Dice Barajas que de los perros aztecas a los hijos de Aztlán, pasando por los esclavos, los braceros y los HPP (Hermosillo Puro Pelón), todos somos cholos, ese.

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Para empezar, la afirmación se hace con el firme propósito de que alguien se inspire e intente refutarlo, quien quite y partiendo de ahí ocurra el mismo fenómeno de alto «rating» que obtuvo el trabajo precedente a estas líneas.

 

Aparte de ser mi opinión, es un hecho. La antigua palabra, al igual que su acepción contemporánea, proviene del náhuatl Xolo (la X se pronuncia como CH), que literalmente significa: “Criado que sirve o acompaña, mozo, siervo, perro”. Siendo verificable de acuerdo a las definiciones disponibles en internet, provistas en los diferentes diccionarios Español-Nahuatl, mismos que parten del trabajo original de Alonso de Molina fechado en 1571.

 

 

En resumen, la palabra cholo es un adjetivo peyorativo que se adjudica a una persona a la que no le pertenece ni siquiera su propia persona, y ese, queridos lectores, es el caso de cada uno de los ciudadanos mexicanos. No hace falta entrar en detalles, pero si usted no se ha enterado de la frondosa deuda externa, el crecimiento gradual del dólar frente al achicamiento del pesito en el siglo pasado y en lo que va de este, si usted es de esos clasemedieros ‘despistados’ que no se dan por enterados de que la mayoría de la población en el país tiene que lidiar a diario con carencias operativas y existenciales que nos certifican una y otra vez como un país de mano de obra barata, pues es natural que mucho menos sepa y/o acepte que usted es, en el sentido más literal posible, un cholo.

 

Reste usted la parafernalia, el argot, la ropa holgada, las cabezas rapadas, la piel marcada con pintorescas figuras y caracteres territoriales y tenga la certeza de que usted también califica como cholo. La definición actual que usted conoce vino mucho después, a consecuencia de que nuestros ancestros fueran reducidos a Xolos. La inercia de la sumisión dio fruto y continuaron empleando el término para insultarse entre unos y otros, hasta que el adjetivo terminó siendo usado para designar sólo a individuos de los estratos sociales más bajos. Hasta la fecha es una voz recurrente. Pregunta: ¿Quién te asaltó? Respuesta: “No sé, eran unos cholos”. Pregunta: ¿Es tranquila la colonia dónde vives? Respuesta: “Para nada, viven muchos cholos”. Pregunta: ¿Jefe, a quién llevamos de acarreados al mitin? Respuesta: “No sé, a quien sea, consíganse unas doñas y unos cholos”

 

Quizás acusar a nuestros vecinos de ser cholos ha sido una estrategia exitosa para inducir la amnesia colectiva, así nos evadimos del tiempo de nuestras vidas, pues al desconocer las raíces de nuestros problemas y vicios de carácter, hemos perseverado en ocupar el lugar de la mercancía, el ganado, los engranes. Somos cholos de acuerdo a una definición formal que nos designa como meros sirvientes o utensilios en el panorama global cultural y económico.

 

Ahora, probablemente hay cholos que están leyendo esto y se rehúsan a entender. Es muy natural, debe ser difícil, en especial para aquellos que se sienten hipsters, andan en carro del año, trabajan para la mafia en turno en el poder, son maestros universitarios, escuchan solo música francesa, o bien se consideran brillantes artistas o científicos. También son cholos, pretenciosos, pero cholos igual porque cada vez es más ineludible que todos estamos juntos en este barco a medio naufragio. Aun aquellas criaturitas cuyos nombres infunden temor y sus cuentas en el banco escurren sangre y billetes del pueblo que debían servir: t o d o s  c h o l o s.

