Hace ya más de una década que estamos expuestos al cine de superhéroes. Su evolución es evidente. Se ha transformado en un género que se toma más en serio a sí mismo. En parte.
Mientras unos se dedican en otorgar a las producciones contenidos intelectualizados y, en muchos sentidos, políticos, otros tiran de la cuerda hacia la espectacularidad y el humor irreverente.
Esto es vigente. Vale tanto para el universo marvelita como para el venerable DC Comics. Dualidad. Bifurcación.
Así, Venom (Ruben Fleischer, 2018) llega a las pantallas a cubrir altas expectativas que, si bien no arropa en su totalidad, si le da para alcanzar cuotas de diversión y entretenimiento dignas de ser consideradas. ¿El problema? Su ventaja argumental. La humana ambigüedad que padece el escindido personaje es, al mismo tiempo, su mayor inconveniente: ya no es posible determinar si Venom es héroe o villano.
Lo cual no es malo, necesariamente. Sólo exigía un tratamiento diferente. Duplicidad. Desdoblamiento.
En una hábil revisitación del viejo relato Dr. Jeckyl y Mr. Hyde (Victor Fleming, 1941), Eddie Brock (Tom Hardy) es un periodista de investigación honesto y sagaz. Aparece en televisión donde denuncia trapos sucios, corruptelas y excesos de grandes corporaciones.
Cuando recibe el encargo de entrevistar a Carlton Drake (Riz Ahmed) se le pide tratar lo mejor posible al magnate. Por supuesto, sabemos lo que ocurrirá. Pierde su empleo y, por añadidura, a Anne, su novia (Michelle Williams). No todos poseen las mañas de Michael Moore.
Brock, durante el encuentro con Drake, lo destroza a preguntas. Sobre todo acerca de experimentos con seres humanos y si es verdad que hay quienes han muerto en sus laboratorios.
Es verdad. Hay un ente extraterrestre y simbiótico que necesita un huésped terrícola – de preferencia no animales – para avanzar en sus propósitos de dominio universal.
No es mentira. Drake posee a la cosa. Y la cosa es que son indispensables cuerpos de personas en situación vulnerable para probar su compatibilidad. No todos aguantan. Estallan.
Pero Eddie Brock, no.
El simbionte, al formar un dúo dinámico con Brock, va a adquirir atributos de cristiana humanidad a partir de su huésped y, como buen bifurcado, tratará de acomodarse en el personaje y el estilo que mejor venga al caso: ¿héroe? ¿villano? O acaso Venom es una buddy movie entre hombre e invasor. Drama. Comedia.
Hay que admitirlo. Las secuencias de acción, sin ser innovadoras, se ejecutan con maestría y precisión. Las calles de San Francisco, en una delirante persecución en motocicleta, no habían lucido tan trepidantes en muchos años.
Sin embargo, al igual que en Transformers (Michael Bay, 2007), el CGI produce lapsos de violenta agitación donde es muy difícil distinguir quién es quién. Sobre todo a la hora de los chingazos. Los simbiontes, cuando pelean, parecen capaces de reproducir el expresionismo abstracto de Pollock.
Venom es la presentación del personaje, no tanto una aventura en sí misma. Desde su primera aparición en cine: Spider man, 3 (Sam Raimi, 2007) a esta reciente versión, la historia ha cambiado. El arácnido ahora es propiedad de Disney, mientras que el parásito –jamás le digan así – pertenece a Sony Pictures.
Nada es imposible, con dinero baila el Venom. Sin embargo, es poco probable que en el corto plazo ambas estrellas vuelvan a encontrarse.
Por eso esta película se encarga de crear una historia en paralelo que prepara a Brock/Venom para sus propias y muy personales aventuras.
Dentro del soundtrack promocional de Venom aparece una rolita de Eminem. Una maniobra inteligente. La ira y el humor irreverente que Slim Shady ha sabido imponer en cada una de sus canciones le va a la perfección al simbionte.
Hoy en día se dice una cosa, pero termina por hacerse otra. Se tiene un discurso para complacer a un grupo y uno más, para tratar de convencer a los demás. El reduccionismo binario del “si no estás conmigo, estás contra mí”, cada día va ganando terreno. Blanco y negro.
Así es Venom.
Resulta difícil determinar si es bueno, o es malo. La ambigüedad produce incertidumbre. Su campaña promocional produjo altas, muy altas expectativas imposibles de cumplir.
Pero de frente, no es tan mala película.
Entretiene.