La mayoría de las ocasiones vamos al cine para ver la misma historia: el viaje del héroe. Una y otra vez. Sin embargo, si la película atrapa y emociona, es por la manera en la que está contada. Entre la tinta y la imagen, un buen argumento siempre hará la gran diferencia.
Es lo que sucede con El Hombre Araña: De regreso a casa (Jon Watts, 2017), una soberbia cinta de verano con más de una razón para disfrutarla de principio a fin. Podría describirse así: es la increíble y apasionante leyenda de un joven adolescente que se ve arrastrado por el torbellino de la venganza y el rencor social.
Pero, la verdad, va un poco más allá.
Esta es una película sobre el aprendizaje. Cómo ser héroe, pero también, cómo ser un villano. Y en el relato del crecimiento de ambos personajes, protagonista y antagonista, surge lo mejor de este filme.
Peter Parker (Tom Holland, quizás el Hombre Araña que el mundo esperaba), aún está deslumbrado por su aparición en Capitán América: Guerra Civil (Joe y Anthony Russo, 2016); aunque el puberto ha registrado todo su debut en Smartphone, no puede compartirlo. Se lo impide Happy Hogan (Jon Favreau), niñera asignada por el tutor, Tony Stark / Ironman (Robert Downey, Jr).
En alguien tiene que caber la prudencia. Pero esa secuencia, la del Smarphone, es maravillosa.
Así, mientras Parker comprende que “detrás de un gran poder viene una gran responsabilidad”, Adrian Toomes (Michael Keaton) paga las consecuencias económicas de la llegada de Los Vengadores en su mundo. Nace así un discurso político que protesta contra la élite: Los Vengadores coludidos con el gobierno provocan el desplazamiento entre trabajadores norteamericanos.
Adrian Toomes se convertirá en El Buitre no por el efecto de alguna extraña alquimia. El Buitre actúa por desquite y desagravio. Lo hace a nombre de la mano de obra despedida, por las familias en desamparo, por haber perdido su lugar en el futuro. “The rich, the powerful, like Stark, they don’t care about us! The world’s changes, boys. Time we change too!”, exclama un colérico y mesiánico Toomes. La revancha entonces será anárquica, monumental y nihilista: ¡al diablo las instituciones!
Aprender es doloroso. El jovencito arácnido intuye el peligro que representa El Buitre y sus secuaces, pero fracasa. Entonces, Tony Stark / Ironman lo castiga: “If you’re nothing without the suit, then you shouldn’t have it”.
De regreso a casa, Peter Parker deberá de enfrentar su prueba de fuego. Al volver a su condición de preparatoriano, encontrará la fortaleza para ocupar su lugar en el universo. El baile de graduación y su fallida participación en el concurso de conocimiento serán la vuelta de tuerca que coloca a El Hombre Araña: De regreso a casa, en la tesitura de esas películas que conmueven y no se olvidan.
El desenlace es revelador. Allá en las alturas, el viejo Buitre da su última batalla. El Hombre Araña luchará por bajarlo, buscará que El Buitre entre en razón. Paradójico. El veterano es el rebelde, el que pretende tomar el cielo por asalto: el sueño de la anarquía, el delirio, la locura.
El adolescente defiende el orden, el establishmet y la justicia.
Hay muchos detalles que agradecer en El Hombre Araña: De regreso a casa. Esa introducción musical en homenaje al tema primigenio, el de las caricaturas de la televisión de 1967, no tiene comparación.
Las secuencias en el ascensor del monumento a Washington, la del ferry en Staten Island y el clímax en el cielo valen el costo del boleto en taquilla.
La partitura musical de Michael Giaccihino da en el blanco. Por una vez, en bastante tiempo, es posible salir de la función tarareando el tema principal. Y créanme, eso es mucho que decir en estas temporadas.
La clica de Peter Parker, en la preparatoria, no tiene comparación. Entre el fiel e imprudente compirris Ned (Jacob Batalon), el envidioso Flash (Tony Revolori), la atractiva Liz (Laura Harrier) y la nerdita antisocial Michelle (Zendaya), hay suficientes motivos para quedarse al pié de la letra en toda la función.
Al final, para El Buitre y para El Hombre Araña, cae la maldición de Ícaro: cuidado con alzar el vuelo tan alto.
El sol puede quemarnos las alas.
Por Horacio Vidal