SIENTO VOLANDO
El escudo y la lanza de Abigael es la pasión.
El poeta no teme meterse en el ojo del huracán, al contrario, lo incita, lo seduce,
se interna en sus sábanas y lo llovizna, lo ensaliva, lo mima.
El más importante poeta sonorense vivo
Joel Verdugo
El poeta Abigael Bohórquez sabe que su pasión tiene dos caminos:
el paraíso y el infierno.
Abigael Bohórquez: pasión, cicatriz y relámpago
Miguel Manríquez
Del muchacho inocente, miedoso y febril que era el joven Abigael, sólo esto último queda al final de sus días: un viejo apasionado por vivir la vida a través de la poesía y el teatro; las más señaladas representaciones del mundo. A través de ellas fue posible su maduración, además de su transformación y su renovación intelectual definitiva. Su obra literaria pertenece a los géneros más caros del arte griego: la épica, la tragedia y el drama, pero es en la comedia donde desarma a sus contrincantes, su público, con el poder de su ingenio. Su malicia fue producto de múltiples reveses. Probó las mieles de estar vivo pero también las más saladas lágrimas de su propio vuelo. Se debe a su gran colmillo para ubicarse en su tiempo, y a las personas que trató, dentro o fuera de su obra, que apareciera descrito lo mejor y lo peor de la sociedad mexicana. Gracias a esa perspicacia, con el uso radical del lenguaje, pinta un Jardín de las Delicias donde pocos o ningún amigo o enemigo pudo salvarse, siendo él quien era, otro tipo de Mesías, en su tierra prometida (pero muchas veces escamoteada):
Seré pastor de arcángeles barqueros
y comunal recolector de aromas;
iré cantando mi vejez primera
con esta boca salitrada y pobre
sobre el aguacaudal.
Equilibrado, cuando pudo serlo, ubica con facilidad las flaquezas humanas de otros y de sí mismo; sabiéndose bien plantado en lo que era: «un ángel malo de Dios», un apóstol (devaluado) de otro Evangelio (proletarizado): el de la Otra Poesía. Abigael se siente volando, pero al ras del suelo. Se sabe un pecador pero no es un Anticristo. Se cree la versión proletaria y mexicana del hijo de María, a finales del siglo XX (un rebelde con causa): El Elegido, que se jactó de ser de manera temprana un mártir de la sociedad de su tiempo, a la que miró con sus ojos mesiánicos, y señaló con la espada flamígera de su pluma, cada una de las carencias, prejuicios o desequilibrios de los demás:
yo acerqué mis labios a tu frente,
a tus mejillas redentoras,
a tus labios, no sé;
y la beata, el adúltero, el sacrílego,
el cura, el homicida, el drogadicto,
la incestuosa y el sátiro,
el centurión,
la distinguida cogelona,
la sociedad de padres de familia
y adoradores del santísimo,
los fetógrafos,
los puros elegidos,
no sé qué hacían
emboscados,
ahí,
en el monte de los olivos.
Seducido por los personajes tan gloriosos como sufrientes, encuentra en ellos su parecido, volviéndose cada uno de ellos en su aventura literaria:
Entonces,
viendo Jehová
que el futbol era bueno,
fructificó y multiplicó los equipos terrestres,
siendo la mañana y la tarde del día veintinueve
del mes sexto y el Señor dijo:
GOOOOOOOOOOL
y fui alumbrado, descostillado y cojo
Dios mediante.
Hereje, sí, pero agradecido (faltaba más); porque en cada una de las personalidades que asume, están todas sus muertes cotidianas. En ellas se transfigura, ¡Ave Fénix: expira y vuela! Uno a uno, en su propia comedia (en la comedia de ser él mismo), se vuelve un mártir de una mujer o un fundador de nuevas genealogías de su tierra baldía, fuera del paraíso. Adán, al fin, entre los mezquites o las nopaleras, señala a toda esa «fauna monosabia» como «mamones, lambisquistas, agachones, musáferas,/ excrementables, amafiados, instituídos, chichifos, juniors, mariposócratas, pájaras, coleópteros, suripantones,/ y hasta olvidados incorruptibles, altísimos poetas/ y parlachifles, literatíputos, de tocho».