 

Pero ampliemos la perspectiva. El Xolo o sirviente ha degenerado en el “cholo lacra” a través del mismo proceso por el cual el roedor finalmente hierve de rabia en la jaula experimental y ataca a los otros roedores. Por más de un siglo ya, el gobierno de México ha marcado la pauta y ha puesto el ejemplo a toda la población respecto a ser un terrible cholo caníbal: uno que ya desvalijó las reliquias de su propia familia y las malbarató en un empeño llamado “inversión extranjera”; uno que se hizo adicto a las drogas más sucias como lo son el mal ejercicio del poder, la impunidad y la corrupción en todas sus presentaciones; un cholo que ha olvidado por completo sus raíces y que se carcajea ante el compromiso hacia el pueblo. El gobierno debiera ser el Xolo de todos los ciudadanos. Sin embargo, resulta que somos nosotros los Xolos del gobierno, ¿tiene sentido lo anterior? Para nada, pero es la realidad.

 

Sin embargo, hay aspectos positivos que rescatar sobre el tema. Por ejemplo, la imagen del cholo en la era moderna es prolífica y ha logrado independizarse de la experiencia terrible y cegadora de ser cholo, tal como lo es un ama de casa o un ejecutivo de un banco. Es decir, para la opinión popular no parecen cholos, pero claro que lo son. Es así como tenemos algunos pilares de la imagen moderna del cholo. Tal es el caso de los exitosos raperos Cypress Hill, quienes han marcado la pauta respecto a la vestimenta y demás cultura cholesca, y también han triunfado estableciendo contratos multimillonarios independientes con grandes disqueras, en los que no existen censuras o restricciones sobre el lenguaje y la temática de sus álbumes; de hecho todos incluyen la leyenda Parental Advisory, de manera que difícilmente entran en la definición formal de cholo como sirviente o perro, ya que fuera de su agenda de trabajo, no le rinden cuentas a nadie. Bueno quizás solo al IRS cuando fiscaliza sus fortunas.

 

Ahí mismo, por la década de los 90’s, la ciudad de Hermosillo se encontraba infestada de jóvenes desempleados y enojados, muchos desertaron la escuela secundaria y preparatoria para integrarse a pandillas y se identificaron con la imagen de cholo. Lo malo fue que no emergieron talentos del calibre de Cypress Hill, su mayor contribución fue el caos y el estancamiento de sus barrios.

 

Fueron dos factores determinantes para la desarticulación de dichas pandillas, como los HPP (Hermosillo Puro Pelón) o MBL (Mariachi Barrio Loco), que llegaron a manejar un número masivo de integrantes y así mismo fueron los estragos que causaron: sus actividades favoritas eran rayar bardas, desvalijar automóviles, ‘tumbar’ gorras y tenis a los transeúntes.

 

El primer factor desarticulador fue el comando de la policía estatal denominado GOES (Grupo de Operaciones Especiales del estado de Sonora) liderado por cierto experto en operaciones tácticas que logró poner en forma a un grupo de oficiales panzones, que entre sus misceláneas actividades se identificó por ser el azote de cholos a diestra y siniestra.

 

El segundo factor que aplacó la oleada zombi de cholos noventeros fue la aparición en escena de la Mamá Chola, quien hasta la fecha continúa desempeñando una importante labor social para alejar a los muchachos de las drogas y actividades delictivas a través de su asociación Jóvenes Mexicanos Unidos en Fraternidad I.A.P.

 

Ahora bien, siendo este el panorama local, pasando al ámbito global la historia nos enseña que los cholos que saben que son cholos tienen ventaja sobre los cholos que desconocen o niegan ser cholos. Algo parecido ocurrió en la reciente era de esclavitud en los EU, los últimos esclavos en exigir su libertad fueron aquellos bajo el control de esclavistas amables, quienes les permitían mantener cierto nivel de dignidad en sus vidas, como elegir a sus parejas, dormir en catres, vestir y comer lo suficiente o transitar libremente dentro de los límites de las plantaciones. Detallitos como esos que los hacían sentir como parte de una familia, generando así un registro anecdótico vasto y florido sobre manifestaciones de apego hacia sus grilletes, fenómeno similar a lo que algún tiempo después el criminólogo sueco Nils Bejerot oportunistamente definiría como el Síndrome de Estocolmo.

