Paul Thomas Anderson vuelve a la gran pantalla con Una batalla tras otra (2025), una obra que, más que un regreso, parece una declaración de principios. Con una filmografía que abarca desde Boogie Nights (1997) hasta Magnolia (1999) y Petróleo sangriento (2007), Anderson ha construido una trayectoria que combina virtuosismo técnico, densidad emocional y una mirada incisiva sobre los excesos del poder y la fragilidad humana. En esta nueva entrega, el director se aproxima de nuevo a la historia estadounidense, aunque lo hace desde un registro que mezcla drama político, sátira y thriller revolucionario, tomando como punto de partida la novela Vineland (1990) de Thomas Pynchon. Sin embargo, no se trata de una adaptación literal: Anderson se apropia libremente de los elementos del libro —su ironía, su paranoia política, su crítica al sueño americano— para elaborar una historia que dialoga con el presente, en especial con las tensiones sociales que atraviesa el Estados Unidos contemporáneo.

Ambientada, en el inicio, en una versión paralela de los años ochenta —entre la resaca de los movimientos sociales de los sesenta y la consolidación del Estado corporativo—, Una batalla tras otra sigue las acciones de un grupo rebelde conocido como French 75, una organización clandestina que realiza operaciones de sabotaje, rescate de migrantes y campañas de concientización contra el aparato estatal. A través de ellos, la película construye una crónica del descontento americano, una mirada melancólica y furiosa hacia quienes se resisten a aceptar la derrota ideológica de su tiempo. Frente a esta insurgencia se alza la figura del coronel Lockjaw, un militar obsesionado con el orden que encarna la brutalidad y el carácter autodestructivo del poder. 

El estilo de Paul Thomas Anderson se registra aquí con la madurez de un cineasta que domina cada parte de la maquinaria narrativa.

La cámara se mueve con precisión, alternando planos secuencia con explosiones de montaje que reflejan el caos de un país dividido. En esta película, como en las mejores de su filmografía, la forma es fondo: la segmentación visual expresa la división moral del universo que retrata. Aunque el contexto sea ficticio, Anderson toma como referencia episodios históricos —los grupos rebeldes en los años 60 y 70, la vigilancia estatal, la represión de movimientos sociales— para construir una fábula política que habla del presente como si nos quisiera prevenir. El grupo French 75 no existió, pero fácilmente podría existir hoy; sus acciones evocan tanto la furia de las Panteras Negras como la desesperación de quienes, en la actualidad, enfrentan la hostilidad de políticas antiinmigrantes y un sistema cada vez más desigual.

Uno de los rasgos más notables de Una batalla tras otra es la estrecha relación entre la fotografía y la música. La dirección de fotografía crea un clima de tensión permanente, un pulso visual que acompaña el ritmo trepidante de la trama. Cada persecución, cada explosión, cada momento de silencio se siente orquestado con una precisión que evoca a una sinfonía. A ello contribuye la banda sonora a cargo de Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead y colaborador habitual de Anderson desde Petróleo sangriento. Greenwood aporta un sentido rítmico que intensifica la sensación de urgencia y descontrol, en contraste con notas más tenues que subrayan el vacío que deja la violencia. El resultado es un diálogo perfecto entre imagen y sonido, un ritmo que no da tregua y que refuerza el carácter del relato. 

Las actuaciones son, como suele ocurrir en el cine de Paul Thomas Anderson, uno de los puntos más sólidos del filme. Leonardo DiCaprio interpreta a un hombre cansado y rebelde, una especie de filósofo derrotado que, entre su estilo desaliñado y porros de marihuana, recuerda inevitablemente al “Dude” de El gran Lebowski. Su actuación transmite el desencanto de una generación que ha perdido sus causas. En contraste, Sean Penn encarna al coronel Lockjaw, un militar fanático que representa el rostro más temible del poder. Su transformación, de soldado disciplinado a figura paranoica y desquiciada, muestra con precisión la degradación moral del personaje. Benicio del Toro aporta calidez como líder comunitario de una ciudad santuario; su carisma y humanidad lo convierten en el corazón moral de la historia. Y Chase Infiniti, en un muy destacado debut cinematográfico, encarna a una joven activista que representa el relevo generacional.

Más allá de su trama y destreza técnica, Una batalla tras otra es una alegoría del presente:

Anderson utiliza una ficción ambientada en un pasado alternativo para hablar del Estados Unidos actual, un país dividido, marcado por el racismo, la xenofobia y la pérdida de ideales colectivos. La película exige atención, incomoda y a veces desconcierta, pero que nunca deja indiferente. Anderson ofrece un cine que interpela, que invita a pensar y, sobre todo, a sentir. Vale la pena verla no solo por su factura impecable o por el talento de su elenco, sino porque, bajo su capa de ficción, late una verdad que incomoda: la de un país que parece vivir una guerra perpetua consigo mismo.

Actualmente en cartelera, así que, córrale a verla antes de que la quiten, porque esta es de las que se tienen que ver en el cine.

Una batalla tras otra (One Battle After Another)

2025

Paul Thomas Anderson

Sobre la autora / autor

Adrián Mercado Islas es mexicano de nacimiento y chicano por naturalización. Dedicado a la interpretación (inglés-español) en tiempo real. Licenciado en Historia por la Universidad de Sonora. Vehemente amante del cine y haciendo sus pininos en esto de las reseñas.

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