Sus nominaciones son chuscas, pero puntuales, en torno a una sexualidad cuestionada. Odiosos nombres, claro; pero habrá muchos otros, también, más dulces:»Dulcamar, Altazor, Aldebarán, Eleusis»; o bien: «Persio,/ Alexis, Marzo, Alcándaro, Abenámar»; y también: «Babel, Abraxas, Eufranor, Flaminio», entre muchísimos otras ovejas del señor, que no pastores elegidos, esos serán sus amigos, una suerte de apóstoles en los últimos días de Jesús, El Crucificado.
A ojo de buen modista, viste a cada quien con un traje de palabras, a la medida. Quizá por eso, porque él mismo no encontró el balance de su vida sino mucho después de tropezarse consigo mismo, exploró la risa burlona del sonorense, durante los últimos años de su vida. Ávido en ese tipo de esparcimientos, entró y salió triunfante en ese ocioso y divertido juego de burlarse de los otros y de sí mismo, justo antes que otros se le adelantaran, volviéndose bohorquianamente en un alburero albureado por sí mismo o, simplemente, quevediana y justamente, el típico burlador burlado: murió a los cuarenta y un años de escritor publicado (el restó, a propósito, un año a su carrera y a su vida). Final feliz, en verdad glorioso, para quien se burló de la vida, de los vivos, que tanto se burlaron de su masculinidad:
Me sigue doliendo ese rechazo, esas cosas feas que recibí de niño y las recibo ahora, me hacen pensar que la gente no ha cambiado; quizá he cambiado yo. No me termina de convencer qué si en 1944 ya me sentía yo este tipo de rollos, en 1994 escuche todavía un chiflido y joto y que la chingada… yo ya lo asimilé, ya está una obra literaria, pero se siente muy feo dentro de la convivencia diaria, todos los días seguir escuchando lo mismo a cincuenta años de empezar a oír joto-joto-joto…
No fueron las únicas ofensas ni apodos: «Chila Jaurina», «Abisgael Bodóquez», «Pueterraco», etcétera. Pero con la vara que lo medían, midió. Devolvía ese odio transfigurado, a la sociedad y los perros guardianes de su espacio y tiempo. Sus registros poéticos, en las distintas afrentas que señaló, iban del bullying más pesado al albur más fino. Era un campeón en este Deporte Nacional, pero con tacto, volviéndolo un arte depurado con su estilo muy personal. La sonrisa perversa, así como la felicidad más genuina, eran un arma que tomaba y dejaba en pos de otras exploraciones más efectivas. La fina o burda ironía, dan paso al sarcasmo más fino a lo Oscar Wilde; aunque sus burlas sólo sean momentáneas en su larga obra literaria, tan llena de dramas y tragedias. De ahí que su poesía y su teatro no es abundante en este aspecto, fue ocasionalmente interrumpida por otros temas; pero fue contemporánea a la comicidad y desenfado norteño de la poesía de Francisco Luna y Alonso Vidal, así como del teatro-cabaret de Ernesto García Núñez y Sergio Galindo. El ingenio, sin embargo, lo hermana a un Gonzalo Celorio o un Efraín Huerta. La tragedia y el drama eran los otros polos, lastimeros y crueles, donde fincó su crítica social, pero también en su teatro cómico, y en este rubro, tan importante como el de Federico García Lorca.
Carrilludo como el que más, en ese toma y daca del que tomó parte, muchas veces involuntariamente, los anécdotas se multiplican a la par de su obra literaria. Sus parodias, muchas de sí mismo, de sus propios versos y su ingenio, estaban tejidas dentro de una red de complicidades. Hombre-pájaro, se sintió volando en cada uno de los aplausos y los homenajes que le rindieron, hasta que se apropió de veras y más de cien veces, y en fila india, de esa frase del refranero popular: «Más vale un pájaro en mano, que ciento volando». Sí, en la literatura se vale la grosería. También fuera de ella, dentro en cada obra de arte o de artesanía popular. Su obra no sólo era literatura, pues, también era «leperatura», en ese anglicismo acuñado por Francisco «Paco Moon» Luna. Las pintas de El gallo inglés en todos los baños de México de finales de siglo XX, aparece también en algunas páginas de su obra literaria. Da cuenta de ello en sus viñetas (Poesía en limpio, es el más crudo ejemplo; Memorial en Milpa Alta, sólo es una reminiscencia), que aparecen delineadas con su propia pluma entre sus páginas. O hace una reminiscencia de su credo en su apetito sexual:
Querido diario:
se dice que hay que ser neciamente,
denodadamente, específicamente
subversivos,
o febrilmente, desvergonzadamente
apáticos;
yo cargo mi propia impúdica suprema ley:
gallito que no coge:
a la chingada.