 

Por último, pero no por eso menos importantes, tenemos a los cholos más interesantes que ha producido México, los que han logrado escapar para ir a servir en el país del norte. Podemos distinguir tres categorías:

 

  • La primera constituida por los braceros (1942-1964), quienes tomaron la decisión de emigrar como resultado de los estragos en sus vidas por su misma condición de cholos, sin embargo, como resultado de ser un acuerdo laboral entre países, ¿adivinen quien se quedó con el dinero de los cholos braceros? Correcto.

 

  • La segunda categoría la componen aquellos que en las recientes palabras de Eva Longoria “no cruzaron la frontera, fue la frontera quien los cruzó”. Es decir, toda la población que se fue junto a los territorios cedidos, de una u otra manera, a los EU por parte de México.

 

  • La tercera categoría puede ser la más interesante de toda esta triste historia, se trata de un collage de segundas y terceras generaciones, inmigrantes jóvenes de primera generación, que han asimilado la cultura gabacha y gozan de la tranquilidad de la ciudadanía o la residencia, pues son ellos quienes podrían lograr la expiración total de nuestra condición de “cholos”.

 

Si llegara a suceder que se reunieran los atributos de las tres categorías, vaya que se formularía una nueva potencia económica y política para ejercer directamente su poder en México, sólo es cuestión de que así lo decidan. Quizá haga falta que caigan en cuenta de su ilimitado potencial y de que tan fácil sería arrebatar el poder a los mismos cholos lacras que los desterraron del territorio nacional. Sus remesas aportan el 2% del PIB (Producto Interno Bruto) del país, contando en el 2015 arriba de 25,000 millones de dólares… complete usted la ecuación y resuelva el problema. El principal uso que se le da a todo ese dinero es para pagar deudas, comer y rentas. Solo el 6% se invierte para emprender una actividad productiva.

 

Algo importante para cerrar estas líneas. Difícilmente nacemos con la vocación de cholos, más bien cada quien aprende a resignarse a cumplir ese rol a su manera. Tampoco es cierto que nacemos “con las alas cortadas”, la realidad es que poco tiempo después de nacer vamos dejando de usar la imaginación para solucionar problemas y optamos por usarla para negarlos, de la manera más absurda y caníbal posible. Por ejemplo, pregúntese en éste momento: ¿me ha irritado el autor de éste texto, el contenido del escrito o caer en cuenta de que soy un cholo?

 

Por Rafael Barajas Valenzuela

En portada, fotografía de la mítica banda Cypres Hill.

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Sobre el autor

(Autopresentación) Rafael Barajas Valenzuela es un reconocido especialista en problemas del comportamiento, con 15 años de experiencia como psicoterapeuta, 7 de ellos trabajando en clínicas especializadas en Phoenix, Arizona. Es egresado de la Universidad de Sonora y fundador de la Asociación Mexicana de Terapia Asistida por Animales (AMTAA A.C.). Tiene diversas especializaciones y postgrados en el extranjero y actualmente es candidato al doctorado en psicología por la Universidad de Kansas. Contacto: 6623 375539 y mentalarchitect771@gmail.com

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4 comentarios

  1. Me siento identificada con tus líneas ( por xola o chola), ya que en verdad nos cuesta trabajo aceptar la situación que estamos viviendo en éste maravilloso pero cada vez más decaído país. En fin, SOY, citando a lo def con dos: «demasiado humano…..»

    1. Catalina gracias por preguntar, soy de tu mismo barrio y brinco con la highlander en caso de que algun malandraco te quiera chacalear, no mucho verbo conmigo morra, aqui tienes tu hommie que no se raja.

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