Hermosillo, Sonora.-
La clandestinidad es un espacio físico y mental universal. Es una de las mejores prácticas para salir de la rutina y liberar los estreses. Una acción fuera de la ley, pero aceptada y practicada por la sociedad, que genera espacios urbanos para dar acceso a satisfactores, pero que, a la vez, provocan conflictos. La ciudad en sí, es un conflicto, diario, cotidiano. Un conflicto que va conformando el espacio a través del diálogo, a veces tranquilo, a veces violento. La proliferación de los llamados “centros de vicio”, un conflicto que se recrudece con la inmigración, en la transición hacia los espacios urbanos de Hermosillo, enfrentó los intereses económicos de los propietarios con el vecindario. Plantea también, una forma de vida que difícilmente comprenderemos con nuestros considerandos. Difícilmente compartiríamos en la actualidad, imágenes de un estado físico y mental que transgreda las más elementales normas de la conducta pública. La urbanización no es sólo la obra material, los edificios, avenidas y otros. Urbanizar también implica una modificación en las relaciones sociales. Por otro lado, las autoridades correspondientes dictan leyes, reglamentos, planes de desarrollo urbano, casi milimétricos. Organizan el espacio de acuerdo a las funciones a cumplir, mientras lo clandestino busca la forma de ocupar espacios, ya sea a escondidas o con el compadrazgo de las mismas autoridades. Tan clandestina es una fonda que a ocultas ofrece bebidas embriagantes y placeres “prohibidos”, como un negocio que paga impuestos pero que ocupa un espacio que no le corresponde, según el mismo plan de desarrollo urbano. Ambos son clandestinos, ambos generan conflictos.
Una calle de la zona de tolerancia, en enero de 1986
La Zona de Tolerancia. El aguaje, reminiscencia del decreto Numero 1, de Plutarco Elías Calles, quedó como práctica clandestina a pesar de la derogación de la citada ley. Un tanto por ser el posible único acceso de las clases bajas a los licores embriagantes, y otro tanto por ser un punto de control por parte de las autoridades, y fuente de ingresos, también clandestinos, para burócratas de cierto nivel. La clandestinidad campea en todos los niveles. El aguaje marcaba puntos en la población. Los vecinos los identificaban y los ubicaban en una especie de geografía urbana, para tomar sus providencias. Ya se habían multiplicado en la ciudad, al grado que el reclamo social pasó a las páginas del periódico en marzo de 1939. Como un valor agregado, “…un nuevo y más molesto aditamento, la venta de amor, al mismo pie del expendio de mezcalones.” Aumentaba el estado de alarma social. La presencia de menores de edad, a altas horas de la noche, para ellos, agudizaba el problema. En abril de 1940, la Comandancia de Policía, a cargo de Enrique Ceseña, giró instrucciones prohibiendo que los menores de trece años deambularan por las calles, después de las nueve de la noche, sin un motivo que lo justificara, o lo hiciera en compañía de un adulto. Esas eran las noches de Hermosillo por aquellos tiempos. El “problema” supera las normas sociales, y la práctica se extiende en el espacio y en el tiempo, como veremos más adelante. El espacio de diversión para los infantes se reducía al cine por la tarde, lo demás eran “bailes, fiestas, billares, cantinas, etcétera, (que) no son para pequeños.” La clandestinidad es un viejo ejercicio social que ha marcado y marca el espacio físico y el espacio mental de una ciudad.
A mediados de los cincuenta, la colonia Olivares, otrora colonia de los Petates, albergaba por lo menos a quince mil vecinos. Al poniente del cementerio de la Yáñez, un nuevo fraccionamiento, formado por otros dos mil vecinos de escasos recursos, más la colonia San Benito, rodeaban la zona de tolerancia ubicada por la calle Nogales (Hoy Santiago Healy) y la Arizona. El constante crecimiento de la ciudad, es el constante reacomodo de algunos espacios públicos, como la zona de tolerancia. El 21 de mayo de 1956, el problema se agudizaba, lo que “…ha obligado al Ayuntamiento a hacer planes para llevar más lejos la zona de tolerancia que antes estaba ubicada en pleno monte…” Habilitaron un terreno más al norte, atrás de la actual Comandancia Norte, nombrándole” La colonia de Las Flores.” El crecimiento continuó, rodeando de nuevo la zona de tolerancia, hasta convertirse de nuevo en un problema social.