No olvidemos, que la literatura también se vale de la pornografía que sólo algunas mentes abusadas, por avisadas, abusonas y abusadas (en su tristísimo doble o triple sentido), pueden leer en su célebre poemínimo:
Enchufe
pajarito atrapado
en las trompas
de falo
pío
pío
¡pío!
Ni más ni menos descarado y cómico que aquellos «poemitas» que realizaba su amigo, el Gran Cocodrilo, el poeta Efraín Huerta; cuya influencia y admiración intelectual se adivina en varios poemas de ambos, siendo mutua. Herencia, al fin, de una idiosincrasia al servicio de diversos tlatoanis sentados entre las garras de un águila, con de sello oficial.
Antes de sentirse en vuelo, volando, con los pies sobre el suelo, Abigael ha de saber salir de ese pantano, sintiéndose sucio y a veces feliz, conforme consigo mismo. Sí, su plumaje esos que luego de volar sobre el pantano, a diferencia de Gutiérrez Nájera, hacen escala obligada y sí se manchan; porque a pesar de que sus manchas después no le importaran y las olvidara, guardó mucho rencor a quienes se la señalaran, de joven, adulto o viejo: su bastardía y su homosexualidad. Cualquier desmerecimiento bastaba para cortarle la sonrisa, sus alas. Vanidades más, vanidades menos, se volvió en el mejor promotor de sí mismo, encargándose de todo el proceso de producción de una obra literaria ligada a su autobiografía, volviendo su vida una obra de arte, como debía de ser. También, y por esos y otros aviesos motivos, fue su propio y más íntimo enemigo, como le confiesa a su madre en los últimos resquicios de su adolescencia:
Si veinte años hace que luchamos uno contra el otro
desde el útero,
y esta noche
he salido con la fría tendencia a suprimirlo,
sin lograrlo.
Su madre también tomó un papel institucional, aunque unas no fuera tan obvio, si formó parte de actividades culturales en el Instituto del Seguro Social:
Logré pasarme veintiséis años en las cavernas Estatales
trogloditándome,
sintiéndome ni lo que el viento se hizo como que no me vio,
circulando por tres Secretarías en lasque fui Goliat,
la Swanson, Euterpe, Cuataneta, Fuensanta,
dejándome llevar después a los rediles descentralizados
donde fui Ruth, Job, Godzila, Cajeme, Fumanchú;
lo hice ya innúmeros sexenios
y el por venir, horrísono, de nuevo,
lo que nunca pude saber
fue quién en la parnásica compársica
me dejó en la ventánica soñando publicar mi trasvestiario
en Ni Siempre, en Pro Seso, en Kalimana;
y mientras entro al terror de la mudez,
entiendo…
Mucho antes fue llamado «Batman de la cultura» (Alejandro Miguel), «poeta de poderosa y macha poesía» (Efraín Huerta). Era tan literal y tan disimulado, tan literatura de sí, que terminó aceptándose antes de su regreso a Sonora, cantando el tiro a quien estuviera a su alcance, consciente de que quien se arrima primero, se arrima dos veces.
En una sociedad que orilla, excluye, o ignora a quienes no siguen los cánones sociales y literarios, el individuo se convierte en apóstata, un sedicioso, un renegado. No perdió su ciudadanía, pero sí lo más importante: la comunidad, la comunión con los otros. La comparación con Salvador Novo es muy desigual en este sentido, a pesar de sus semejanzas y de que llegan a conocerse, a volverse contemporáneos sólo en la última parte de la vida de este escritor de origen chihuahuense. Novo formaba parte de esa comunidad y nunca atentó contra las estructuras sociales, sino más bien las hechizó con el refinamiento de su estilo, con sus encantos.
