Erich Moncada ingresa al roster de CS con un relato de viaje a Cuba, el lugar de moda en el mundo.
Qué mejor regalo -el viaje, no el ingreso- para el cumpleañero de hoy.
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This is a weird place, man
Cuba es un país peculiar. Ni todos los documentales o reportajes sobre la isla son capaces de prepararte para la experiencia de entrar en una dimensión paralela donde los autos y los edificios antiguos quedaron congelados en el tiempo. Se trata de uno de los últimos resquicios en el mundo donde el experimento socialista sigue vivo, aunque más bien parece moribundo, resistiéndose durante décadas al triunfo del capitalismo.
Al salir de la terminal me encuentro con Remberto, mi taxista, un mulato alto y fornido que trae a un acompañante. Me siento nervioso. No entiendo sus acentos ni sus modismos. Al parecer tiene que ir acompañado para poder entrar al aeropuerto. Cambio mis pesos mexicanos por pesos convertibles cubanos (CUC), la moneda de los turistas. Es un pedo. Los convertibles (que equivalen a un dólar) conviven junto con los pesos cubanos que utilizan los nacionales. Un peso convertible equivale a 28 regulares. Cometo el error de cambiar 30 CUC y me dan 720 regulares. De repente mi cartera se indigesta por tantos billetes devaluados y batallo horrores para cerrarla. Tomamos camino en un compacto destartalado europeo que de milagro aún funciona. El camino a La Habana está aderezado con propaganda del Ché y Fidel por todos lados: “El bloqueo a Cuba, el genocidio más largo de la historia”, reza un espectacular.
El camarada Obama
Llegamos al departamento que nos prestaron unos conocidos en la zona de Vedado. El préstamo también es una bronca porque oficialmente sus dueños no pueden cobrar por rentarlo bajo la pena de confiscación, a diferencia de las casas particulares autorizadas por el gobierno donde pueden hospedarse los turistas. Tenemos que hacer un complicado procedimiento burocrático para formalizar la estancia que nos lleva toda la mañana. El lugar le pertenece al doctor José Althsuer, una eminencia científica de ochenta y tantos años, exvicerrector de la Universidad Central de La Habana. Me dicen que fue el director de tesis de Fidel Castro. La casa de Althsuer es un museo viviente dedicado a la nostalgia. Todos los muebles y la decoración tienen al menos 50 años congelados en el tiempo.
Tenemos de vecino de al lado a la Embajada de los Estados Unidos. Está frente a la Tribuna Antiimperialista José Martí, también llamada el Monte de las Banderas. Durante décadas fue sitio de manifestaciones multitudinarias contra los gringos. La emblemática frase «Patria o Muerte. Venceremos» en letras rojas desafía a las oficinas diplomáticas. Es sábado. Un día antes de la histórica visita de tres días de Barack Obama a la isla. Aunque el presidente venezolano Nicolás Maduro llegó antes a La Habana para marcar territorio y reforzar los vínculos con el régimen castrista, es Obama quien está en boca de todos los cubanos con los que platicamos. Hay grandes expectativas por el encuentro. Abundan las bromas sobre Barack. Dicen que su auto, La Bestia, terminará hundiéndose en el pavimento fresco colocado con motivo de la visita. El cantinero en un bar de mojitos en Centro Habana presume que el presidente le regalará una máquina eléctrica para hacer hielo. Y es que le caga tener que romper a mano el hielo que congela para usarlo en las bebidas. En un país donde el cambio y la modernidad no son comunes, la visita de Obama es una bocanada de aire fresco para muchos. Mi amigo Roberto, mi cómplice en esta aventura, aterriza en Habana por la tarde. Cuando lo recibo ya me siento aclimatado en los usos y costumbres del lugar. Me siento cubanizao’.