El mítico Bar Lucila, donde despachara la hoy célebre Gilbertona y el no menos famoso Vicente Fernández
En mayo de 1980 inician las pláticas para trasladar la zona a otro lugar, fuera de la ciudad, por estar ya rodeada de centros de trabajo y escuelas. A partir de esta fecha inicia el diálogo entre la ciudad y uno de los conflictos urbanos de más calado. Diálogo que se prolongará durante más de veinte años. “Se pondrá especial atención en la urbanización de este lugar, y no se permitirá que se establezcan viviendas o edificaciones que no sean cabarets o centros nocturnos.” El periodista Luis Armas, inicia la polémica con reflexiones que parecen alcanzar las alturas de la filosofía. Se trata, nos dice, de un “…mal necesario inherente al ser humano.” A la prostitución, se suman “…los males del culto al homosexualismo solapado por las autoridades.” Mientras no te veo, no existes. De pronto descubren lo oculto, lo que aceptaban mientras no estuviera a la vista, y el vecindario entra casi en estado de shock. El citado Armas, encuentra el origen de este mal en nuestra constitución “…mestiza… para justificar desvíos, errores y aberraciones de carácter sexual y mantener en paz a una conciencia colectivamente puritana. “ Entre las faltas a la moral y la necesidad de este “mal necesario”, la primera solución puesta en marcha fue la construcción de una barda rodeando a la zona. La primera piedra la colocó el ingeniero Luis Corona Arroniz, director de Obras Públicas Municipales, el 4 de septiembre de 1981. El Profe. Franco, también editorialista, parte de rápida narrativa de la historia de la prostitución, en octubre de 1981, para llegar a los considerandos morales del cristianismo, que no conciben el “…instinto sexual sin el amor…”, al hacer referencia a la construcción de la barda.
El ingeniero Luis Corona Arroniz, director del Departamento de Ingeniería Municipal, coloca la primera piedra de la enorme barda que segregara del barrio del Choyal a la zona de tolerancia. La barda tendrá una altura de dos metros y medio y una longitud de más de un kilómetro. Sólo habrá dos accesos que serán vigilados por la policía.
El Imparcial, 5 de Septiembre de 1981
En mayo de 1980, ocho años antes de la clausura, las autoridades municipales intervinieron anunciando la intención de trasladar la zona de tolerancia a un lugar apartado. La colonia abarcaba una superficie de sesenta mil metros cuadrados, donde prestaban sus servicios alrededor de mil personas, entre prostitutas, cantineros, músicos, taqueros y taxistas. Al conflicto de la convivencia con los vecinos, sumaron la presencia de cerca de cien homosexuales que no estaban sujetos al control sanitario. El médico de la clínica profiláctica, Dr. Héctor Madrid, señaló que: “…el foco de infección de enfermedades venéreas son en realidad los sodomitas, pues la mayoría están registrados con categoría de meseros, sin contar otro elevado número del cual no se lleva control alguno.” El Comandante de Policía, Alejandro Tapia Martínez, señaló las constantes denuncias de robos y asaltos cometidos por, “…estas personas non gratas y que aunque se ha pretendido erradicarlas no se ha logrado porque de inmediato los ampara el juez de distrito.” Los miembros de la Unión de Centros Nocturnos de Segunda Categoría, argumentaron que la prostitución clandestina no estaba en la colonia las Flores, donde operaban doce de los quinces cabarets agrupados en esta unión. La prostitución clandestina, afirmaron, estaba en las cercanías del Jardín Juárez, con cantinas disfrazadas de restaurantes y casa de huéspedes que operaban en sociedad con las “mujeres públicas.”
El profesor Jorge Piña Castro y Eduardo Gavito, del Gobierno del Estado y Salubridad, colocan el sello de clausurado en uno de los locales de la zona de tolerancia. Se cumple asi con una promesa de campaña del alcalde Hector Guillermo Balderrama.
El Imparcial, 1 de Enero de 1988
El primero de enero de 1988, exactamente a las doce del día, clausuraron la zona de tolerancia. La clausura afectó a la ciudad en el espacio físico y en el mental. El ejercicio de la prostitución tomó por asalto algunos lugares de la ciudad desquiciando rumbos, y perturbó a la sociedad que se enfrascó en una polémica en la que campearon los considerandos morales. Los reclamos iniciaron años antes, cuando en los alrededores de la zona se habían asentado vecinos en dos colonias, La Libertad y la Luis Encinas. En un principio, las opiniones apoyaron tanto a la zona de tolerancia como pidieron su reubicación. De mediados de 1985, nos llegan las siguientes imágenes, la señora Ana Gloria “N”, vecina de la colonia Libertad, veía hasta con beneplácito la vecindad con la zona, ya que era muy vigilada por la policía. La señora Contreras “N”, después de puntualizar que la imagen que tiene la gente es morbosa, declaró: “Las mujeres de la zona de tolerancia deberían portarse con vulgaridad pero no lo demuestran, yo fui vecina de alguna de ellas; también a mi casa han venido personas que trabajan ahí para comprarme albahaca que usan para la buena suerte y todas ellas se han portado en forma cortés y agradecida.” Por lo contrario, la señora Josefina “N”, veía en la zona un riesgo por el estado inconveniente de sus parroquianos. El Ayuntamiento declara conocer el conflicto y manifiesta la intención de reubicarla, pero la falta de recursos lo limita y propone actuar como intermediario ante BANOBRAS para obtener los créditos necesarios para su reubicación, que serían cubiertos por los propietarios. Rechaza la propuesta de construir una barda alrededor de la zona, argumentando que sería tanto como delimitar una área privada, violando las leyes vigentes sobre asentamientos humanos: “Se daría un paso para establecer un feudo dentro del municipio; un gobierno dentro de otro gobierno; la forma de operar esa área tiene vicios que se acentuarían si se les diera el incentivo de la barda.” Se encienden las pasiones y se recrudece la polémica.
Texto y recopilación hemerográfica por Jesús Félix Uribe García