con el doctor Mario Alberto Velázquez por este relato-ensayo
que ha elaborado para los lectores de Crónica Sonora en estas horas difíciles para el pueblo hermosillense…
El incendio del 1 de noviembre de 2025 en la tienda Waldo’s del centro de Hermosillo, que dejó 23 personas muertas y 12 heridos, reabrió una herida que en la ciudad nunca ha terminado de cerrar. Hermosillo conoce el fuego, el caos y la fragilidad institucional desde la tragedia de la Guardería ABC en 2009. Aquella catástrofe marcó un antes y un después en la memoria local, pero no —como muchos esperaban— en la acción gubernamental. Por eso, cuando estalló el incendio de Waldo’s, el sentimiento dominante no fue solo dolor, sino una perturbadora sensación de déjà vu, como si el pasado, lejos de superarse, regresara con una fuerza devastadora.
Uno de los elementos que vincula ambas tragedias es su carácter profundamente cotidiano.
Tanto la Guardería ABC como Waldo’s eran espacios utilizados por personas comunes: familias trabajadoras, estudiantes, madres y padres que acuden a una tienda económica o llevan a sus hijos a una guardería accesible. No se trataba de escuelas privadas de élite, ni de tiendas exclusivas, ni de servicios orientados a quienes poseen altos ingresos. Eran lugares de uso popular, abiertos, económicos, indispensables para quienes viven al día. La gente que murió en ambas tragedias pertenecía, en su mayoría, a sectores sin grandes privilegios y sin acceso a entornos considerados “seguros” por su costo o estatus. En otras palabras: el fuego estalló en los lugares donde se concentra la vulnerabilidad social, y eso vuelve aún más grave la repetición de estos hechos.
En ese clima emocional, se convocó días después una marcha ciudadana para exigir justicia y denunciar lo evidente: Hermosillo parece atrapado en un ciclo donde las tragedias públicas se repiten sin que cambie la estructura que las produce. La marcha tuvo una capacidad de convocatoria modesta, producto de una organización apresurada, la falta de colectivos articulados y, sobre todo, el shock que aún dominaba a la población. No obstante, esa escasa asistencia no debe confundirse con indiferencia: fue más bien el reflejo de una ciudad desconcertada, golpeada y temerosa de que el esfuerzo social vuelva a diluirse, como ocurrió tras la ABC, entre promesas oficiales y reformas incompletas.
Durante el recorrido, se hizo evidente otro contraste: por momentos había más representantes de los medios de comunicación y elementos policiales que manifestantes. La prensa buscaba testimonios y dramatismo visual, mientras que la policía —moviéndose de forma discreta, tanto detrás como delante del contingente— observaba sin intervenir. Esa vigilancia silenciosa, casi coreografiada, daba la impresión de que la prioridad oficial era administrar la imagen pública y no acompañar genuinamente el duelo.
A pesar de su tamaño, la marcha encarnó un mensaje poderoso. Las consignas recuperaron aprendizajes del movimiento por la Guardería ABC, pero adaptadas a la nueva tragedia de Waldo’s, resignificando el dolor en clave contemporánea. Entre los gritos que más resonaron estuvieron: “No fue la explosión, fue la corrupción” y “¡No nos queremos morir!”. El primero denunciaba las explicaciones oficiales que reducían el siniestro a un accidente técnico; el segundo expresaba una desesperación colectiva ante la precariedad urbana que convierte la vida cotidiana en un riesgo permanente.
Aquí aparece el vínculo más profundo con la ABC: la percepción social de que no se ha aprendido nada. Que las normas siguen sin cumplirse, que las inspecciones son superficiales, que los permisos se otorgan sin vigilancia adecuada, y que la vida humana continúa subordinada a intereses económicos y a la laxitud regulatoria. Muchas personas marcharon con la sensación de estar presenciando la repetición estructural de un fracaso estatal que, en 16 años, no ha sido corregido de raíz.
Por ello, la marcha levantó una pregunta inevitable, una pregunta que cargaba más angustia que esperanza: ¿Qué necesita pasar para que la protección civil se convierta realmente en una prioridad? La respuesta no es sencilla, pero el desastre de Waldo’s la vuelve urgente. Para que la protección civil sea prioritaria se requieren, al menos, cinco transformaciones profundas:
La marcha por Waldo’s fue pequeña, frágil e improvisada. Pero en su vulnerabilidad se reflejó el hartazgo de una ciudad cansada de que el fuego vuelva a escribirse en los cuerpos de quienes menos privilegios tienen. Hermosillo no quiere más memoriales; quiere garantías de seguridad para quienes viven, trabajan, compran y llevan a sus hijos a espacios públicos básicos, no exclusivos.
Si algo dejó claro esta movilización —con toda su modestia— es que la memoria colectiva no está dispuesta a aceptar que tragedias como la de Waldo’s sean vistas como inevitables. El reclamo que se escuchó en las calles no es solo justicia por las víctimas, sino un grito más profundo y elemental: que la vida de las personas valga más que cualquier trámite, pretexto o interés económico.
Por Mario Velázquez
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Fotografía de Benjamín Rascón
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