El oscurantismo que trajo consigo la pandemia enfrentó chispazos de valentía y lucidez. El caso más sonado, el Mohamed Alí del siglo XXI, lo fue el tenista serbio -para muchos el mejor de todos los tiempos-, quien rechazó el rol impuesto por la “salud”, la fama o el dinero.
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Hermosillo, Sonora, México.-
Recuerdo que rociábamos nuestros zapatos con cloro antes de entrar a un lugar. Después, en las colonias céntricas de esta pequeña ciudad, el Ayuntamiento comenzó a lavar las banquetas con cloro. También recuerdo que tiempo después los especialistas dijeron que rociar cloro, en el piso o en nuestros zapatos, no servía de nada. Recuerdo que la ciudad parecía “tomada” cuando vivimos en ese permanente toque de queda, todos los días, durante un prolongado tiempo. En las mañanas, o a cualquier hora, podía enterarme del reporte de los muertos. Llegó un momento en el que se me dificultaba leer y tuve por lo menos un ataque de ansiedad. Recuerdo las largas filas en el super, en las farmacias y después las largas filas para ir a vacunarse. También recuerdo que, en contraste, no se nos permitía ni ver ni velar a los muertos. Recuerdo que al inicio la gente hablaba de lo mucho que se iba a escribir y que íbamos hablar mucho tiempo de todas esas cosas de las que ahora ya nadie habla.
Después de dos años en los que “el mundo se movió”, parece que todo ha vuelto a la normalidad, pero en el fondo la normalidad está marcada, la misma palabra “normalidad” parece tener un significado distinto después de dos años en los que nuestro vivir cotidiano se transformó.
Es como un alto al fuego donde podemos analizar nuestras pérdidas y las ganancias.
Dato importante (pérdida): casi un millón de personas podría caer en la pobreza extrema en 2022, al mismo ritmo al que la pandemia ha ido creando un nuevo millonario (uno cada 30 horas), según la nota informativa que Oxfam publicó con motivo de la reunión del Foro Económico Mundial, en Davos 2022.
Muchas cosas siguen su mismo curso, como dijo Fredric Jameson: “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”, pues bien, esta normalidad nos incrustó de forma intempestiva a la ciencia como religión, que no sustituye al cristianismo, tampoco al capitalismo, grandes religiones de nuestro tiempo.
Durante el tiempo de la pandemia esta nueva religión marcó la pauta de los buenos actos y de los malos actos con relación a nuestro comportamiento social, apoyado por el aparato jurídico y gubernamental; se suprimieron las leyes estatales para establecer un decreto en materia de salubridad general que modificó la vida social nacional, y en México dicho decreto se prolongó más que en otros países (en detrimento de la educación en todos sus niveles).
Esas medidas sin precedente en la historia se adoptaron sin comprobar la efectividad de las reglas sanitarias implementadas por la ciencia, hay que recordar que a principios del S. XX la medicina aseguraba que la histeria era una enfermedad (inventada) que afectaba sólo a las mujeres.
La idea de la ciencia como religión es del filosofo italiano Giorgio Agamben, quien desarrolla una serie de reflexiones sobre las consecuencias éticas y políticas de la pandemia y como en nombre de la salud se suprimen con facilidad las garantías individuales o se aceptan limitaciones de la libertad que antes eran impensables. Gobiernos totalitarios, como el de Hitler, establecieron un estado de emergencia a través de un terror sanitario, bajo el que se normalizaron cientos de actos inhumanos.
En su libro ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, Agamben recoge la idea de Foucault sobre el concepto biopolítica: “Si la salud se convierte en el objeto de una política estatal transformada en biopolítica, entonces deja de ser algo que atañe principalmente a la libre decisión de cada individuo y se convierte en una obligación que hay que cumplir a cualquier precio, no importa cuán alto sea”.
¿En qué punto estamos? ¿Sobrepasamos las expectativas? Nos transformamos en una especie de micro policías que señalan a quienes no cumplen las llamadas “normas sanitarias” y a los señalados los observamos como inconscientes, incívicos o maleducados por ejercer su derecho a la libertad de elección, en adelante ¿eso seguirá siendo normal?
A principios de año, se hicieron miles de comentarios de odio y desaprobación contra el mejor tenista de todos los tiempos, Novak Djokovic, tras su expulsión de Melbourne durante el Open de Australia que no jugó por su negativa a vacunarse. El US Open, en septiembre, ya le dijo que estará vetado si sigue sin vacunarse y él contestó que no lo hará.
Estados Unidos en su frontera sur no exige ningún tipo de certificado de vacunación a cualquier ciudadano que desee internarse en el país sin embargo para el jugador el trato no será igual.
Es contradictorio que la “tierra de la libertad” olvide por completo las libertades de decisión del individuo aplicando una política tan dura e inflexible a un deportista y a este se le asimile como agente de contagio, se le aplique un veto y peor aún se repruebe y critique públicamente su decisión cuando en realidad toda persona es libre de decidir por su cuerpo.
La sanción a Novak representa el icono de nuestras acciones represivas y miedos, además de la adhesión a los dispositivos de gobierno, la transformación que estamos presenciando opera a través del terror sanitario.
El miedo a estar enfermo no es algo que nos une, sino que nos separa y lo que más debería sorprendernos es la facilidad con la que toda una sociedad acepta unas normas en ocasiones absurdas, acepta sentirse apestada, permanecer por un largo tiempo aislados en casa y sobre todo modificar las relaciones humanas acatando el distanciamiento social.
Novak, en su infancia vivió en un búnker cuando la OTAN bombardeaba su ciudad, Belgrado, capital de Serbia.
En las horas de tregua Djokovic salía y buscaba pistas de tenis para practicar.
Djokovic dice que eso no cambia. Si le impiden jugar en Nueva York, buscará pistas de tenis y seguirá jugando en espera de tiempos mejores.
Hay que seguir jugando y no olvidar preguntarnos: ¿en qué punto estamos? Para poder vislumbrar tiempos mejores o peores. Finalmente, la historia no será escrita por los opinadores, los científicos o los deportistas, sino por los historiadores, y lo harán cuando puedan juzgar los hechos del pasado con objetividad e imparcialidad.
Por Yesúa Molina
BIBLIOGRAFÍA
Giorgio Agamben, ¿En qué punto estamos? La epidemia como política