Bohórquez merece un reconocimiento como hombre de frontera, que expandió las fronteras de lo correcto e incorrecto dentro de las sociedades del Desierto Sonorense: empezó donde terminó, en la aridez del desierto, donde abundan los hombre orquesta, que deben de hacer todo desde el principio porque no hay nada, o casi nada, donde llegaron. Este tipo de hombres, son fundadores: magos de la palabra. Su mejor epitafio está por escribirse, puede leerse en sus manuscritos y en sus libros, porque lo señalan de puño y letra, o golpe a golpe de metálicas letras sobre esas Cintas de Moebius que le tocó desgastar, con las definiciones que tantas alas le dieron en vida: hijo de Sofía, amigo, amante, maestro, poeta, dramaturgo, funcionario y promotor, crítico y periodista cultural (por eso de que comía a veces, un día sí y otro quien sabe).
Fue agudo, todo un crítico, al recoger las mies de un sembradío de amor, pues eso fue su obra artística, que a veces se dio en campos fértiles y otras hasta en los áridos albañales (así de crudo, pero también, tan amplio, es su testimonio de vida). Poco a poco va atrayendo lo que será el imán de todos los testimonios de su presencia singularísima en este mundo, ese pan enorme que se desgaja en desiguales afectos: Siento volando. Ciento… y más comentarios sobre una vida literaria: Abigael Bohórquez. Cuarenta años de escritor 1955-1995. Un manuscrito muy acabado, preparado por el propio sujeto de las críticas, que tiene 130 páginas no numeradas y está incompleto porque no recoge los últimos comentarios de sus críticos del 17 de octubre de 1995 (si su última entrada es de septiembre de 1993). Se trata de la última edición, aún inédita, cuyas primeras versiones fueron publicadas en varios libros de su autoría, con fragmentos de los mismos, bajo el nombre de «Comentarios», en la primera edición de Desierto mayor y en el apartado «Pelos y señales», de Poesía en limpio (1980).
Quien lee a Bohórquez a través de esas miradas (a)crítica, tendrá una recepción que sólo podrá depurarse cuando se sumerja a cada una de las compilaciones de sus poemas, debido a que los críticos son de distinta índole: aquellos a favor o en contra de sus excesos, de una ideología cruzada por el tiempo y el espacio de convivencia. Una lectura ampliada es posible a través de los comentarios críticos y acríticos que la obra bohórquiana recibió durante cuarenta años de escritura poética.
Se sirve de estas palabras como un juego de abalorios, donde va juntando su vida literaria, como lo hizo para el opúsculo Cien comentarios después, sobre Abigael Bohórquez. 1955-1991, que dijo que iban a publicarle para 1993 y sólo se publicaron fragmentos en la Revista Papel, de San Luis Río Colorado. Este libro de Bohórquez, aún inédito en su totalidad y que no puede entenderse sin notas críticas, permite dos cosas: tomar el pulso de su obra poética y dramática de manera global; y entenderlo como acicate contra quienes le escamoteaban sus victorias. Se convierte en un libro estratégico, una continuación de su currículo literario. Se trata de un testimonio dispar y contradictorio. Si por una parte tiene más de doce apóstoles, tendrá más de tres centuriones que, en cada una de sus representaciones, crucifican con tres clavos o le encajan una lanza en su costado.
¿Herminio Ahumada dijo eso? ¿Carlos Pellicer esto? ¿Efraín Huerta aquello? ¿Trató de tú a Margarita Paz Paredes? ¿Alejo Carpentier? ¿Fue amigo de Juan Bañuelos, como lo fue de Jesús Arellano, Carlos Eduardo Turón, o Miguel Guardia, o Dionicio Morales? ¿Quiénes fueron sus velados, enmascarados o abiertos enemigos? ¿Aquellos que lo vilipendiaron o quienes lo alabaron? ¿Exageraba al decir que fue vetado por la mafia literaria de Fernando Benítez, por vía de Luisa «La China» Mendoza? Mucho que decir para calibrar la presencia de las personas que tomó en cuenta como críticos de su obra poética o dramática.
Entre quienes escribieron sobre su legado, podemos encontrar este evangelio, una especie de principios que rigen a su obra literaria: Corazón de naranja cada día, una suerte de explicación general de su obra que acompañó a sus poemas en su recital de poesía de abril 1990. Su título, tomado de un soneto del poeta cabrero, Miguel Hernández, es revelador de su propia filosofía como Country boy. Ahí desgajó su ars poetica del OTRO amor.