Así como la visita de Obama anuncia vientos de cambio político, curiosamente de un día para otro el clima cambia radicalmente. Como la canción “Wind of Change” de los Scorpions. Así de ridículo. De un calor húmedo insoportable a cielo nublado, lluvioso y helado. Me arrepiento de no haber echado una chamarra a la maleta. El domingo que llega Obama corre el rumor de que el primer lugar que visitará será la embajada. Decenas de curiosos nos reunimos frente a la representación diplomática a recibirlo como fans de Justin Bieber. La emoción no es exagerada: me enteré por una encuesta que Obama era más popular que los hermanos Castro. Para muchos cubanos un plus del presidente, más allá de su carisma, es su color de piel. Nos topamos en la calle a un joven músico negro que presume la famosa predicción de Fidel Castro de que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba se normalizarían cuando hubiera un presidente negro y un Papa latinoamericano. “Obama es uno de nosotros, chico”, afirma orgulloso. Después de un par de horas de mojarnos bajo la lluvia, la comitiva presidencial pasa volando por el Malecón, frente a nosotros, rumbo a Habana Vieja. La gente rompe el cordón imaginario montado por la policía para saludar al convoy de vehículos. Por lo menos vimos al camarada Obama de lejos.
Vamo’ a conectalno’, chico
La isla es uno de los lugares con menor acceso a internet en el mundo. Y como parte del proceso de apertura del régimen cubano, el año pasado el gobierno inició la instalación de redes WiFi en 35 parques públicos de La Habana. Aún no hay internet disponible en las casas particulares. Y no es gratis. Se debe adquirir una tarjeta de una hora que cuesta dos dólares, un precio poco accesible para el cubano promedio. Pero el mercado negro está por todas partes y cuando se acaban las tarjetas en los centros de ETECSA (la empresa de estatal telecomunicaciones) siempre hay alguien ofreciéndote una a sobreprecio. Todas las páginas y redes sociales operan sin restricciones. Pero tengo la sospecha de que te roban los minutos. Es interesante ver a decenas de turistas y cubanos conectados de noche con los rostros iluminados por las pantallas de sus smartphones. Y más interesante aún es desintoxicarse de estar conectado constantemente y usar internet sólo para lo estrictamente necesario. Lo que sí es frustrante es tratar de ponerte de acuerdo con alguien cuando dependes de tener saldo y estar cerca de un hotspot. No hay roaming en nuestros celulares mexicanos y hay que pagar por activarlos a ETECSA.
La economía cubana
Es un lugar común decirlo, pero la economía cubana está jodida. Supongo que está mejor que en otras épocas, pero los supermercados, incluso aquellos donde se paga con el peso convertible, tienen pocos productos. No encontramos por huevos ningún lado ni café local; nos conformamos con una bolsa de descafeinado español. Eso sí: nunca faltan el tabaco y el alcohol, que pueden ser consumidos libremente en la vía pública. El queso, el pan y el chorizo son muy ricos; ese fue nuestro desayuno todos los días durante nuestra estancia. No vimos personas pidiendo dinero en la calle ni a un solo niño trabajando en las esquinas como sí sucede aquí; algo de lo que muchos cubanos se sienten orgullosos. Si algo se comenta frecuentemente sobre México es de nuestra crisis de inseguridad.
Ver pasar la vida
El deporte favorito de los cubanos es asomarse por los balcones de sus casas o sentarse en las banquetas a platicar con los vecinos. Y tomar ron y discutir acaloradamente. Hay un fuerte ambiente de comunidad que no suele verse en muchas de las grandes ciudades de México. Y contrario a lo que muchos supondrían, fue raro escuchar música a todo volumen en los autos o las casas particulares, o fiestas ruidosas a altas horas de la noche. Las calles son muy seguras, aún por la noche y la sensación de vigilancia y control está fuertemente interiorizada en los cubanos. Aunque la advertencia más común que nos hicieron fue no subirnos a las “guaguas” (los camiones urbanos), porque ahí abundan los carteristas y los estafadores.
Deditos de “pollo”
Una noche cuando Roberto y yo salimos de un magnífico bar de jazz nos dieron monchis y fuimos a un puesto que vendía boneless de «pollo», a 20 centavos cubanos por pieza. Más que boneless deberían ser «chickenless», porque sabían a todo menos a pollo. Es más, sólo sabían al empanizado y ni siquiera el empanizado tenía mucho sabor. Eran como nuggets pastosos de polvo de papa. Y te los daban sin nada con el riesgo de que esas cosas se te atoraran en la garganta. Cuando los mordías te encuentrabas con un misteriosa pasta orgánica rosa. ¡Qué hubiera dado por un percherón o un caramelo de asada! (Momento de regionalismo sonorense). Extrañé encabronadamente una salsita y un aderezo para dipearlos. Nota para el próximo viaje a Cuba: traer una lata de jalapeños y una salsa picosa. Es difícil ser mexicano en estas tierras.