Hay mucho que señalar que ya aparece en una biografía sobre su vida literaria, como lo es Biografía de una mariposa (aún inédita), aunque su autor nunca ha ostentado el cargo de biógrafo oficial sino todo lo contrario; pues el car cargo había sido otorgado por el autor a Norma Alicia Pimienta hace más de veinte años (obra que ya no veremos pues, debido a distintos motivos, porque la querida funcionaria, periodista y maestra universitaria, no pudo terminarla y quizá sólo dejó constancia de ello en una entrevista al bardo norteño de crucial importancia y algunos otros testimonios y proyectos de su vida y obra literarias: la compilación de sus cartas más intimas que muestra una elegancia y eficacia de su poderío intelectual.
El mayor delito que puede cometer un lector o un crítico de ese pasado es leer una obra poética a partir, y no a través, de los elogios y los prejuicios ajenos de quienes lo conocieron. Carlos Eduardo Turón quiere decir esto cuando señala que la obra poética de Abigael «es leída con prevenciones». Todavía se recomienda su obra literaria con una advertencia: es muy bueno, pero… En una sociedad donde los impulsos primarios se han domesticado, quizá sean necesarios los avisos, pero también desconfiar de ellos; a manera de estigmas, que aparecen sobre los empaques de un producto literario. Quizá sólo se trate de una guía para un público más refinado (¿domesticado?), que será llevado de las narices cuando escuchó o leyó el siguiente ardite publicitario: «Las palabras de Abigael son como el bacanora: se sorben despacio hasta que la embriaguez las automatiza como los espasmos del reventón y del azote», que mencionó Francisco «Paco» Luna como un homenaje a Poesía en limpio en 1990 y que reelaboró y releyó en el marco de sus cuarenta años de labor artística, para la presentación de la segunda edición de Navegación en Yoremito (1995 [1992]).
En estas páginas se pueden advertir a sus amigos, como los más señalados; pero no los únicos, también hay enemigos que se volvieron sus amigos y viceversa. La lista es, en verdad, tan inmensa como reveladora. Sin esta compilación de comentarios críticos y acríticos, sería muy dificil seguir sus pasos; pero también gracias a ella, se puede obstaculizar el trabajo de análisis biográfico y literario de Bohórquez.
Comprender a Bohórquez a la luz de este candelabro lleno de velitas de su pastel literario es aún difícil; pero seguirlas, a pie juntillas, sería un grave error; no debido a que el poeta incluyó buenos o malos comentarios, sino porque estos y aquellos son extractos y están sacados de contexto, sin una referencia precisa de su procedencia. Al contener sólo la fecha, no dicen a qué refieren ni cuál fue la lectura completa de sus críticos en un momento determinado de su carrera. También merece una edición crítica esta colección de alabanzas y vituperios, como todos los del autor.
Estar en las nubes, ensoñando, pero también sentirse entre ellas, volando, eso fue lo que sintió Abigael Bohórquez durante muchísimas y breves, etapas de su vida. También fue feliz; no dejó que el drama lo restara de los placeres del mundo. Nadie pudo arrebatarle su algarabía. Su sonrisa, a veces quebrada por un insulto, también fue burlona, socarrona y chinguenguenchona. Era un niñito travieso bajo sus arrugas. Fue un farsante (en el sentido más artístico, teatral, del término y el más crudo del mismo): un cínico de la vieja escuela, la misma que dotó de una voz tronante, a veces tipluda, de las luminarias del cine nacional de la década de los cuarenta y de los cincuenta: la Escuela de Arte Dramático del INBA. No todo fue tristeza y melancolía, hubo mucho bullicio, alharaca y alboroto, como se distingue en los distintos medios de diversas ciudades de México y en el propio Distrito Federal. Era un imán que atraía tanto a rotos como a descocidos, los vasos vacíos ante las botellas plenas, las bocas más seductoras o ríspidas para el infamante beso de sus críticos (si se permite esta hipérbole, en vez de señalar las lenguas bífidas o plumas de pavorreal que se dignaron a rozarlo). El beso en la tenebra: el horrendo beso, a veces honesto y otras hipócrita, de la muerte y sus compinches más odiosos. También el noble beso, el beso más dulce que pronunciaron sus azucarados y almibarados adjetivos: sus más de cien nombres, apóstoles predilectos, que le hicieron sobrevivir en un vuelo perpetuo.
Por Omar de la Cadena y Aragón
Fotografía de portada: Abigaél Bohórquez (sic) en 1961. Archivo Histórico de la Universidad de Sonora.