Último día en Habana: The Rolling Stones
El viernes tocaron los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva. Llegamos tres horas y media antes y el estadio ya está a la mitad de su capacidad. Dicen que son cerca de medio millón de personas, pero pienso que son menos. Es impresionante el collage de los asistentes: viejos rockeros, punks de cabellos parados multicolores, reggaetoneros que no tienen ni puta idea de quiénes son los Stones, grupos de turistas y estudiantes extranjeros, hipsters cubanos, familias enteras con niños pequeños y un chingo de mexicanos que ondean la bandera nacional. Fluye el alcohol y el tabaco por todas partes en santa paz. Un grupo de jóvenes locales corea frenético “Rollins. Rollins. Rollins” conforme se acerca el inicio del concierto. Extrañamente no huelo mota por ningún lado. Tampoco escucho consignas políticas. Distingo a algunos agentes de la seguridad estatal vestidos de civil, fácilmente identificables porque están parados entre la multitud, inexpresivos, sin seguir el ritmo de la música. A las 8:30, puntuales, empiezan los Stones. Abren con “Jumping Jack Flash”. Vuelan los tradicionales condones inflados. Siguen con otros sencillos famosos que la mayoría no reconocemos, pero no nos importa. La atmósfera es electrizante. Jagger saluda a la audiencia en perfecto español: “Hola Habana. Buenas noches mi gente de Cuba… sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música aquí en Cuba, pero aquí estamos. Pienso que los tiempos están cambiando”. La gente ruge de emoción. Una madre y su hija, trepadas sobre los hombros de dos tipos se quitan sus playeras, pero mantienen el pudor porque se dejan los sostenes a pesar de las demandas de la muchedumbre por ver sus pechos. Llega la bella “Angie” para bajar la energía del concierto, pero luego repunta con una versión cadente de “Paint It Black”. El escenario multicolor es magnífico, y aunque estamos a 200 metros de la banda no podemos ver a Mick y al resto de los Stones. Es mejor verlos desde las pantallas HD en el centro y en los costados del foro. Transcurren dos horas y me duelen los pies de estar parado tanto tiempo. Necesito alcohol, pero no llevamos para evitarnos complicaciones con las idas al baño. Quiero un mojito bien cargado de ron. Llegan los éxitos más conocidos de la agrupación: “Gimme Shelter”, “Start Me Up” y “Sympathy For The Devil”, todos pierden la cabeza. Cierran con “Can’t Always Get”, en lo personal el momento más especial del concierto, armonizado con el Coro Entrevoces de La Habana. Se despiden finalmente con “Satisfaction”. Contrario a la letra de la canción, todos se ven satisfechos.
Las últimas horas en La Habana las pasamos bebiendo cerveza local Cristal y la dominicana Presidente. Podríamos pasar una eternidad ahí sentados, fumando y bebiendo, viendo pasar a cientos de personas por la calle 23, frente al parque Coppelia. Cuba es hermosa y decadente, vibrante y contradictoria. No será la misma después de esta semana. Ignoro si se convertirá en otro destino turístico más, lleno de empresas transnacionales, turistas sosos y anuncios luminosos por todas partes. Pero el cambio es inevitable y hay una generación de jóvenes cubanos ansiosos por darle la vuelta a la página de la historia de su país. Y nosotros, simples testigos de todo esto, tuvimos la suerte de estar ahí en el momento y el lugar indicado.
Texto y fotografías por Erich Moncada
Me encantó tu crónica… crónica Sonorense al 100%.
Espero y deseo que la gente de Cuba no pierda su idiosincrasia única, víctima del imparable tsunami turístico que se les viene encima. Si sus dirigentes y responsables políticos saben aprovechar este tirón para fortalecer la microeconomía del país y sacarla de la economía sumergida actual (sumergida por ilegal), evitarán que las multinacionales de siempre se adueñen del futuro de esa gente y esa tierra entrañable. No pueden perder su vocación y su entendimiento de lo que es JUSTICIA SOCIAL… algo que ya se ha perdido en el 99% de países del mundo (niños de la calle que tú citaste, por ejemplo).